Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

sábado, 12 de noviembre de 2011

PROMETEO DESENCADENADO

Prometeo desencadenado. Una crítica constructiva de la razón tecnológicaPROMETEO, el gran benefactor de la humanidad, pena encadenado el robo del fuego sagrado de los dioses. Gracias a ello los seres humanos habían podido pasar del estado de naturaleza a la civilización. Fueron así capaces de desarrollar las artes y el conocimiento de las cosas. Inventaron y transformaron, y sobrevivieron. Pusieron a su servicio a las demás especies animales y vegetales, de manera que sus recursos se acrecentaron sin cesar. Pero no consiguió darles también a los hombres la sabiduría que les permitiera convivir armoniosamente entre ellos mismos y con el entorno natural. Les faltaba el sentido moral del respeto mutuo y de la justicia política, que Zeus mandaría repartir más tarde entre todos por igual, pues no era cosa que pudiera dejarse en manos de técnicos y expertos, a quienes todos los demás debieran acatar. De otro modo, no habría ciudades en las que todos pudieran participar por igual y dar lo mejor de sí mismos para construir algo bueno juntos.

Pagó cara su inveterada insolencia hacia el orden impuesto por los dioses. Trajo la técnica a los hombres, que no sabían todavía hacer un buen uso de ella, volviéndolos prepotentes y peligrosos para el equilibrio sagrado del mundo. En el lejano Cáucaso, un águila le devoraba las entrañas cada día, un castigo eterno pues era inmortal. Pasado el tiempo y con el consentimiento de Zeus, Heracles mató al águila y ahora tenemos a Prometeo desencadenado desde hace ya bastante tiempo entre nosotros. No obstante, guarda todavía el titán de la humanidad un recuerdo de su pasado insensato: un brazalete hecho de la roca caucásica a la que estuvo encadenado. Una advertencia del poder otorgado al hombre y de la responsabilidad que éste mismo conlleva.


Como acierta a decir Hans Jonas, definitivamente desencadenado, Prometeo nos está pidiendo una ética y una política nuevas, más responsable, “que evite mediante frenos voluntarios que su poder lleve a los hombres a su desastre”.

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sábado, 22 de octubre de 2011

El argumento de la fuerza y sus consecuencias




Dos estilos de vivir: el que prefiere la fuerza de los argumentos y el que opta (o no puede dejar de optar) por el argumento de la fuerza. Las "consecuencias del conflicto", o de los conflictos, son harto diferentes en un caso y en el otro.
Si se emplea la violencia para lograr objetivos, el argumento de la imposición de mi idea o mi propuesta (lo que yo quiero que sea o se haga) por la intimidación o por el dominio hacia otros, ya sea mediante la agresividad teatral de origen animal (encrespar el lomo para aparentar que se es más grande y más fuerte), el desprecio, o la violencia pura y dura en cualquiera de sus formas, el daño producido, tanto si consigue el objetivo como si no, pone las cosas mucho más difíciles para crear un futuro mejor juntos y se vuelve contra todos.

La víctima: sufre dolor y pérdida y, con frecuencia, no perdona ni olvida (en todo caso, perdonará pero no olvidará), y, si puede, aprenderá a sobrevivir también, convirtiéndose ahora en el verdugo siempre que le sea posible, si dispone de la fuerza material necesaria y le quedan arrestos. Por ejemplo: el pueblo judío de ayer y los dirigentes israelíes de hoy; por ejemplo: los hijos que sufren maltrato, que muchos de ellos reproducirán los mismos roles que les han hecho sufrir, y estarán luego abocados a ser maltratadores o maltratados. Es lo que recoge el dicho: "la violencia engendra violencia".

El violento: por aprendizaje del contexto en que se mueve o bien por impotencia personal, no sabe relacionarse de otro modo que no sea avasallando y dominando. Será un desconfiado de por vida, de manera que los demás, de partida, "mientras no me demuestren lo contrario, no son de fiar y son peores que yo". Por eso, se dice, hay que pegar primero. Y no se sentirá responsable de las consecuencias de su acción violenta (que además de ser violenta, violenta a los demás) y exigirá reparo por las consecuencias sufridas, pero no estará dispuesto a reconocer fácilmente, siquiera por simetría, las infringidas a otros. Por ejemplo, la violencia etarra. Se habrá acostumbrado a vivir de ese modo y su reeducación será larga y costosa. Le llevará mucho tiempo distinguir la asimetría que hay entre el daño sufrido como verdugo y el daño sufrido como víctima, es decir, el daño que se ha producido al intentar lograr violentamente unas metas unilaterales y egoístas. Por ejemplo, las consecuencias del "conflicto" derivadas de la violencia etarra. Una finalidad perseguida con medios violentos obstaculiza la resolución de su final.

Por contra, está la vía de la fuerza de los argumentos. Menos violenta, con menos daño y más fácilmente reversible, y que no lastra tanto el futuro. La violencia que se produce hoy, en el fondo, pensadlo, mañana no será buena para nadie, pues hipoteca seriamente la construcción de un futuro conjunto de paz y libertad. Por ejemplo, también la muerte violenta del dictador libio.

domingo, 16 de octubre de 2011

La crisis económica o el precio de la dependencia


Desde siempre se ha sabido que la autarquía, ser capaz de autogobernarse, ser capaz de pensar y de actuar por uno mismo sin la dirección de otro, como decía Kant, es una seña de identidad, una virtud, del modo de vida más sabio. Algunos pueden pensar que la filosofía poco tiene hoy que decir, pero el olvido de lo más básico, por más obvio que parezca, puede generar con el correr de la acción y del tiempo grandes males. Si los Estados se han vuelto gradualmente dependientes de los “mercados financieros” (una entidad no eterna sino socialmente construida), para financiarse y sufragar sus apuestas electorales, es decir, su cosecha de votos a cuatro años vista plantando obras y exhibiciones deslumbrantes, era natural que “ellos” acabaran tomando las decisiones que más les convenían para poder autoregularse por sí mismos y mantenerse vivos, poniendo a su servicio a la política, que ahora tiene que “ganarse su confianza” para que, graciosamente, dé un respiro a la presión del beneficio a toda costa del pueblo y la economía real, esa economía virtual que ha logrado interactuar con ella y controlarla. La independencia absoluta es imposible, pero la dependencia adquirida, la económica incluida, siempre se cobra el precio de la heteronomía: te maleduca y te vuelve aún más dependiente e incapaz de valerte por ti mismo. Mucho tiene hoy que decir la filosofía de todos los tiempos. Procura ser autónomo, la dependencia se paga cara, individual y socialmente.

Es también lo que recuerda esta llamada a la indignación global del 15-O:

"Hoy, más que nunca, fuerzas globales determinan nuestras vidas. Nuestros trabajos, nuestra salud, nuestra vivienda, nuestra educación y nuestras pensiones están controladas por los bancos internacionales, el mercado, los paraísos fiscales, las corporaciones y las crisis financieras. Nuestro medio ambiente está siendo destruido por contaminación en otros continentes. Nuestra seguridad la determinan las guerras y el comercio de armas, drogas y recursos naturales que benefician a personas fuera de nuestras fronteras. Estamos perdiendo el control sobre nuestras vidas. Esto debe terminar. Esto va a terminar. Los ciudadanos del mundo debemos recuperar el control sobre las decisiones que nos afectan a todos los niveles – de global a local. Esto es democracia global. Esto es lo que hoy exigimos".

Del Manifiesto "¡Globalicemos la Plaza Tahrir! ¡Globalicemos la Puerta del Sol!"
Intelecuales como Naomi Klein, Noam Chomsky y Eduardo Galeano firman un manifiesto global de apoyo a las marchas del 15-O  (Fuente: PÚBLICO.ES, 15/10/2011 01:00)

jueves, 6 de octubre de 2011

Filosofar para vivir mejor, y quien sabe si para triunfar en la vida



Aunque habitualmente no suelen interesarme demasiado los personajes mediáticos, cuando he tenido noticia de este discurso, que Steve Jobs pronunció en 2005, en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford (lamentablemente tarde, coincidiendo con su fallecimiento), no he podido evitar la sorpresa ni el interés que me ha suscitado su persona.

Sabíamos que la filosofía puede ayudar a aprender a vivir, como lo hacía en otros tiempos más que ahora, que la filosofía busca saber para vivir mejor -que es en lo que consiste la sabiduría-, que no se trata tanto de saber filosofía (de conocer las filosofías, lo que otros han pensado), sino de filosofar y de vivir filosóficamente, si se puede. Esto significa que uno ha de vivir como piensa y pensar como vive. La sorpresa puede residir en la posibilidad añadida, para alguien que dirija su vida por principios filosóficos y los ejercite, de que este modo de vida también pueda llevarle a tener éxito social. Si alguien pensaba que la filosofía "no sirve para nada", habría de saber que quizas sirva para esas otras cosas que también necesitamos para vivir bien. Se puede llegar a ser famoso o tener éxito sin vivir bien consigo mismo y con los demás, en cuyo caso de poco sirve, pero, a veces, también se puede llegar a vivir bien y de paso tener éxito en la vida, por qué no.

¿O es que no es cierto que hay mucha filosofía en el discurso de Steve Jobs?
¿Y es que no muestra con sus palabras que él se ejercitaba a diario en el vivir mejor?

