Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 26 de diciembre de 2010

Café filosófico en Castro del Río



-¿Por qué vivimos estresados?
Porque tenemos prisa.
-¿Por qué vivimos con tanta prisa?
Porque queremos hacer más y más, para tener más y más.
-¿Vivimos siempre mejor teniendo más y más?
No, vivimos estresados.
-Que pare el mundo, que yo me bajo, pero si no para, elijo bien mis estaciones y decido bien mis paradas, defino bien mis ratos.
(Del segundo Café filosófico, 22 de abril de 2010)


¿Qué es la decepción?
-Sentimiento de tristeza o dolor, una desilusión producida por la sensación de pérdida o fracaso de mis expectativas respecto a mi mismo o a otros.
Vale. ¿Qué nos decepciona de la vida?
-Los demás, nuestra profesión, el amor…
¿Por qué nos decepcionan?
-Nuestras expectativas. Ponemos una escala rígida de valoración y…
Entonces, ¿de quién depende tu decepción, de ti o de lo demás?

-“Todo te puede decepcionar”. Es así.
-Vale. “Es mejor saberlo”.
(Del sexto Café filosófico, 16 de junio de 2010)



Siempre están pasando cosas. Muchas veces parece que no pasa nada, de habituales que son las cosas que van pasando. Quizás pasan desapercibidas, pero siempre están pasando cosas. Y algunas pueden ser tan prodigiosas como raras. Pero tan simples e imprescindibles como ponerse de acuerdo.  ¿Es posible que se reúnan, en un mismo momento y lugar, personas variadas y diversas, por edad, formación o intereses, y que durante un buen rato dialoguen de veras, entendiéndose y teniéndose mutuamente en cuenta, y se puedan poner de acuerdo, a la vez que se descubren a sí mismos un poco más?

Si miramos a nuestro alrededor, abunda bastante la incomprensión y la falta de entendimiento. Diálogo de sordos, falsos debates en los que se construyen discursos al margen del otro, a piñón fijo, diga lo que diga el otro, yo digo lo que tenía que decir, camicaces de la palabra, de verborrea incontenible que acaba en soliloquio acompañado, puros monólogos. O bien, disputas y confrontaciones, una competición en la que ganar la atención o el aplauso del auditorio, que no gana el que dice lo mejor, sino que dice y piensa mejor quien grita o queda por encima de los demás. Pues bien, en nuestro pueblo, una vez cada dos semanas, a las ocho de la tarde, damos fe de que un grupo de personas se han reunido, se han entendido, se han puesto de acuerdo y se han enriquecido mutuamente, manifestando cada tarde que es posible un verdadero diálogo, en donde una mente viene al encuentro y encuentra otra mente, sincronizando sus pensamientos y  sintonizándolos lo mejor posible.


Y no es que aquí se hayan reunido estas personas para guardarse las formas y evitar los conflictos, sino que el modo de abordarlos ha permitido que los propios conflictos formen parte del aprendizaje de la vida. Así, el primer encuentro que tuvieron este grupo variable, según las sesiones, y a la vez estable, dado que muchos de ellos han ido repitiendo, se dedicó a un tema algo delicado hoy día, la convivencia y la inmigración. Y la pregunta que se hicieron sobre ello no es que fuera precisamente poco problemática: ¿Necesitamos de los inmigrantes? Admitiendo que tanto se trata de una solución para nuestro país, o nuestro pueblo, para atender necesidades económicas, por ejemplo, como también que se trata de un problema, o que puede generar problemas de convivencia. La diferencia (de costumbres, de valores, de intereses) sabían ellos muy bien que está en el fondo de las complicaciones que surgen o pueden surgir. El miedo, el desconocimiento, la desconfianza ante el otro, sabemos que está detrás de la discriminación o del racismo biológico y cultural, pero también sabemos que hay que admitir que somos diferentes, asumiéndolo de verdad como la realidad que es. Están ellos y estamos nosotros; y para ellos, nosotros somos también los otros. No pasa nada con que yo no sea tú, todo lo contrario, si doy un pasito más y comprendo que yo soy también tú para ti, estoy poniendo la primera piedra para entenderme contigo, ponerme en tu lugar y ser justo contigo, como querría que fuesen justo conmigo. En este punto, el diálogo les hizo conscientes a los participantes de que yo y tú, nosotros y ellos, lo que son antes que nada es personas. Pues si yo me veo persona y tú eres distinto a mí, pero para ti yo soy el que es distinto a ti, está claro que tú también eres persona. Si efectuamos la misma operación mental, es que actuamos y sentimos de modo similar, y si es así, es que, en el fondo, no somos tan diferentes. A continuación, lógicamente, el grupo indagó, entonces, qué es una persona. “Aquel ser humano que siente, vive, habla con otros en igualdad de derechos”. Así de claro lo dijeron entre todos. Y si eso es así, la necesidad que tenemos unos de otros es mutua, pues, si no nos reconocemos mutuamente como personas, no somos personas. Y para que nos reconozcamos como personas necesitamos de los demás, entre los que también están los inmigrantes, claro que sí. No se pretendió, claro que no, resolver el problema de la inmigración, pero se puso la base para poder atender satisfactoria y constructivamente potenciales conflictos sociales.


