Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

martes, 7 de junio de 2011

Sobre la hipocresía

Café filosófico Almenara 5/2
(Sala de Biblioteca del IES Almenara, Vélez-Málaga, 6 de mayo de 2011, a las 17:30 horas)




“Tenemos dos orejas y una boca para que escuchemos el doble de lo que hablamos” (Epicteto).
 
“- Si ése es mi potencial - dijo el caballero - algo terrible sucedió en el camino.
- Sí - replicó Sam - pusiste una armadura invisible entre tú y tus verdaderos sentimientos. Ha estado ahí durante tanto tiempo que se ha hecho visible y permanente.
- Quizá sí escondí mis sentimientos - dijo el caballero - Pero no podía decir simplemente todo lo que se me pasaba por la cabeza y hacer todo lo que me apetecía. Nadie me hubiera querido. El caballero se detuvo al pronunciar estas palabras, pues se dio cuenta que se había pasado la vida intentando agradar a la gente. Pensó en todas las cruzadas en las que había luchado, los dragones que había matado, y en las damiselas en apuros que había rescatado: todo para demostrar que era bueno, generoso y amoroso” (Robert Fisher, El caballero de la armadura oxidada).


“Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo (Karl Marx)".



¿Por qué la hipocresía?


Según parece, el que sería último encuentro filosófico de la temporada fue algo diferente. Muy especial por diversos motivos. Entre ellos, por la agradable novedad de la gran cantidad de participantes noveles, algunos de cuales habían tenido que viajar para estar allí (de Málaga capital, de Sevilla), y por la importancia que cobró, más todavía que lo que se habló, lo que pasó. Ya sabéis: hablamos y, con lo que hablamos y lo que mostramos, actuamos. Y dicha acción nos puede llevar a otras acciones más allá de ella misma. Vamos a presenciar, entonces, cómo de la reflexión sobre la indignación, se deslizó la conversación hacia uno de sus motivos más básicos, la hipocresía, hasta llegar a convertir a la filosofía en acción. Y no es que la filosofía tuviera que dejar de ser conciencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos para pasar a la acción por fin, como prefiriera decir Carlos Marx, sino que desde el ejercicio de la filosofía como práctica filosófica, podemos proponernos transformar el mundo, poniendo algunas piedrecitas para una ética y una política nuevas.

Ya sabéis que allí nos reunimos, no para alcanzar ningún consenso total entre todos los participantes, pero sí un mínimo de acuerdo, tampoco para llegar a ninguna conclusión definitiva, ni siquiera provisional, pero sí puede evaluarse el trabajo realizado y recoger lo más sabroso, que es lo se procuró hacer al final del encuentro y a lo pretende contribuir esta crónica que estáis leyendo ahora mismo. Y nunca olvidéis que, en todo caso, allí se está no para encontrar la verdad, sino siempre para buscarla. Éstas y otras cuestiones introductorias sobre la naturaleza del encuentro fueron las que expuso el moderador, dando paso a la lectura de un breve poema ideado y sentido por una de las participantes. Había viajado para estar con nosotros y para regalarnos uno de sus poemas. Gracias a ella obtuvimos una buena manera de inspirar el trabajo que allí habíamos venido a realizar. El poema sin título de Isabel Gallego nos dejó quizás un poco parados, tratando de integrar su sentido en aquel mismo instante de nuestras vidas. Y así nos dejó, preparaditos para la cuestión que tendríamos que abordar aquella tarde, que todavía no se sabía ni había sido nombrada, pero que se presentaría por sí sola, tranquilamente, y casi sin darnos cuenta de que tenía que ser ésa, que quizás se acurrucaba en el capazo del poema que a continuación os transcribo (¿sería capaz nuestra conversación de aquella tarde de darle un título?:

SIN TÍTULO

Destilación / tala /centro en el que vive / el minúsculo ardor / que conforma la existencia / que existe / sin anécdotas ni gestos / átomo desnudo / arroyo sin teatro / río sin sombra / hay raíces que llegan hasta el fondo / a detener el vuelo de todo lo que es puro / destilación / tala