En su diálogo Fedón Platón decía que filosofar es aprender a morir, que es tanto como decir que filosofar es aprender a vivir. Steve Jobs sabía muy bien de lo que hablaba. Gracias, por mostrarlo tan elocuentemente a todos lo que quieran escucharlo.

lunes, 27 de junio de 2011

Sobre la religión

Café filosófico Castro (9/2)
Biblioteca Municipal de Castro del Río, 22 de junio de 2011, a las 20:00.


La religión revelada no es ni podía ser otra que la religión natural perfeccionada. De modo que el deísmo es el buen sentido que no está enterado aún de la revelación y las otras religiones son el buen sentido que pervirtió la superstición. Las sectas se diferencian unas de otras, porque son hijas de los hombres; pero la moral es la misma en todas partes, porque proviene de Dios" (Voltaire, Diccionario filosófico).

Alemania hoy. Durante la semana de proyectos, al profesor de instituto Rainer Wenger (Jürgen Vogel, en la película) se le ocurre la idea de un experimento que explique a sus alumnos cuál es el funcionamiento de los gobiernos totalitarios. Comienza así un experimento que acabará con resultados trágicos.
En apenas unos días, lo que comienza con una serie de ideas inocuas como la disciplina y el sentimiento de comunidad se va convirtiendo en un movimiento real: La Ola. Al tercer día, los alumnos comienzan a aislarse y amenazarse entre sí.
Cuando el conflicto finalmente rompe en violencia durante un partido de waterpolo, el profesor decide no seguir con el experimento, pero para entonces es demasiado tarde, La Ola se ha descontrolado... (http://www.unetealaola.com/)


¿Por qué el ser humano es religioso?

Uno de los participantes más ilustres de nuestro café filosófico planteó con nitidez una inquietud personal que podría suscitar el interés de toda la congregación de aquella tarde: la religión como dogma. Era una tarde calurosa, de las primeras veraniegas del año. Un aire reseco que había ido recogiendo toda la potencia solar durante el día nos recibía junto a la entrada de la Biblioteca Municipal. Se abrieron las puertas y se abrieron nuestras ganas de indagar juntos. Podría haberse hablado de la manipulación en la sociedad actual, pero la cuestión religiosa dio un fuerte tirón que nadie pudo resistir. Sea. ¿Por qué el ser humano es un ser religioso? La religión, ¿se nos impone desde la cuna y por eso somos religiosos? ¿O más bien ya lo somos por naturaleza? Así comenzó la andadura de aquel día, investigando el origen de la religión en el ser humano.

La cuestión de la religión es siempre controvertida. Muy dada a las posiciones radicales. No es de extrañar: lleva tanto tiempo entre nosotros, ha ocasionado tantos efectos en nuestras vidas y en nuestra historia que, tocarla es tocarnos por dentro. Por desgracia, la historia de las religiones ha estado transida de amor y de odio. Lo que es amor reinante entre nosotros, se vierte dolorosamente sobre los que no son como nosotros demasiadas veces. Crisis personales, conflictos políticos, guerras santas, intolerancia, fanatismo, superstición… Pero hoy estamos en condiciones de dar un tratamiento tranquilo y sosegado a la inquietud social e individual en torno a lo religioso. Dos tesis se abren camino sin dificultad: 1) la religión es una necesidad humana básica; 2) la religión nos ha venido impuesta socialmente, nos la inculcan desde pequeños. Sobre lo primero, se dice que se trata de algo ancestral en el hombre. Así aparece reflejado en los testimonios pictóricos y rituales que se han conservado hasta nuestros días de la vida en tiempos prehistóricos, que eso parecen indicar al menos. Sobre lo segundo, recuerdan algunos de nuestros participantes que la religión se organizó muy pronto como institución social, que había que mantener, conservar, difundir y defender, con una clase social interesada en todo ello, los sacerdotes.

Pero no se quedan ahí, en la diferencia de las tesis, pues son hábiles nuestros participantes manejando las relaciones conceptuales. ¿Qué relación hay entre la necesidad y la institución? Una se crea sobre otra. Una es la base de la otra. Las creencias religiosas que surgen de la necesidad humana de encontrar respuestas dadas y definitivas (hay en ello una diferencia clara con la filosofía) sirven de material para construir un edifico social y político. Conciencia del bien y del mal que necesita concreción; creencias organizadas. No son dos aspectos humanos diferentes, se han religado de hecho históricamente. ¿Están en el mismo nivel y, en un momento dado, entran en conexión? Nada de eso. Se trata de dos niveles bien diferenciados que pueden anudarse, y expresarse institucionalizadamente dicha necesidad (que también quizás pueda expresarse de otros diversos modos al margen de la religión organizada). Pues bien, ya tenía la reunión los ingredientes para la polémica, que tampoco tiene que estar ausente de un encuentro como el nuestro. Se plantea si la religión no estará actualmente en retroceso, en decadencia. Y para responder a la cuestión hay que comenzar estableciéndola para ambos niveles que hemos descubierto. La decadencia actual se refiere sólo al nivel de lo religioso organizado, no quiere decir que hoy día los seres humanos no sigan planteándose, y otorgándole la importancia que merece, el hecho religioso.

Y sobre lo anterior la polémica sigue con la misma intensidad, pero ahora sobre la causa de esa decadencia de la religión. -Es que no ha evolucionado como debía. -Pero, hombre, sí que ha evolucionado. -Que no ha evolucionado. -Que sí lo ha hecho. Un que-sí y un que-no irreconciliables, en este caso y en tantos otros. Es suficiente que nos demos cuenta de que esta típica discusión bizantina se resuelve de la manera más fácil, simplemente, tomando conciencia de las perspectivas que entran en juego. En nuestro caso, suele coincidir la perspectiva del creyente (o sus cercanías) con la conciencia de que la religión sí ha ido cambiando y adaptándose a los nuevos tiempos. Y suele coincidir con la perspectiva atea (o sus aledaños deístas o escépticos) la defensa acérrima de que no ha evolucionado, nada de nada; y se apresuran a poner muchos ejemplos actuales de anacronía. Unos tienen como punto de mira los comienzos en otros tiempos de las religiones y, desde esa perspectiva, ¡vaya si han cambiado! Los otros enfocan todo lo mucho que le quedaría por recorrer y, desde esta perspectiva, ¡qué poco han cambiado!

La verdad es que, según cuentan nuestros participantes, ninguna religión es monolítica, sino que suele contener disensiones internas, y conflictos, y que no se puede negar que ha evolucionado, pero en función de cada contexto, cada caso o cada persona. Según cada caso, pareciera que no hubiera evolucionado, o bien que hubiera evolucionado muchísimo, depende del punto de partida. Otra distinción que vino en nuestra ayuda (y que también os recomiendo a vosotros que estáis leyendo esto) es la referida al fondo y a la forma. Muy útil, probadlo y ya veréis. En el fondo, en los contenidos básicos, no ha evolucionado apenas. Sin embargo, en la forma de organizarse los contenidos religiosos, ha habido una gran evolución. Fue lo que pensaron la mayoría de los que allí estaban, ¿qué piensas tú?

No perdamos la pregunta que llevábamos: ¿la religión está hoy en auge, o está en decadencia? Lo discutido hace poco nos vuelve a ser útil. Ya hemos dicho que ha evolucionado en sus aspectos visibles, organizativos, externos, y dicha evolución es bastante cuestionable en algunas materias. (Una línea de investigación que no se planteó en la reunión, te la dejo a ti: la mirada hacia el aspecto interno, personal, de tus creencias religiosas y cómo las llevas, ¿ha ido cambiando, o no?) Para empezar, en muchas ocasiones, que todos podemos traer a la mente, en tantas celebraciones religiosas, se observa cómo la religión se ha vuelto superficial, folclórica. Hay folclore y también hay fervor. Pero hay mucho fervor y hay mucho folclore. Lo interno y lo externo, el fondo y la forma, nos ayudaban a entender bastantes cosas.

Ahora bien, profundicemos lo suficiente para comprender, no nos quedemos en la superficie. Es la llamada de atención del participante que propuso el tema del día y que veía con algo de disgusto cómo el tratamiento del tema podía escamotear algo sustancial del mismo. Lo externo de la religión, su estructura y organización social, no es simplemente algo en lo que quepa fijar la vista para darse cuenta de la posible decadencia del fenómeno religioso. La estructura típica de una organización religiosa es un ropaje perfectamente diseñado que puede siempre aparecer y reaparecer en diversos contextos. Y lo que puede ser razonable dentro de un esquema religioso como sistema social particular, puede conducirnos a situaciones potencialmente muy peligrosas, si logra extenderse como sistema general de una sociedad. El dogmatismo, la idolatría, la devoción, el culto a los símbolos y a un líder divino o cuasi divino, puede arrojarnos, y de hecho nos ha arrojado a lo largo de nuestra historia, y capturarnos, dentro de un sistema de dominación del hombre contra el hombre. Los fascismos de la época contemporánea son una buena muestra. No se trata de igualar fascismo y religión, de ninguna manera. Pero sí, quizás, de ser conscientes de los peligros de una religión intolerante y fanática convertida en credo social y político. Es decir, que es crucial para todos nosotros, creyentes o no creyentes, la expresión correcta y respetuosa de aquella necesidad ancestral de la especie humana, que era el otro nivel y elemento valioso de lo religioso en el hombre.