Que alguno de ustedes se ha preguntado alguna vez, lastimeramente, ¿por qué no nos enseñan a vivir desde pequeños?, una manera de expresar ese viejo anhelo de que toda nuestra vida sería muy diferente si ya naciéramos sabiendo, o aquello de que quizás sería mejor que fuéramos primero viejos, y después jóvenes, como aparece en la conocida película sobre la vida de Benjamin Button. Si les interesaba esta cuestión, siento decirles que se trató en el quinto Café filosófico de esta primera temporada. Si hubieran asistido, sabrían que los participantes se preguntaron aquel día qué es vivir, y respondieron que no se vive si no se tienen vivencias, experiencias que te hagan sentir de verdad, experimentar algo a fondo, y que se vive más profundamente si lo vives con otros, si sientes el calor humano; como ocurrió allí ese día, cuando dialogaban juntos. Sabrían que se analizó hasta qué punto los demás nos pueden enseñar a vivir; que yo aprendo, pero los demás me enseñan, que en esto tiene que haber cierto equilibrio; y luego, se preguntó si podemos llegar alguna vez a saber vivir bien del todo. Se dijo que si no sabes manejar bien tus emociones, si no desarrollas tu inteligencia emocional, para entender tus sentimientos y darles una salida adecuada a tu vida, si no eres capaz de desplegar cierto autocontrol, lo que siempre se había llamado voluntad, para atenderlos debidamente, mal vivirás. Sabrían ustedes, si hubieran estado presentes, que cada etapa de la vida conlleva su propio equilibrio entre lo que me enseñan y lo que aprendo, entre lo que me dan o se me da, y lo que voy adquiriendo; un “pares y nones” que he de saber negociar en cada momento de mi vida para poder experimentarla en todos sus adentros, explorar sus posibilidades y sacarle el máximo partido. Veamos.

Durante la infancia se aprende a convivir, pero un niño no aprovecharía bien esa etapa primordial de su vida si no aprende a apreciar el cariño de los demás. El matiz es importante. No basta tener el cariño de los demás. Puede que sus padres o sus amigos le quieran, pero si a este niño no le llega y no sabe apreciarlo, vivirá como si no lo quisieran. Así, vivirá mal e incubando patologías adultas futuras. Mientras dura la juventud, fisiológicamente hablando, es crucial, apostillan nuestros participantes en el encuentro (estos doctores en psicología humana), es muy importante que los jóvenes aprendan saber frenarse, o refrenarse, cuando sea necesario hacerlo, pero, cuando no sea necesario, tienen que aprender a lanzarse y experimentar a tope la vida. Aquel joven que esto lo lleva bien, vive mejor esta etapa y prepara mejor las venideras. Si no, podrá convertirse en un joven temeroso o apocado, o por contra, en uno problemático o agresivo. ¿Y qué puede decirse de un adulto? No sería muy maduro, si no asume que su vida en esta etapa de la adultez consiste en aprender a luchar, a navegar por mares de todo tipo, conduciendo suficientemente bien el timón de las dificultades y los fracasos, manteniendo siempre el barco de su vida a flote. ¿Cómo vivir bien la vejez? A esta edad, ¿es posible vivir bien? ¿Cómo sacarle el máximo partido a esta etapa de la vida? Unánimes gritan o asienten: ¡el júbilo, la jovialidad, la alegría! Quien así se tomase su vida, en este postrero momento, nada le faltase.