Stéphane Hessel tuvo la culpa, de nuevo, para que el ejercicio filosófico inicial del encuentro consistiera, a diferencia del anterior, en presentarse personalmente al resto de integrantes de la mesa -compuesta de otras mesas y habilitada para la ocasión en la Biblioteca del IES Almenara, como siempre, junto al té o el café y con pastelillos-, y señalara “algo que me indigna del mundo en que vivo”. Indignarse no es encolerizarse y arremeter violentamente contra todo. No es un ataque de nervios. Indignarse es gritar aquello que es indigno, porque no debe ser tolerado, porque atenta de algún modo contra la dignidad humana. Se trata de un ejercicio de toma de conciencia de lo que no va bien en nuestras vidas que, al realizarlo públicamente y junto a otros, pudiera ir mucho más allá de la rabieta individualista, que se ejerce con los que tenemos cerca y nada más. Verbalizarla y compartirla podría llegar a convertir una disconformidad justa en una acción conjunta transformadora. Ejercitarse en ello es preparar el camino para una política de la ciudadanía, la de verdad, no de la otra, la de los políticos al uso. Practicarlo en un encuentro filosófico, con metodología filosófica, pudiera contribuir a hacer de la filosofía algo más relevante de lo que habitualmente es en ésta nuestra sociedad, una sociedad post-filosófica también, al parecer. De esta manera, la filosofía en estos tiempos que corren, más que algo que decir, tendría algo que pudiera hacer y a lo que pudiera contribuir.

¡Cuántas cosas nos indignan! Por cierto, ¿cuántas cosas nos indignan? Si no lo compartimos, no lo podemos saber, y podemos seguir indignados así solitariamente toda la vida. Tampoco podría saber que no soy el único que está indignado por lo mismo. Ahora comprobaremos rápidamente qué es lo que más nos indignaba a todos aquella tarde, el primer viernes del mes de mayo, preludio de toda una noche de tormenta, que no tuvo nada que ver con el ambiente apacible de que había podido disfrutarse horas antes.

Haciendo un largo recuento que cuente con el pasado, nos indigna el odio que se generó con la guerra civil española, del que la mayoría de los que estábamos allí habíamos oído hablar y que el participante más veterano vivió en su carnes; nos indigna que no se aprecie lo que se tiene; aquellas ocasiones en que nos sentimos cohibidos y no decimos lo que sentimos de verdad, pero más todavía cuando no lo podemos decir; el odio que se da a veces hacia los demás, o de unos a otros; directamente ya dicho: la hipocresía, la doble moral que solemos gastar en demasía; también, la no esclarecida del todo muerte de Bin Laden puede contener aspectos que nos indignen por lo que pudiera poseer de desprecio de la vida (o incluso de jactancia de la muerte) de otro; la falta de responsabilidad personal, o la incapacidad para asumirla verdaderamente en tantas ocasiones; nos indignamos cuando los seres humanos abordan el hecho religioso de un modo intolerante y desemboca en extremismo peligroso y descorazonador; que no se escape la hipocresía, que nos indigna demasiado como para dejarla escapar así como así, vuelve a manifestarse en este sentido otro participante; además, nos hace falta mucha más pasión en lo que hacemos, ¡fuera la apatía!; no nos gusta nada tener que ponernos caretas sociales; nos indigna la situación de abandono en que se encuentran hoy muchos seres humanos; la avaricia, que ha generado y sigue generando tantas desigualdades; finalmente, se dice, que ganaríamos mucho si el contexto de superficialidad en que nos movemos fuese perdiendo terreno.

¿Obtuvo ya su título el principal motivo para el diálogo conjunto de aquella tarde? Verbalizar lo que nos indigna mostró lo que más nos indigna, y ya no pudo despegarse de ello el interés de la discusión. Fue imposible plantear otras temáticas, pues había una pregunta que se abriría paso inexorablemente, aclamada sin aclamación expresa: ¿por qué la hipocresía? Así que tuvo que pasarse de la indignación al compromiso filosófico de tratar de esclarecer qué tiene la hipocresía, que tanto nos indigna. Y, si se puede, horadar un poco su vientre pasando realmente a la acción, si se podía.

Por desgracia, abunda la hipocresía: en el orden social, en el orden legal, la hipocresía del lenguaje, la referida a las relaciones humanas… Y no se pudo seguir en el terreno teórico… Un caso sentido aflora en ese momento, una situación de carne y hueso que necesitaba hacerse oír por todos. La situación personal que uno puede sentir cuando se ve obligado a ponerse caretas para ser como los demás quieren que seas. Y lo mismo que surgió la necesidad de expresar, surgió la necesidad de ayudar. Alguien parecía un poco perdido y alguien que se veía capaz de orientarlo, un adulto en este caso, una adolescente en el otro caso. Un consejo psicológico se dejó oír y todos escuchamos atentamente, pues bien sabíamos que nadie -o es difícil que alguien-, pueda lograr escapar del todo a la larga mano de la presión social. Y sin embargo, nuestra reunión pretende tener un carácter filosófico, no psicológico. ¿Cómo podríamos lograr un transcurrir filosófico, y no tanto psicológico? No se trataba, es claro, de menospreciar el apoyo psicológico, pero ¿podríamos indagar juntos un poco para ver lo que la reflexión filosófíca pudiera depararnos?