No es conveniente, quizás, ni falsear ni despreciar ninguno de los dos aspectos del hecho religioso que salieron a la palestra de la discusión filosófica. Tanto a creyentes como a no creyentes nos interesa el desarrollo adecuado de la faceta religiosa humana. Nuestros participantes de aquel día fueron capaces de ejercer una crítica de la religión, en tanto en cuanto pueda convertirse en folclore, espectáculo, o bien en fanatismo religioso. Y con ello no hacían otra cosa que reforzar entre todos el muro de la tolerancia, que tan necesitado está siempre. Seas creyente o no creyente esto te conviene, pues la religión de la escuela de la tolerancia puede contribuir a sembrar de tolerancia otras parcelas de nuestra vida social y a no esparcir otra clase más perniciosa de semillas.

miércoles, 22 de junio de 2011

Sobre la comunicación

Café filosófico Castro 2/8
18 de mayo de 2011, Biblioteca Municipal, 20:00 horas


¿Podemos comunicarnos realmente?

Nada existe; si algo hubiera, no lo podríamos conocer; y si algo pudiéramos conocer, no lo podríamos comunicar a otros (Gorgias de Leontini).

Todo participante en un proceso de entendimiento operaría sobre un consenso de fondo que descansaría en el reconocimiento intersubjetivo de al menos cuatro pretensiones básicas y universales de validez: que cada uno de los participantes se está expresando con sentido -inteligibilidad-, que está dando a entender algo –verdad-, que está dándose a entender –veracidad-, y que se entiende con los demás -corrección normativa- (Jürgen Habermas).


El pasado encuentro filosófico había dejado una cuestión pendiente. Un deseo no satisfecho. Una necesidad balbuciente. Una preocupación latente que aparece y reaparece siempre que intentamos entender y hacernos entender por parte de otros; subterráneo el temor hasta que entra en erupción y conmociona una relación humana entera. Se había discutido sobre los motivos para indignarse y se concluyó el relato de lo que allí pasó aquel día indicando que, ante la falta de comunicación que a veces se da, no hay que indignarse, sino ponernos manos a la obra. Pues bien, ahora tocaba ponerse a reflexionar juntos sobre la posibilidad que tenemos los seres humanos de llegar a comunicarnos. Ya veis que el grupo no deja las cosas para otro día, en la indefinición del “otro día ya lo trataremos”.

¿Podemos llegar a comunicarnos realmente? Siete personas que intentarían satisfacer el interés del día, una cuestión que apunta a la base de nuestra propia reunión, a la pretensión de poner en común lo individual a través de la confrontación dialógica. Dos personas más que aparecieron de súbito casi al final, confundidos con el horario, y que pusieron en serios apuros la complaciente estación en la que había puesto su pie la discusión. Todos ellos fueron los participantes de aquella tarde, constituían el único y auténtico mimbre para poder gestar lo que a continuación se intentará exponer. Si hubieran sido otros, el cesto construido entre todos hubiera sido distinto.

La respuesta inicial a la pregunta presuponía una negación ya en el mismo punto de partida: no nos comunicamos, no hay suficiente comunicación. Y todo el rato se luchaba por comprender a qué se debía esta falta. Es cuestión de acento. Ya sabéis: la botella puede estar medio-llena o medio-vacía. Si enfatizamos las ocasiones en que no nos entendemos, concluimos que la comunicación no es viable. Si lo contrario, concluimos que sí es posible, lo que pasa es que hay que esforzarse en ello: si a veces se puede, es que se puede. Pero, si ya partimos del presupuesto de que es imposible, ¿para qué intentarlo? Sócrates contra Gorgias: esperanza de alcanzar lo deseado y propuesta de trabajo para ello, frente a escepticismo paralizador. El grupo continuó con la indagación. ¿Querría decir que el espíritu socrático dominaba la reunión? ¿O más bien, Gorgias acechante dominará el diálogo al fin y al cabo? ¿Será capaz de convertir a los participantes en acólitos suyos?

No nos comunicamos de verdad, no nos entendemos, y esto ocurre porque creemos que sabemos de todo, que somos tan autosuficientes que… no necesitamos de los demás. ¿Para qué gastar energías en tratar de entendernos con ellos, entonces? Se nota mucho –dicen- en la relación entre jóvenes y mayores. No obstante, para formarse uno como persona, ¿no es cierto que hace falta interactuar con otros? Para educar, ¿no es necesario comunicarse? En el ámbito familiar es frecuente la dificultad para entenderse. Puede ser lo que se ha dicho antes: como creemos que conocemos perfectamente a nuestra pareja, a nuestro hijo, a nuestra madre, ¿para qué escucharle, si ya sé por dónde va? Y puede que sea cierto: no haría falta hablar. –Pero, ¿acaso hay que hablar para comunicarse? -No, no hace falta. Para entenderse no hace falta muchas veces hablar (incluso, los silencios también son significativos y pueden estar cargados de significado). Aunque no estamos tratando ahora acerca de qué medio emplear para entendernos (ya sabemos que hablando se entiende la gente -o intenta entenderse-, según el dicho), sino de entendernos, si es posible entendernos. Los asistentes tienen muy claro el daño que ocasiona poseer una concepción previa de alguien para comunicarte con ese alguien. Este impedimento habría que procurar eliminarlo, señalan. A eso se le llama prejuicio, una carga previa que descargas sobre la posibilidad de comunicarse. Y cuando la descarga se completa, queda ya poco que hacer. Interesante conclusión.

Se estaba hablando de comunicarse, de entenderse. ¿Es lo mismo entender y comunicarse? El grupo inicia así, un pequeño alto en el camino. Pasan al nivel metadiscursivo -es decir, hablan de lo que se está hablando-, para aclarar esta cuestión terminológica. Es interesante darse cuenta -como ellos se dieron cuenta-, de que se puede medir el grado de comunicación a través del grado de entendimiento. Si nos estamos entendiendo, nos estamos comunicando. Y, a su vez, ¿de qué modo podemos saber si nos hemos entendido? –Si estamos de acuerdo, se dijo. Respuesta al uso que hay que pensar más a fondo: para poder pensar lo no pensado. Realmente, ¿no podemos llegar a entendernos sin estar de acuerdo? Si ello fuera posible, es decir, entenderse sin tener que estar de acuerdo, quizás podrían observarse desde un mejor otero nuestras relaciones con otros, a menudo conflictivas, a menudo desesperantes o desgarradas. Muchas discusiones serían productivas, en lugar de destructivas. Aceptar que no siempre podemos estar de acuerdo, ni podemos coincidir del todo, ¿no aliviaría lo bastante una relación como para convivir aceptablemente? ¿Qué os parece? ¿Dejamos de perseguir convencer a nadie, dejamos de perseguir estar de acuerdo en todo con todo el mundo? Quizás se podría abrir un mundo nuevo de relaciones más humanas. Si el objetivo hubiera sido entenderse, en lugar de estar de acuerdo (o más bien, muchas veces, que el otro esté de acuerdo conmigo); en lugar de convencerlo, de persuadirlo a toda costa, de ganar la pugna de la razón (en realidad, la batalla del “yo tengo la razón”), en tantas y tantas situaciones, ¿no nos hubiera cantado otro gallo? ¿No hubiera cantado otro gallo también aquel día? ¿Te acuerdas?

¿Con quién es más fácil entenderse, con alguien extraño o con alguien familiar? El moderador obliga así a retomar así un hilo de discusión anterior, por si podía dar más de sí, estirarse un poco todavía. Porque sucede a veces que nos resulta más fácil y más cómodo comunicarte siendo tú mismo con un extraño. A veces le contamos de nosotros mismos algo que difícilmente confesaríamos a alguien cercano. ¿Qué puede significar esto? Y el grupo se ratifica en la misma línea argumentativa de antes. Será que estamos convencidos plenamente de ello. Y, puesto que se ha arribado al mismo puerto, lo tomaremos como verdad. Una verdad siempre provisional, siempre situada, siempre propia del momento y de las personas de ese momento. Se trata de investigar juntos, y como se trata de una investigación, la investigación nunca concluye del todo. Le sucede hasta a la ciencia mejor establecida socialmente. Seguimos contando: ¿por qué es más fácil entendernos con un extraño en el tren? (Aunque pueda dar alguna vez para un guión cinematográfico de Hitchcock) Porque no interfieren intereses personales que obstaculicen la comunicación. Ponemos lo mejor de nosotros y ponemos todos nuestros sentidos en lo que el otro está diciendo. Es normal que, de esa manera, nos entendamos mejor. De nuevo, ¡otro gallo nos cantaría! ¿No te parece? Si tratáramos a la persona que tenemos delante como si la viésemos la primera vez, no presuponiendo nada y, en todo caso, presuponiendo algún conocimiento previo, sólo si contribuye a facilitar el entendimiento.

Precisamente, la cuestión de los “intereses personales” en la comunicación humana sería la estrella rutilante del último tramo de la discusión. Cuando irrumpieron como un torbellino dos nuevos aspirantes dispuestos a representar su papel, y quien sabe si con ello podrían optar a algún premio ganador. En realidad, fue toda la reunión la que ganó lo que podía ofrecer un nuevo centro de interés, que conduciría la discusión hacia un nuevo derrotero iluminador. Siempre ocurre así cuando podemos mantener la actitud despierta y abierta, ya lo hemos visto antes. Se vuelve a negar la posibilidad de la comunicación humana. Sólo es posible el entendimiento durante la comunicación cortés, aquella que es superficial, aquella en la que se finge entender, en la que se asiente por fuera y se disiente por dentro, o vuela mientras la atención a la llamada telefónica que tengo que hacer después. Uno es cortés como mecanismo de autodefensa, así no tiene que dar otras explicaciones más ajustadas a la realidad, ni tampoco puede ser puesto en cuestión, ni uno ponerse en cuestión a sí mismo. Para no entrar a fondo. Realmente, la comunicación humana siempre es interesada. Suena rotundamente y reverbera su poderoso eco entre las paredes del salón de la biblioteca municipal, esta tesis provocadora, desconfiada, ahora que el grupo ya estaba casi satisfecho de lo hallado hasta el momento.