Que alguien quiere saber ¿por qué hay gente malvada en el mundo?, primero, que sepa que los que así se muestran, cuando se muestran así, no son más que ignorantes o indigentes. Es decir, que lo que tienen es carencias personales, originadas en sí mismos o en el entorno social y cultural en donde viven o han vivido. Este fue el descubrimiento apuntado al final en la última reunión, la del día 30 de junio, después de dos horas de agradable redescubrimiento de uno mismo. Pues en dicha única ocasión, a iniciativa del animador de los encuentros, el tema de discusión estaba anunciado de antemano y la metodología cambió: ahora se trataba de traer a la sesión un ejemplo personal de maldad. Una experiencia personal sobre el mal, que, partiendo de ella misma, pudiera conducirnos a definir qué es el mal, hallar la esencia general del mal, aplicable luego a cualquier situación malvada particular. Una práctica socrática, según los pasos marcados por Lou Marinoff en su famoso libro Más Platón y menos Prozac. Podría haberse tratado perfectamente el tema de la belleza, y no algo no tan poco ligero y tan tremendo como la cuestión del mal en el mundo, ya que era la última sesión, pero los participantes de estos encuentros no rehuyen nada de nuestras vidas, y ninguna cuestión es mala, si se saca bien.


Esta costumbre de reunirse de esta manera tiene ya, entonces, una larga y una corta tradición. Vayamos con la larga, hace veinticinco siglos. Observamos a Sócrates deambulando por las calles de Atenas y deteniéndose un largo rato en la plaza pública, en el ágora. Mientras realiza sus compras del día, permanece atento a la conversación del mercado y, como quiera que no entiende bien lo que está escuchando, hace preguntas (pues él no sabe nada, pero quiere saber, pues es filósofo) y, con sus preguntas, interrogan entre todos, durante un buen rato, el mundo y el quehacer humano. Alguno se ha enfadado y se ha marchado antes de tiempo, pues no está bien dispuesto a cuestionarse su vida, y prefiere jugar a la petanca con sus amigos de travesía, antes que arriesgarse a perder su cómoda vida actual en aras de una vida que sí, que puede que sea más consciente, pero también más trabajosa y, a veces, más peligrosa. Más tarde, como de costumbre, visita el gimnasio. Allí los jóvenes, y no tan jóvenes, ejercitan su cuerpo sin descuidar su mente. Nada que ver con los locales actuales. Y en la palestra se arremolinan jóvenes en torno a Sócrates, llenos de energía, dispuestos a responder al reto del pensamiento y de la vida que les traerá hoy. Son valientes y atrevidos, y no les asusta ponerse a prueba, porque son jóvenes y desean salir transformados de cada encuentro mundano. Son seguidores y acólitos de Eros, muchos sin saberlo, pues desean saber. Quieren poseer la belleza, pero a través de su búsqueda comprenderán el bien y la verdad.

En aquellos tiempos, la filosofía se religaba con la vida y la utilidad de su presencia social no se cuestionaba. Luego vendría la edad en que sería utilizada como cajón de argumentos que arrojar contra aquellos que osaran competir con el pensamiento religioso oficial. Recluida, más tarde, en la academia escolar o universitaria, la filosofía se fue convirtiendo, a decir del pueblo (de lo que se hacían acreedores los especialistas con su jerga, los filósofos profesionales), en un saber abstracto y vacío, de espléndidas y elegantes “momias conceptuales” repleto, que poder exhibir en el salón de congresos y revistas especializadas.

Cuando se plantea pues, en la actualidad, quedar para un Café filosófico no se pretende otra cosa que recuperar la filosofía en acción, inseparable de la vida, pensando juntos acerca de lo que en cada momento nos interesa o nos preocupa. Una modalidad de práctica filosófica, como también lo son los talleres de filosofía, los diálogos socráticos, la consultoría o asesoramiento filosóficos, a individuos, a grupos u organizaciones, y la filosofía con y para niños. Los Cafés filosóficos o Café-philos, en particular, tienen una corta tradición, que se puede decir que arranca en Paris, desde 1992, cuando Marc Sautet mencionó, durante una entrevista radiofónica, que se reunía con unos amigos en un café de la Plaza de la Bastilla (el Café des Phares) y trataban cuestiones filosóficas. Sorprendentemente, se encontró allí al domingo siguiente un nutrido grupo de personas, que se fue ampliando en días sucesivos, dispuestas a secundar la experiencia. Nosotros lo hemos adaptado a nuestra manera y, desde hace ya dos años, disfrutamos con variadas personas de este café viejo con aromas nuevos.