Y es obvio que hay comunicación interesada. Pensemos en la comunicación orientada a la obtención de alguna prestación o contraprestación social o individual. En las negociaciones. En los acuerdos o pactos, en donde se da para recibir, yo te doy tú me das. En las relaciones de dominio. Hay intereses para todos los gustos: políticos, económicos, individuales, de gremio, prácticos, teóricos… a la medida de cada uno. ¿Quién va a negarlo? Y más hoy día. De ahí que pueda ser interesante cuestionarlo, ya sabéis, nuestra discusión tiende a cuestionar lo evidente, por si acaso no lo es tanto, o bien, oculta otra idea que lo es un poco más. ¿Todas las interacciones humanas son interesadas, es decir, buscan un más allá de la propia interacción? ¿No puede haber una comunicación desinteresada? Gorgias se ha hecho dueño tenaz de la reunión. Apartar nuestros intereses para poder apreciar los del otro se muestra una tarea abocada al fracaso. Todos los intereses son personales y hay tantos como personas y grupos, así que la posibilidad de que dos, o más de dos, se entiendan, no es más que una quimera. Todo lo más, se puede lograr un equilibrio de intereses, que si no se alcanza, ya no hay nada más que buscar. Pero, cuando parecía que se negaba completamente a Sócrates, una y otra vez, empecinadamente, en lugar de alumbrar la desesperanza, dio a luz una nueva manera, más rica quizás, de comprender la comunicación humana. ¿Si no está de por medio el interés no hay comunicación? Pues sí, así es; no es posible, si no aparece en el escenario de la interacción un interés por entenderse, que también es un interés, puede que de los más básicos del ser humano. Y no podemos coincidir en todos nuestros intereses, ni éstos pueden ser equivalentes, es más, pueden ser opuestos y estar dispuestos para que se compita por ellos. Somos demasiado preciosos. No podemos coincidir en todos nuestros intereses, pero podemos compartir un mínimo interés. Unos intereses mínimos. Sería un buen punto de partida. No podemos no comunicarnos.

lunes, 13 de junio de 2011

Sobre el camino a seguir en la vida

CAFÉ FILOSÓFICO CABRA 2/2

Círculo de la amistad, Sala de comedor, a las 5:30 de la tarde, del día 12 de mayo de 2010.




“Todo el mundo puede aportar algo: los mayores porque tenemos un camino ya andado y los más jóvenes porque les queda mucho por andar” (http://profeconradocastilla.blogspot.com/2011/05/cafe-filosofico.html).

“Puede decirse en una sola palabra, que el hombre prudente es en general el que sabe deliberar bien. Nadie delibera sobre las cosas que no pueden ser distintas de como son, ni sobre las cosas que el hombre no puede hacer” (Aristóteles, Ética a Nicómaco).




¿El camino de la vida es nuestro?



Estábamos encantados de que hubiera sido posible una segunda reunión de nuestro Café filosófico en Cabra. Se había hecho esperar más de la cuenta, y se entendía el deseo tan grande que los asistentes mostraban. El deseo de saber, que es, según el viejo Aristóteles, el distintivo más universal del ser humano. De ahí que la entrada del diálogo tuviera un tono marcadamente metafísico (si el hombre desea saber, este deseo no se sacia fácilmente y anhela llegar todo lo más lejos de sí mismo que pueda), aunque, como tendréis ocasión de comprobar, los asistentes no se quedaron ahí, colgados en el más allá de los principios generales, sino que aterrizaron en la realidad que se vive cada día, en concreto entre padres e hijos, entre jóvenes y adultos. Quiere ello decir que, de un mini tratado de metafísica, se pasó apaciblemente a un curso acelerado de pedagogía. Como tiene que ser, puesto que si filosofamos es para vivir y convivir mejor, si se puede, todo lo que se pueda.


Era la segunda vez que nos reuníamos en ese lugar tan especial que es el Círculo de la Amistad, y tan acorde (casi no puede ser más) al espíritu de un encuentro como el nuestro. Como siempre la acogida había sido tan cordial y tan generosa. Y pudimos hablar deliciosamente de nuestras cosas, que son las cosas de todos los seres humanos. La actividad se insertaba entre las actividades culturales de esta institución, programadas para el mes de mayo; y si la hora hubiera sido fijada más avanzada la tarde, podrían haber asistido -así se reconoció después-, más socios de esta sociedad egabrense (se tendrá en cuenta en próximas ocasiones). Ocurrió el encuentro el día después del trágico terremoto en la ciudad de Lorca.


Queríamos conocernos, queríamos saber, cuanto antes, con quiénes estábamos allí reunidos. Sabíamos que unos eran jóvenes y otros, los menos, adultos, que éstos eran profesores, pero que no estaban allí como tales, que muchos eran alumnos y alumnas de bachillerato, y que otros muchos, con todos los que fueron llegando, lo eran de la ESPA. De manera que este abundante reparto de edades le permitió reiterarse a uno de los participantes adultos en su idea de que “todo el mundo puede aportar algo: los mayores porque tenemos un camino ya andado y los más jóvenes porque les queda mucho por andar”. Ningún sitio mejor, entonces, para comprobar este adagio, que nuestra reunión. Ya veréis.


No sabíamos, hasta que nos fuimos presentando unos a otros, que algunos estaban allí para consagrar una experiencia de discusión filosófica que ya habían probado en alguna ocasión; que otros deseaban aprender de otros; algunos querían revivir el interés que les suscitaba una reunión de este tipo; seguramente, unos sabiéndolo, otros sin saberlo, les unía el interés por la filosofía, en concreto, podían querer saborear la oportunidad de discutir tranquilamente cuestiones filosóficas; seguro que había -y de hecho había-, personas a las que les traía hasta allí la curiosidad por una experiencia de este tipo, la convicción de que una reunión, así de filosófica, podría permitir profundizar en la vida; alguno se preguntaba hasta qué punto podría ser algo diferente de una tertulia al uso; y seguro que todos tenían cierta afición a charlar que, si se hace bien, no puede ser más que la otra cara de escuchar. Pues bien, el deseo de saber… no puede quedar en una nube… ha de tener un objeto. Eros no puede vivir sin algo amado, en cuyo lecho anhela reposar cada noche y que le prestará sus alas para despertarse transformado cada amanecer. ¿Qué puedo conocer? ¡El gran problema de la objetividad y la subjetividad del conocimiento humano! ¿Qué me cabe esperar? ¡La expectación por las expectativas de la vida! Pero, aquella tarde comenzaba metafísica, y la vida tomaba como centro la propia naturaleza de la vida humana. Si la vida fuera un camino, ¿cuál sería el camino de la vida? Específicamente, ¿el camino de la vida es nuestro? He aquí la pregunta que iba dirigir nuestra indagación.


Claro que es nuestro. El problema del destino, o si nuestra vida está ya destinada de antemano, tenía una respuesta clara para nuestros participantes. Habíamos elegido estar allí y hacer de aquella nuestra reunión. Y si la meta que perseguimos fuera nuestra, ya si que nadie podría arrebatarnos el camino de nuestra vida. Surge rápidamente una discrepancia: el objetivo de la vida puede venir de fuera de ti y seguir siendo tu vida. Por ejemplo, muchos objetivos provienen, de hecho, de la sociedad en la que vivo; por ejemplo, mis padres fijaron algunas de mis metas en la vida cuando era pequeño. Sin duda, mi vocación pude haber sido prefigurada por los que me rodean. Esta última afirmación no pudo contener por más tiempo la presión de una paradoja que luchaba por estallar. O se desplegaba o estallaba. ¿Una meta de mi camino que no es mía, hace que el camino de mi vida sea mío? ¿O es imposible? Con ejemplos de la vida alumbra el grupo la idea de un mínimo de asunción personal. Es decir, aunque no sea mía originariamente la meta de mi vida, tendría que ser asumida como propia. Si no es posible la satisfacción de este requisito mínimo… puedo tener un serio problema con mi vida. ¿Qué os parece la resolución de aquella paradoja? ¿A que pensaban de verdad los que allí estaban aquella tarde? Tú podías haber sido uno de ellos.


También se dijo que tampoco era bueno que hubiese una excesiva influencia de los demás. Obvio: esto pondría más difícil el reto de asumir tu vida como propia. Quizás, hayáis imaginado que esta salida a la anterior irrupción de la paradoja del vivir, pudiera tener su fuente en los jóvenes de edad allí presentes. Fue también la impresión de este cronista. ¿Había entonces dos tesis antagónicas que estaban marcadas por la edad y la función en la vida? Será muy interesante asistir al desarrollo de este encuentro y poder comprobar hasta qué punto fueron capaces de encontrarse de veras sus participantes. Se replica, a continuación, que no todos los casos son iguales, y que en el caso de los más jóvenes, debido a su inexperiencia, el hecho de que algunas metas les vengan impuestas puede ser incluso bueno para ellos. ¿Estarán de acuerdo aquellos a los que se está aludiendo con esta afirmación? ¿Cómo puede saber un adulto lo que es mejor para una persona joven? Por alusiones, entonces, apenas pueden contenerse los jóvenes, pero se contienen bastante, puesto que la predisposición, en el seno de nuestra reunión, por principio, es una predisposición a entenderse. El ambiente que se crea en una reunión de este tipo es crucial para ello. Así pues, se esforzaron todos por entenderse, pues comparten la idea de que la contraposición es saludable y porque venimos juntos a arriesgarnos pensando lo que el otro piensa, con más razón cuando sea, no ya diferente sino opuesto a lo que pensamos nosotros. De lo contrario no sería más que una tertulia más. Continúan las dudas: ¿y si lo que el adulto impone no es bueno? ¿Y si se equivoca?