Si usted se hubiera reunido alguna vez y compartido esta experiencia con nosotros, sabría que no hace falta preparación previa, que, ni muchos menos, hay que saber Filosofía (todo lo contrario, es incluso mejor), que allí se va a cuestionarse la vida un rato, junto a otras personas que tienen en ese momento la misma pretensión. ¿Qué pueden tener en común un maestro jubilado, un ama de casa, un estudiante de oposiciones o un hombre de campo? Piénselo un poco. Es más lo que les une que lo que les separa. Con decir que viven y pretenden vivir mejor, todo lo demás sobra. Mire; para que se haga una idea, le contaré sucintamente lo que pasó en el cuarto Café filosófico, el día en que se trató una cuestión de lo más abstracta, una cuestión metafísica (de especialistas y filósofos raros, pensará usted, mientras frunce el ceño y se dispone a ordenar a sus pies dar media vuelta): ¿qué es lo real?

Ese día, se plantearon inicialmente cuatro temas posibles para discutir, los que estaban flotando en el ambiente de la reunión: el componente humano de la crisis económica, la comunicación, realidad o fantasía y la rivalidad entre los hombres. La cuestión que más deseo suscitaba (y por esto la más votada) fue una preocupación cervantina y universal, la de si esto en que estamos es realidad o es fantasía. Habitualmente, lanzamos un dardo en forma de pregunta que consiga destilar algún jugo del tema propuesto, por difícil y amplio que sea. Ya conoce la pregunta de aquél día: ¿qué es lo real? Pero, solamente los que estuvieron aquel día, pudieron presenciar un hecho maravilloso. Porque, ante la dificultad extrema de saber qué es lo real, o si la realidad es individual, o más bien es construida por todos nosotros (que de todo ello tendrá un poco), y, habiendo propuesto nuestro lenguaje como campo de pruebas para poder concluir con claridad que es imposible un lenguaje particular, privado, que tan solo valiese para un solo individuo (tema tan del gusto de la segunda época de un famoso filósofo del siglo veinte, Ludwig Wittgenstein), este grupo de personas, que son capaces de investigar dialogando y que son capaces de arribar, de un modo tan natural como sencillo, a territorios aparentemente vedados a los no iniciados en la filosofía académica y erudita, concluye, que para saber de la realidad, hay que entender de la fantasía, que la realidad será inaprensible, sí, pero que en nuestra facultad de la fantasía está nuestro poder para enfrentar lo real de la vida.

¿No es extraordinario que, hablando de la realidad, se acabara haciendo un elogio de la fantasía? Y tenían razón, porque, ¿cómo es posible dar el salto a la realidad, si no es a través de la fantasía? Y analizaron juntos las funciones de la fantasía: 1) sirve para construir, para crear realidad, conjunta o individual; 2) también para explicarla, pues hasta el investigador científico, antes de formular sus leyes ha de contrastar hipótesis; pero, qué es una hipótesis sino un supuesto de la imaginación, que ha de ser puesto a prueba en la experiencia; 3) además, nos permite la fantasía ensayar de antemano la realidad, preconcebirla, adelantarnos a ella, y ¡vaya si nos da ventaja esta capacidad!; 4) podemos escaparnos y crear mundos aparte en los que solazarnos o, si queremos, ponerlos como meta a conseguir; 5) en fin, la fantasía hace posible evaluar la realidad de acuerdo a modelos. En fin, ¿no estaríamos situados, así manteniendo despierta nuestra imaginación y nuestra fantasía, en una realidad más abierta, más flexible, más moldeable, menos impenetrable y hostil, si alguna vez amenazara este peligro? Todo un tratado sobre la fantasía y la realidad podría salir de aquí. No, definitivamente, no hace falta ser experto en filosofía para asistir a un Café filosófico. Tenía razón Inmanuel Kant: no se aprende filosofía, se aprende a filosofar. Porque allí se va como personas, y no como experto en nada… que no sea otra cosa que la propia experiencia personal, cada uno desde su balcón de la vida.