En ese momento, se apela a la asimetría de la relación educador/educando. No puede ser lo mismo el que enseña y el que aprende, lo mismo el que sabe que el que no sabe. No puede tratarse de una situación de igualdad. Por definición, se da una superioridad en algún respecto, de una parte respecto de la otra. El horizonte de aquél que sabe lo que viene después, como es el caso del adulto, es muy necesario para el que se está educando todavía y no dispone aún de la suficiente perspectiva. Precisamente, haciendo uso de esta experiencia, el joven podría avanzar más y mejor. Podría salvar errores. Sin embargo, nuestra reunión -como hemos dicho-, abre la posibilidad, cuando haga falta, de pensar lo impensable. Lo que es impensable desde una determinada posición, al ser pensado y problematizado, vuelve a esta posición porosa y el ejercicio mismo enriquecedor: ¿y no es bueno equivocarse, y que el joven se equivoque? Pero el miedo al fracaso te paraliza –se replica-, y si tus padres son capaces de erradicar de ti dicho temor, desarrollarás mejor tu vida. A lo que se responde: ¿y no es también bueno el miedo? ¿No te pone en alerta y a tus capacidades al máximo rendimiento? ¿No te hace ser más prudente? Claro estaba que sí, pero siempre que no te paralice. Tampoco seas temerario. Sin saberlo muchos de ellos, los participantes estaban dando con la definición aristotélica de virtud: un justo medio entre dos extremos, uno por exceso y otro por defecto. Y otra vez lo impensable: ¿y no serán lo padres los que tienen miedo de que sus vástagos se equivoquen y padezcan el sufrimiento que al fracaso acompaña?

Por fortuna, ya el diálogo había atisbado un concepto clave y sumamente esclarecedor, la noción de prudencia, que expresa lo más genuino de la razón práctica humana. Según Aristóteles –ya estáis viendo que cobró mucha vida entre nosotros aquel día-, la racionalidad práctica no es sino la capacidad para deliberar, para decidir justa y sensatamente lo que es mejor en (y para) cada situación, que necesita experiencia y tiempo de maduración. Esta sabiduría práctica de la prudencia no trata de lo no puede ser de otra manera, que la ciencia ha de constatar, ni tampoco de lo que hacemos, que las distintas artes han de construir, sino de nuestras decisiones, que van configurando lo que somos y lo que hacemos. ¡Preciosa manera de acercarse a la función educadora de los padres! ¿Cuál puede ser la reacción del amado ante las excesivas imposiciones del amante? Os lo podéis imaginar: ahí comienza el desamor. De la misma manera, ocurriría con la relación entre padres e hijos, entre educadores y educandos. Un equilibrio a distancia del exceso y el defecto. Y la capacidad prudente para ejercerlo y aplicarlo en cada situación conflictiva.

En esta fase final de la discusión se aportó una imagen, puede que polémica, puede que útil para expresar lo que se acababa de vislumbrar: esa necesidad de ser prudentes en el ejercicio de la función educadora. Sería algo similar a dar correa. Como hacemos con nuestro perro cuando lo sacamos a pasear: no podemos tenerlo atado a nuestros pies, pero tampoco podemos dejarlo que vaya por donde quiera, se enrede, haga daño o se haga daño. Control, pero no inflexible. Orientación, pero no dirección soldada a hierro. Algo así como cuando de pequeños –cuando éramos pequeños los mayores de ahora- se jugaba en el calle al aro: resultaba casi imposible llevarlo en línea recta, debido a la holgura que mediaba entre el alambre gordo rematado en forma de horquilla ovalada y el aro del eje de una rueda de carreta antigua, que era lo que iba girando por el suelo, pero conseguíamos conducirlo y, más o menos, ir a donde pretendíamos ir con él, siempre delante de nuestro pies, sin que se cayera del todo, como pasaba de vez en cuando, para disgusto del conductor que lo tomaba de nuevo y volvía a empezar.

¿Es, por tanto, necesaria dicha holgura para educar bien, con dirección, pero sin estrangular del todo las potencialidades del que se está formando? No todos estaban satisfechos –según confesión posterior de una de las jóvenes participantes- con la imagen de ese “dar correa”, sobre todo por lo del “perro”; ahora bien, el fruto que fue dando en la conversación podía justificar su utilización. Según qué campos o situaciones, según la edad o las capacidades de cada uno, podía precisarse soltar más o menos correa por parte del educador. Habría que tener en cuenta la madurez de cada persona, que no siempre se corresponde con la edad biológica. ¿Y cómo se consigue que una persona vaya madurando mentalmente, sacando máximo partido a su inteligencia para poder vivir mejor? Se responde que hay que tener experiencias, interactuar con el mundo y con los demás. Y si no se expone a ellas, dificultoso será su desarrollo personal. ¿A que no sería recomendable que, tanto padres, como educadores en general, evitaran propiciarlas? Con esta conclusión acabó aquel encuentro de aquel día: cuando se puso tanto énfasis, tanto jóvenes como adultos, que allí estaban, en la función del educador-guía. La misma relación que ha de darse también, quizás, entre el maestro y el discípulo -en realidad, en todos aquellos contextos de asimetría interpersonal, que decíamos-, en la que el maestro enseña al discípulo que no ha de ser discípulo de nadie, y el discípulo lucha por estar cerca de su maestro rebelándose contra él. El camino de nuestra vida está lleno de rigideces y de holguras, el camino trazado entre todos los viajeros les trasladó aquel día desde las posturas rígidas hasta la flexibilidad en las posturas. ¡Qué buen viaje aquella jornada!


martes, 7 de junio de 2011

Sobre la hipocresía

Café filosófico Almenara 5/2
(Sala de Biblioteca del IES Almenara, Vélez-Málaga, 6 de mayo de 2011, a las 17:30 horas)




“Tenemos dos orejas y una boca para que escuchemos el doble de lo que hablamos” (Epicteto).
 
“- Si ése es mi potencial - dijo el caballero - algo terrible sucedió en el camino.
- Sí - replicó Sam - pusiste una armadura invisible entre tú y tus verdaderos sentimientos. Ha estado ahí durante tanto tiempo que se ha hecho visible y permanente.
- Quizá sí escondí mis sentimientos - dijo el caballero - Pero no podía decir simplemente todo lo que se me pasaba por la cabeza y hacer todo lo que me apetecía. Nadie me hubiera querido. El caballero se detuvo al pronunciar estas palabras, pues se dio cuenta que se había pasado la vida intentando agradar a la gente. Pensó en todas las cruzadas en las que había luchado, los dragones que había matado, y en las damiselas en apuros que había rescatado: todo para demostrar que era bueno, generoso y amoroso” (Robert Fisher, El caballero de la armadura oxidada).


“Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo (Karl Marx)".



¿Por qué la hipocresía?


Según parece, el que sería último encuentro filosófico de la temporada fue algo diferente. Muy especial por diversos motivos. Entre ellos, por la agradable novedad de la gran cantidad de participantes noveles, algunos de cuales habían tenido que viajar para estar allí (de Málaga capital, de Sevilla), y por la importancia que cobró, más todavía que lo que se habló, lo que pasó. Ya sabéis: hablamos y, con lo que hablamos y lo que mostramos, actuamos. Y dicha acción nos puede llevar a otras acciones más allá de ella misma. Vamos a presenciar, entonces, cómo de la reflexión sobre la indignación, se deslizó la conversación hacia uno de sus motivos más básicos, la hipocresía, hasta llegar a convertir a la filosofía en acción. Y no es que la filosofía tuviera que dejar de ser conciencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos para pasar a la acción por fin, como prefiriera decir Carlos Marx, sino que desde el ejercicio de la filosofía como práctica filosófica, podemos proponernos transformar el mundo, poniendo algunas piedrecitas para una ética y una política nuevas.

Ya sabéis que allí nos reunimos, no para alcanzar ningún consenso total entre todos los participantes, pero sí un mínimo de acuerdo, tampoco para llegar a ninguna conclusión definitiva, ni siquiera provisional, pero sí puede evaluarse el trabajo realizado y recoger lo más sabroso, que es lo se procuró hacer al final del encuentro y a lo pretende contribuir esta crónica que estáis leyendo ahora mismo. Y nunca olvidéis que, en todo caso, allí se está no para encontrar la verdad, sino siempre para buscarla. Éstas y otras cuestiones introductorias sobre la naturaleza del encuentro fueron las que expuso el moderador, dando paso a la lectura de un breve poema ideado y sentido por una de las participantes. Había viajado para estar con nosotros y para regalarnos uno de sus poemas. Gracias a ella obtuvimos una buena manera de inspirar el trabajo que allí habíamos venido a realizar. El poema sin título de Isabel Gallego nos dejó quizás un poco parados, tratando de integrar su sentido en aquel mismo instante de nuestras vidas. Y así nos dejó, preparaditos para la cuestión que tendríamos que abordar aquella tarde, que todavía no se sabía ni había sido nombrada, pero que se presentaría por sí sola, tranquilamente, y casi sin darnos cuenta de que tenía que ser ésa, que quizás se acurrucaba en el capazo del poema que a continuación os transcribo (¿sería capaz nuestra conversación de aquella tarde de darle un título?:

SIN TÍTULO

Destilación / tala /centro en el que vive / el minúsculo ardor / que conforma la existencia / que existe / sin anécdotas ni gestos / átomo desnudo / arroyo sin teatro / río sin sombra / hay raíces que llegan hasta el fondo / a detener el vuelo de todo lo que es puro / destilación / tala


Stéphane Hessel tuvo la culpa, de nuevo, para que el ejercicio filosófico inicial del encuentro consistiera, a diferencia del anterior, en presentarse personalmente al resto de integrantes de la mesa -compuesta de otras mesas y habilitada para la ocasión en la Biblioteca del IES Almenara, como siempre, junto al té o el café y con pastelillos-, y señalara “algo que me indigna del mundo en que vivo”. Indignarse no es encolerizarse y arremeter violentamente contra todo. No es un ataque de nervios. Indignarse es gritar aquello que es indigno, porque no debe ser tolerado, porque atenta de algún modo contra la dignidad humana. Se trata de un ejercicio de toma de conciencia de lo que no va bien en nuestras vidas que, al realizarlo públicamente y junto a otros, pudiera ir mucho más allá de la rabieta individualista, que se ejerce con los que tenemos cerca y nada más. Verbalizarla y compartirla podría llegar a convertir una disconformidad justa en una acción conjunta transformadora. Ejercitarse en ello es preparar el camino para una política de la ciudadanía, la de verdad, no de la otra, la de los políticos al uso. Practicarlo en un encuentro filosófico, con metodología filosófica, pudiera contribuir a hacer de la filosofía algo más relevante de lo que habitualmente es en ésta nuestra sociedad, una sociedad post-filosófica también, al parecer. De esta manera, la filosofía en estos tiempos que corren, más que algo que decir, tendría algo que pudiera hacer y a lo que pudiera contribuir.

¡Cuántas cosas nos indignan! Por cierto, ¿cuántas cosas nos indignan? Si no lo compartimos, no lo podemos saber, y podemos seguir indignados así solitariamente toda la vida. Tampoco podría saber que no soy el único que está indignado por lo mismo. Ahora comprobaremos rápidamente qué es lo que más nos indignaba a todos aquella tarde, el primer viernes del mes de mayo, preludio de toda una noche de tormenta, que no tuvo nada que ver con el ambiente apacible de que había podido disfrutarse horas antes.

Haciendo un largo recuento que cuente con el pasado, nos indigna el odio que se generó con la guerra civil española, del que la mayoría de los que estábamos allí habíamos oído hablar y que el participante más veterano vivió en su carnes; nos indigna que no se aprecie lo que se tiene; aquellas ocasiones en que nos sentimos cohibidos y no decimos lo que sentimos de verdad, pero más todavía cuando no lo podemos decir; el odio que se da a veces hacia los demás, o de unos a otros; directamente ya dicho: la hipocresía, la doble moral que solemos gastar en demasía; también, la no esclarecida del todo muerte de Bin Laden puede contener aspectos que nos indignen por lo que pudiera poseer de desprecio de la vida (o incluso de jactancia de la muerte) de otro; la falta de responsabilidad personal, o la incapacidad para asumirla verdaderamente en tantas ocasiones; nos indignamos cuando los seres humanos abordan el hecho religioso de un modo intolerante y desemboca en extremismo peligroso y descorazonador; que no se escape la hipocresía, que nos indigna demasiado como para dejarla escapar así como así, vuelve a manifestarse en este sentido otro participante; además, nos hace falta mucha más pasión en lo que hacemos, ¡fuera la apatía!; no nos gusta nada tener que ponernos caretas sociales; nos indigna la situación de abandono en que se encuentran hoy muchos seres humanos; la avaricia, que ha generado y sigue generando tantas desigualdades; finalmente, se dice, que ganaríamos mucho si el contexto de superficialidad en que nos movemos fuese perdiendo terreno.

¿Obtuvo ya su título el principal motivo para el diálogo conjunto de aquella tarde? Verbalizar lo que nos indigna mostró lo que más nos indigna, y ya no pudo despegarse de ello el interés de la discusión. Fue imposible plantear otras temáticas, pues había una pregunta que se abriría paso inexorablemente, aclamada sin aclamación expresa: ¿por qué la hipocresía? Así que tuvo que pasarse de la indignación al compromiso filosófico de tratar de esclarecer qué tiene la hipocresía, que tanto nos indigna. Y, si se puede, horadar un poco su vientre pasando realmente a la acción, si se podía.

Por desgracia, abunda la hipocresía: en el orden social, en el orden legal, la hipocresía del lenguaje, la referida a las relaciones humanas… Y no se pudo seguir en el terreno teórico… Un caso sentido aflora en ese momento, una situación de carne y hueso que necesitaba hacerse oír por todos. La situación personal que uno puede sentir cuando se ve obligado a ponerse caretas para ser como los demás quieren que seas. Y lo mismo que surgió la necesidad de expresar, surgió la necesidad de ayudar. Alguien parecía un poco perdido y alguien que se veía capaz de orientarlo, un adulto en este caso, una adolescente en el otro caso. Un consejo psicológico se dejó oír y todos escuchamos atentamente, pues bien sabíamos que nadie -o es difícil que alguien-, pueda lograr escapar del todo a la larga mano de la presión social. Y sin embargo, nuestra reunión pretende tener un carácter filosófico, no psicológico. ¿Cómo podríamos lograr un transcurrir filosófico, y no tanto psicológico? No se trataba, es claro, de menospreciar el apoyo psicológico, pero ¿podríamos indagar juntos un poco para ver lo que la reflexión filosófíca pudiera depararnos?

El maestro de filosofía por antonomasia, el mejor perfilado, Sócrates, nos aportó un método genuinamente filosófico, el de la definición socrática. Si queríamos que nuestra reunión tuviera un talante y un fondo plenamente filosóficos, de manera que todos y cada uno poseyéramos igualdad de palabra (isegoría) -siendo todos expertos por igual en la vida que vivimos-, celebrar una vez más dicho ejercicio filosófico de la definición podía facilitarlo. Fue la oferta del moderador y a ello se aplicó el grupo. Se trataba de partir del caso compartido anteriormente y de otros más que salieran a la palestra para, a continuación, extraer lo común y hallar así de algún modo algo de la esencia más íntima de la hipocresía humana.

La ley, por ejemplo, se interpreta siempre y eso, negar que se interpreta y cómo se interpreta, eso es hipocresía. Puede haber interpretaciones muy perversas que dejen en la cuneta a seres humanos injustamente. El legalismo es muy peligroso, pues ya no se pone la ley al servicio de los seres humanos, sino más bien al revés, pudiendo llegar a acometerse verdaderas atrocidades. Y se contó el caso real de un chico inmigrante que estaba sufriendo una situación de este tipo. Enseguida prendió la preocupación en la reunión y se narraron más pormenores del caso, que suscitaron la implicación inmediata de los asistentes. Del todo, nunca se desprendió la discusión de este caso, y se aportaron ideas para su resolución satisfactoria. Daremos cuenta de ello al final de este relato. Por consiguiente, el diálogo sufría una suerte de lucha interna entre dedicar todo el esfuerzo al tratamiento del caso, o bien al esclarecimiento de la hipocresía que representaba. Por un lado, lo real, y por otro, comprender lo real, como correspondía a una reunión filosófica como la que nos había convocado. Para ser justa esta crónica con lo que allí pasó debería tratar de ambas perspectivas.

Sigue la discusión, no sin trabajo, para poder separase un poco del acuciante caso real que le atrapaba; que nos motiva, pero que a la par nos impide adoptar un punto de vista más amplio. Decíamos que a la ley se le puede dar un tratamiento hipócrita, pues bien, por esa regla de tres, algo que no esté sujeto a interpretación, es decir, algo que esté plenamente moldeado y bien definido, no podría caer tan fácilmente en el saco sin fondo de la hipocresía. Pero entonces, por ejemplo, una persona intolerante puede sentirse muy segura de sí misma, en particular, una persona racista puede tener las ideas muy claras. Ahora bien, ¿no ha tenido que ser moldeada para pensar lo que piensa y defender lo que defiende? Pues, de la mima manera el hipócrita, ¿no puede estar siendo, haber sido, moldeado igualmente? Esta problematización, que se hizo brevemente de la hipótesis propuesta para dar con la definición de la hipocresía, podría acercarnos a una playa más tranquila en la que reconocer el porqué de la hipocresía. ¿Es que no puede la hipocresía modelarse y dejarse modelar socialmente por el contexto en que la persona desarrolla su vida? Contextos en los que más fácilmente puede generarse el círculo de la hipocresía. Ya nos advierte la etimología de la palabra hipocrités (en griego, señalaba el arte que se tenía para desempeñar un determinado papel teatral) de la presencia del juego de lo falso y lo verdadero, y de qué modo un contexto social determinado puede generar de forma habitual la conciencia de lo falso que se hace pasar por lo verdadero. Esto forma parte de la vida del teatro y de la interpretación como tal del actor, pero aquí todos sabemos que es teatro y a eso vamos al teatro, para aprehender la verdad a través de lo fingido. El problema está en la falsa conciencia de lo verdadero y de lo falso.