Pero es que otro día, el moderador llegó bastante tarde (despistadillo que es él), y cuál no sería su sorpresa, cuando el grupo ya había comenzado la reunión (autonomía que manifiesta este grupo de personas), y estaban debatiendo una cuestión bastante especializada (saben muy bien ellos que no necesitan ser especialistas, que eso de emplear tecnicismos no es más que una maniobra profesional para justificar su puesto en la sociedad): la diferencia entre la ética y la moral. Cuestión que hay que tener algo clara, es cierto, si no se desea quedar atrapado, muchas veces, en un callejón sin salida de las discusiones, entre el relativismo y el absolutismo de las normas o las costumbres. No le quedó otra, al moderador, que engancharse al carro y ponerse, más claramente aún que otras veces, al servicio del ímpetu dialéctico y vital que allí inundaba el salón de actos de la Biblioteca Municipal. Actualmente, después de algunas décadas de discusión, existe un relativo consenso sobre el uso ambos términos. Así, se suele designar con el término “moral” al conjunto de normas propias que rigen el comportamiento de un individuo o una sociedad. Por tanto, habría tantas morales concretas como personas o grupos de personas. Por otro lado, se ha destinado habitualmente el término “ética” a la reflexión o razonamiento sobre las distintas morales, o sobre la moral en general, que nos permita hallar un mínimo normativo aceptable por todos. Perspectiva, entonces, más universal, o que pretende ser más universal, pues se apoyaría en una de las capacidades más humanas del ser humano, su racionalidad. Subrayamos con rotulador grueso: algo que ha podido llevar décadas de discusión entre especialistas, ellos, en poco más de media hora, ¡exponían las claves de la distinción! El buen sentido es lo mejor repartido que hay en el mundo, mantuvo a ultranza Descartes. Sólo requiere terreno favorable y un buen abonado.


Así que este año, como ven, nos hemos reunido, hemos disfrutado, y nos seguiremos reuniendo después del verano, si perdura el interés. No hemos tomado café, dada la hora a la que solíamos acabar, pero hemos tomado una cerveza, u otra cosa, con tapa merecida, que sabía tan bien como cuando vienes con hambre después haber caminado un largo trecho. (Quizás deberíamos llamarlo “caña filosófica”, entonces). Sea como fuere, quedan ustedes invitados, si les place, a sumarse a esta experiencia la próxima temporada, si los tiempos que corren o los dioses no lo impiden. Salud. [1]

Agradecimientos

A Fali, directora de la Biblioteca Municipal de Castro del Río, por su amabilidad, su complicidad y receptividad, y por no limitarse simplemente a permitirnos utilizar el local del Salón de Actos, donde hemos estado muy a gusto, por habernos acompañado todas estas tardes.

A todos los participantes, muchos no nos conocíamos, pero ya nos conocemos para siempre como personas, especialmente a los que han sido más constantes. Todos ellos, y ellas, que siempre han sido mayoría, son el sentido de esta experiencia.

Alguna bibliografía básica:

CHRISTOPHER PHILLIPS, Sócrates Café. Un soplo fresco de filosofía, Madrid, Temas de hoy, 2002.

LOU MARINOFF, Más Platón y menos Prozac, Barcelona, Zeta Bolsillo, 2009.
-Pregúntale a Platón, Barcelona, Ediciones B, 2003.

LUC FERRY, Aprender a vivir. Filosofía para mentes jóvenes, Taurus, 2007.

MÓNICA CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Martínez Roca, Barcelona, 2005.
-La filosofía, maestra de la vida, Aguilar, Madrid, 2004.
- y JULIÁN D. MACHADO, Arte de vivir, arte de pensar. Iniciación al asesoramiento filosófico, Desclée De Brouwer, Bilbao, 2007.

PIERRE HADOT, ¿Qué es filosofía antigua?, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1998.

PLATÓN, Diálogos, tomo I (Diálogos socráticos), Madrid, Gredos, 1981.

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