Una participante adulta, y ya que allí se encontraba rodeada de bastantes jóvenes, manifiesta la preocupación por la vida en las redes sociales de Internet, en donde la hipocresía puede construirse, quizás tan fácilmente instalarse y hallar su hogar. En dichos sitios, sin mucha dificultad, puede enmascararse la identidad y la pretensión real de alguien. Por lo tanto, se traspasa el límite de la hipocresía cuando ya no somos lo que somos, se afirma. ¿Por qué somos hipócritas cuando somos hipócritas? Un modo actual de acción típico es cuando se actúa para competir y ser mejor que otros. Terreno abonado para la hipocresía. Otro modo típico es actuar buscando el destino de otro, vivir la vida de otro, tan alentado hoy día a través de los medios de comunicación. Así que tenemos dos fuentes de hipocresía: la que proporciona el contexto de la competición y el que propicia el de la inautenticidad. (Así que ya queda claro también cómo no ser tan hipócritas). Y para poder ser un poco más auténticos, un joven participante recuerda aquello tan importante de que debemos escuchar más y hablar menos. No lo hacemos y así es más fácil ser hipócritas. El que mucho habla, mucho yerra, dice el refranero: para mantener su nivel de locución continua, a duras penas puede mantenerse fiel a sí mismo y tiene que echar mano constantemente de la vida de otros.

Una cuestión preocupante surge, y tenía por raíz algo que se acababa de decir: si la competitividad es un rasgo de nuestro tiempo, la hipocresía debe estar a la orden del día. Para adaptarnos, es posible que recurramos a ser algo hipócritas, por dejarnos llevar. Pero, ¿es que la vida en sí misma no es desempeñar una determinada función? Mejor dicho: ¿no somos muchos papeles, que representamos diariamente? Toma el grupo consciencia, con ayuda de uno de los participantes adultos, de que esto quizás sea inevitable: somos muchos papeles a la vez. Y qué pasa -se cuestiona-, es que no podemos ejercer varios papeles en la vida, como de hecho hacemos, y ser a la vez auténticos como personas. Somos hijos, padres, enseñamos y aprendemos, somos amigos y enemigos depende para quién, amamos y odiamos. Somos todo eso. La hipocresía, sin embargo, únicamente se instala cuando uno va contra sí mismo, cuando se muestra como lo que no es, como ya se dijo. Se está ocultando ante los demás detrás de una máscara, pero lo peor es cuando se oculta uno ante sí mismo.

Esto puede ser entendido como una lucha personal. Pero no hay lucha personal que no tenga un trasfondo social, que es el marco en el que se desenvuelve la persona. Retomando un hilo anterior: cuando reina un contexto de hipocresía social generalizada, ¿es más fácil o más difícil ser menos hipócrita? Quizás necesitamos atacar ambos planos. Sería más fácil, si construimos un marco social en el que tenga cabida la diferencia y se le haga justicia plenamente. Y necesitamos también aceptarnos y aceptar a los demás, tanto como a nosotros mismos. ¿Cómo crear un contexto de mayor autenticidad? Ahí quedó planteada esta pregunta final, puede que tema para otro día, pues ya era hora evaluar el trabajo realizado. Se hizo un pequeño repaso de esta última temporada de cafés filosóficos y se valoró satisfactoriamente esta última sesión.

Pero no todo quedó ahí. Por eso decíamos al principio que para hacerse una idea cabal de esta reunión de aquel día, la crónica de lo que se habló ha de ir acompañada de una reseña de lo que pasó. Y es que la mecha de la indignación prendió y la discusión fraguó actuación. Surgieron ideas para la acción. Surgió la ayuda entre algunos participantes para que el caso particular del chico inmigrante que estaba sufriendo los efectos devastadores de la hipocresía legal pudiese acabar bien. De tal manera que dos de los participantes se citaron para llevar el caso a los medios de comunicación. Parece ser que es una manera muy eficaz de romper con las rigideces del sistema y con la indiferencia de los políticos que se dedican a la política. Cuánta hipocresía política ahí encerrada, ¿no es cierto? Esto hicieron y todo aquello dijeron los participantes del último café filosófico de la temporada, y eso que no sabían todavía lo que se avecinaba el día 15M. ¿O acaso eran tan permeables que estaban preparando el ambiente para una democracia más real ya?


lunes, 2 de mayo de 2011

Sobre la indignación

Café filosófico Castro 7/2

(Biblioteca Municipal de Castro del Río, 27 de abril de 2011, a las 20:00 horas)








¿Hay motivos para la indignación?


“Crear es resistir, resistir es crear” (Stéphane Hessel).
“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo" (Ortega y Gasset).


El cambio a una hora más tardía se mostró buena idea, pues, a diferencia de los últimos encuentros, este día se dieron cita un mayor número de participantes. Y estaban indignados, ¡vaya si lo estaban! Se propusieron varios temas de discusión –entre ellos estaban la fidelidad, la sinceridad y la verdad-, pero no hizo falta decidir, la indignación se abrió paso como un vendaval. ¿Tenían motivos para estar indignados? Ya lo veremos. Hasta puede que haya demasiados motivos de indignación en el mundo que vivimos. Para que se pueda entender mejor la naturaleza del encuentro filosófico -su fortaleza ante las inclemencias circundantes-, hay que saber que ese día llovía y los participantes habían podido salir indemnes del ataque mediático de otro clásico futbolístico más.


Lo primero, había que definir mínimamente a qué se refiere eso de la indignación. Estaba muy claro que se refería a un sentimiento de cabreo, -por qué no decirlo con esta palabra tan expresiva-, de rebelión contra lo indigno, es decir, aquello que suponga un ataque a la dignidad de la vida humana. Está muy claro que el mensaje de Stéphane Hessel está calando, que su grito está siendo escuchado y que está encontrando eco social e individual porque se produce a tiempo, en ese momento oportuno en que algo puede ser comprendido y puede transformase quizá en acción. ¡Indignaos! ¡Reacciona! Los alaridos de la sociedad civil que se mueve, y que vuelve a hacer política de las suyas, de las de la ciudadanía, más allá de la política de los políticos al uso.

Está, entonces, entre los motivos, la indignación por la política y los políticos que tenemos. Una de las razones para la indignación que fue sometida a juicio sumarísimo y de preocupación aquella tarde. Que les llevó a proponer “no votar”, una acción abstencionista que es analizada por nuestros participantes. ¿Qué pasaría si no votásemos? Posiblemente, los pocos votos que quedasen serían repartidos sin rubor y justificarían igualmente el estatus quo, para continuar de la misma manera haciendo política: de espaldas al pueblo el resto del tiempo, siguiendo sus propios fines, propios o de partido. Otra opción, puede que algo más eficaz, se comenta, la que expuso José Saramago en su novela Ensayo sobre la lucidez: el voto en blanco. Por si acaso, el grupo apostó nítidamente por la acción, aparte de la omisión del voto. Habría que ayudar a la política a que entendiese muy clarito el sentido de la abstención, manifestándolo en la calle o donde hiciera falta.

¿Y es que no existen demasiados motivos de peso como para no para indignarse con los culpables de la crisis financiera, la economía virtual, que ha llevado a una crisis de la economía real, que estamos pagando todos nosotros con dinero público, con paro, con pobreza y con crisis social? Medida que se podía tomar: ponernos de acuerdo y sacar el dinero de los Bancos. En Islandia, como sabéis, el pueblo ha reaccionado, y ha rechazado pagar la deuda de sus Bancos.

Y es otro motivo de indignación: cómo, habitualmente, tantos y tantos intereses ponen todos los medios a su alcance para la manipulación de la población. A base de publicidad y con malinformación. Pero no a todos y a todas han conseguido manipular. La prueba es que todavía es posible quedar juntos, coincidir juntos muchos. No todos están manipulados. Y se puede quedar juntos de múltiples maneras y a través de múltiples medios.

Nos indigna también la privatización de servicios o de empresas públicas. Al socaire de que a veces no funcionan bien, o de que algunos se logran de ello, se viene a justificar el neoliberalismo más desalmando, entregando a la jauría de lobos hambrientos sectores económicos enteros o empresas que funcionan bien y presentan superávits (¡qué listos que son!). Bastaría controlar bien aquello que no funcione bien en la empresa pública, y no utilizarlo como excusa para hacer negocio privado en detrimento de lo público, que sería donde podríamos beneficiarnos todos y no unos cuantos. Y si queremos que lo publico sea amado, respetado y defendido un poco más –como se suele decir que ocurre en otros países centroeuropeos- demos ejemplo y orientemos la educación hacia esa meta, en donde el bien individual no se conciba desligado del bien común. Estar bien educado, que no es lo mismo que estar bien formado -matizaron los participantes durante la discusión, algo desbocada por la fuerza de los sentimientos de indignación que allí se agolpaban. Cuando hablamos de educación, decían, nos referimos a la educación de la persona y de la ciudadanía para que sepan lo que quieren (y no nos den gato por liebre).

Motivos y acciones, que se fueron desglosando aquella tarde, entre los muchos que tenemos hoy día para indignarnos. Y puede haber muchos motivos y puede haber tantos como personas críticas haya con respecto al orden de cosas actual. Pero, para poder comenzar a actuar es suficiente la conciencia colectiva de que tenemos motivos para la indignación, y de que muchos de ellos, los más acuciantes, podemos compartirlos. Sólo, basta con que nos lo comuniquemos unos a otros. La indignación solitaria, individual, puede ser ineficaz, no así la indignación colectiva. Ésta puede ser muy productiva. Un caso que expuso una joven que acudía por primera vez a nuestra cita nos sirvió muy bien de campo de pruebas. Se trataba de una injusticia en relación con el acceso a la profesión de la enseñanza. Una indignidad que se sufrió personalmente, y que parecía al principio del diálogo socrático pregunta-respuesta una indignación personal solamente. Pero como de daba la misma injusticia respecto a muchos, hubo protesta colectiva y se acabó reconociendo la dignidad menoscabada de todos y la de cada uno. Y lo consiguió la conciencia de que no afectaba sólo a uno y de que no me salvo yo si no salvo mi circunstancia (que comparto con otros). Es lo que necesitamos. Que seamos capaces de trascender un poco más allá de mí. Pues nos quiere aislados el sistema dominante actual. Salir de mí es el primer paso -que arranca de la compasión colectiva, como ya se vio en un café filosófico anterior-, para la indignación conjunta, que nos podrá llevar sin ruptura de la continuidad hacia la acción, y hacia la insurrección pacífica, cuando haga falta.

¿Es lo anterior posible? ¿Podríamos lograr una acción conjunta, tomando como base la indignación compartida? ¿Realmente, podríamos llegar a compartir lo que siempre se presenta de un modo individual, personal, y hasta egoísta, muchas veces? Algunos obstáculos a la comunicación interpersonal se apuntaron casi al final de la reunión. Existen hoy día muchas adormideras sociales, de manera que cada uno acaba mirando poco más que su propio ombligo. El ombligo del mundo nos creemos en muchas ocasiones. Por ejemplo, el mundo audiovisual en que vivimos, que nos hipnotiza, que nos lleva a ver –muchas veces a telever- y a no entender. Y también se acercó de nuevo el fantasma de la desconfianza mutua. No hay nada peor que pueda crecer entre los humanos. Tantas veces que aparece, cuando los seres humanos –demasiado humanos- se emplazan para intentar ponerse de acuerdo, por si acaso pueden llegar a un acuerdo.

Primero, desconfianza en la forma de desesperanza generalizada: “esto no va a cambiar”, “no aprendemos”, “cada cual va a lo suyo”. “Haría falta que apretara el zapato para que el personal se movilizase”. Pregunta: ¿y es que ya no está llegando el momento en que nos está apretando con fuerza? Segundo, la desconfianza hacia ti, que estás a mi lado, o que pasas por mi lado, la desesperanza por ti, que es, en el fondo, una desesperanza hacia mí mismo. Uno de los asiduos participantes en la reunión narró una experiencia significativa: alguien se dejó olvidado un chaquetón en un sitio público y pudo recuperarlo más tarde íntegro, algo que aquí, entre nosotros -se dice-, podría ser cuando menos dudoso. -Vale, pero, tenemos otras experiencias de que sí ha ocurrido aquí eso mismo. Y entonces qué, si a veces se ha conseguido, si, en ocasiones, los otros no me han defraudado, ¿por qué privilegiar las ocasiones en que sí lo han hecho? ¿No hablábamos antes de la educación? Pues la educación más eficaz es la educación a través del ejemplo. Había una vez un lugar tan mustio y tan hosco, en el que casi nadie se saludaba al cruzarse por un pasillo del lugar de trabajo. Pero, bastó con que uno de ellos se empeñase en seguir con el saludo cortés (daba igual que fuera correspondido o no), una vez tras otra, una vez tras otra, para que poco a poco se fuera generalizando el saludo. No todos saludaban, pero todos respiraban una ambiente más amable, limpio de caras alargadas y más lleno de confianza mutua. Y había otra vez en que alguien venía de vivir en una gran ciudad, en la que tanta prisa se tenía siempre que era ponerse el semáforo en rojo y ya se estaban dado de pitidos unos a otros, protegidos y aislados dentro de su automóvil. Pero llegó a otro lugar en que, si tú estabas en un cruce sin posibilidad alguna de poder salir para incorporarte a la corriente mayoritaria de la vía, siempre había alguien que te cedía el paso amablemente. ¡Y allí ocurría frecuentemente! ¡Y así se alentaba el seguir haciéndolo! ¡Y así no iba ganando terreno lo contrario! Y eran los mismos seres humanos, simplemente, con contextos de aprendizaje mutuo diferentes.

La acción conjunta es posible. Si a veces se puede, siempre se puede. O, al menos, siempre cabe luchar para conseguirlo. No avanzó mucho más el debate aquella tarde, pues la desconfianza hizo algo de mella también allí -siempre está acechando- y se dedicaron los participantes a tratar entenderse, y a no desentenderse demasiado en esta fase final de la reunión. Sucede siempre que uno olvida que comparte con el otro más de lo que le separa, y que lo mismo que el otro siente tú también sientes. Que muchas veces estamos diciendo lo mismo, pero que el tono y las palabras es lo que más nos están separando. Por eso queremos una reunión de este tipo: para practicar la posibilidad que siempre tenemos de entendernos. Y ante la dificultad no hay que indignarse, sino ponernos manos a la obra.

miércoles, 20 de abril de 2011

Fukushima y los "Átomos para la paz"

Para poder entender qué hacemos aquí, suele ser útil retroceder y analizar cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo hemos llegado al desastre actual, y potencialmente catastrófico a nivel global, de Fukushima, el último gran episodio que estamos sufriendo del peligro nuclear? Habría que saber cómo y por qué comenzó todo. Nos daríamos cuenta de que cualquier tecnología que usamos actualmente se ha construido social e históricamente. ¿No había otros modos de obtener energía eléctrica? Después se ha ido viendo que sí. ¿Por qué, entonces, se invirtió tanto dinero y esfuerzo, por qué se puso a trabajar a la ciencia y a la ingeniería en esa dirección? Si nos hubiéramos puesto a trabajar en otras líneas de investigación, ¿no habríamos también logrado grandes avances en la generación de electricidad a partir de energías limpias? Se pueden rastrear históricamente intereses (económicos, militares, políticos, corporativos…), que nos permitirían entender cómo hemos llegado hasta aquí. Y se puede comprender que si hubieran predominado otros intereses, más adecuados social, ecológica y éticamente, el desarrollo científico-técnico también habría sido diferente, y no estaríamos como estamos.

Os copio este texto muy iluminador de Kristin Shrader-Frechette, que me viene a la mente cada vez que observo con preocupación lo que nos está pasando en la central atómica de Fukushima:

“Desde 1940 hasta 1945 los Estados Unidos gastaron dos billones de dólares en desarrollar las primeras bombas atómicas utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial. Después de ello, el gobierno necesitó veinte años y más de 100 billones de dólares en subvenciones para desarrollar los primeros reactores energéticos que generaran electricidad. Las razones para comenzar a desarrollar los reactores de fisión en los años cuarenta y cincuenta eran que los militares querían bombas y el gobierno esperaba sacar ventaja de su nueva tecnología tanto para propósitos pacíficos como para época de guerra. Los científicos eran optimistas acerca del programa “Átomos para la paz”: proporcionaba una razón fundamental no bélica para continuar con el desarrollo de la energía nuclear. Empujado tanto por la intensificación de la guerra fría como por la esperanza del átomo pacífico, el gobierno pudo desarrollar reactores comerciales y, a la vez, obtener un tipo de plutonio para armas como un subproducto del reactor. (…) Los Estados Unidos gastaron billones de dólares de los presupuestos de investigación y desarrollo en reactores enfriados por agua, porque no eran complejos de construir y porque su combustible era uranio enriquecido, que ya se estaba usando para hacer explosivos. Existían plantas de enriquecimiento con la finalidad de la bomba, y su funcionamiento continuado sólo se podía justificar si se utilizaban también para hacer combustible para los reactores. Como resultado de ello, la tecnología nuclear de los Estados Unidos está construida según un diseño de uranio enriquecido, enfriado por agua…que están sujetos a un riesgo mucho mayor de “fundición del núcleo”, la principal causa potencial de los accidentes catastróficos de los reactores. (…) A las empresas energéticas se les concedieron subvenciones gubernamentales para que desarrollaran plantas de energía nuclear, y en 1956 la comisión de energía Atómica garantizó la compra del plutonio que produjeran estas plantas, ya que era necesario para el desarrollo gubernamental de las cabezas nucleares. En 1957 ya estaba lista para su funcionamiento la primera planta comercial atómica de la nación (en Shippingport, Pennsylvania).

Aunque la defensa nacional y la posibilidad de desarrollar una fuente de energía limpia, barata, abundante, proporcionaron la razón última fundamental para comenzar el desarrollo comercial de la energía nuclear, la tecnología siguió expandiéndose, incluos después de que los Estados Unidos tuvieran plutonio armamentístico más que suficiente como subproducto de los reactores. Como consecuencia, los Estados Unidos han patrocinado el desarrollo de una tecnología sin valorar en absoluto si es un medio deseable para un fin algo diferente, a saber, la energía eléctrica en vez de las cabezas nucleares y los “Átomos para la paz” (K. S. Shrader-Frechette, Energía nuclear y bienestar público, Madrid, Alianza Editorial, pp. 20-4).