El maestro de filosofía por antonomasia, el mejor perfilado, Sócrates, nos aportó un método genuinamente filosófico, el de la definición socrática. Si queríamos que nuestra reunión tuviera un talante y un fondo plenamente filosóficos, de manera que todos y cada uno poseyéramos igualdad de palabra (isegoría) -siendo todos expertos por igual en la vida que vivimos-, celebrar una vez más dicho ejercicio filosófico de la definición podía facilitarlo. Fue la oferta del moderador y a ello se aplicó el grupo. Se trataba de partir del caso compartido anteriormente y de otros más que salieran a la palestra para, a continuación, extraer lo común y hallar así de algún modo algo de la esencia más íntima de la hipocresía humana.

La ley, por ejemplo, se interpreta siempre y eso, negar que se interpreta y cómo se interpreta, eso es hipocresía. Puede haber interpretaciones muy perversas que dejen en la cuneta a seres humanos injustamente. El legalismo es muy peligroso, pues ya no se pone la ley al servicio de los seres humanos, sino más bien al revés, pudiendo llegar a acometerse verdaderas atrocidades. Y se contó el caso real de un chico inmigrante que estaba sufriendo una situación de este tipo. Enseguida prendió la preocupación en la reunión y se narraron más pormenores del caso, que suscitaron la implicación inmediata de los asistentes. Del todo, nunca se desprendió la discusión de este caso, y se aportaron ideas para su resolución satisfactoria. Daremos cuenta de ello al final de este relato. Por consiguiente, el diálogo sufría una suerte de lucha interna entre dedicar todo el esfuerzo al tratamiento del caso, o bien al esclarecimiento de la hipocresía que representaba. Por un lado, lo real, y por otro, comprender lo real, como correspondía a una reunión filosófica como la que nos había convocado. Para ser justa esta crónica con lo que allí pasó debería tratar de ambas perspectivas.

Sigue la discusión, no sin trabajo, para poder separase un poco del acuciante caso real que le atrapaba; que nos motiva, pero que a la par nos impide adoptar un punto de vista más amplio. Decíamos que a la ley se le puede dar un tratamiento hipócrita, pues bien, por esa regla de tres, algo que no esté sujeto a interpretación, es decir, algo que esté plenamente moldeado y bien definido, no podría caer tan fácilmente en el saco sin fondo de la hipocresía. Pero entonces, por ejemplo, una persona intolerante puede sentirse muy segura de sí misma, en particular, una persona racista puede tener las ideas muy claras. Ahora bien, ¿no ha tenido que ser moldeada para pensar lo que piensa y defender lo que defiende? Pues, de la mima manera el hipócrita, ¿no puede estar siendo, haber sido, moldeado igualmente? Esta problematización, que se hizo brevemente de la hipótesis propuesta para dar con la definición de la hipocresía, podría acercarnos a una playa más tranquila en la que reconocer el porqué de la hipocresía. ¿Es que no puede la hipocresía modelarse y dejarse modelar socialmente por el contexto en que la persona desarrolla su vida? Contextos en los que más fácilmente puede generarse el círculo de la hipocresía. Ya nos advierte la etimología de la palabra hipocrités (en griego, señalaba el arte que se tenía para desempeñar un determinado papel teatral) de la presencia del juego de lo falso y lo verdadero, y de qué modo un contexto social determinado puede generar de forma habitual la conciencia de lo falso que se hace pasar por lo verdadero. Esto forma parte de la vida del teatro y de la interpretación como tal del actor, pero aquí todos sabemos que es teatro y a eso vamos al teatro, para aprehender la verdad a través de lo fingido. El problema está en la falsa conciencia de lo verdadero y de lo falso.

Una participante adulta, y ya que allí se encontraba rodeada de bastantes jóvenes, manifiesta la preocupación por la vida en las redes sociales de Internet, en donde la hipocresía puede construirse, quizás tan fácilmente instalarse y hallar su hogar. En dichos sitios, sin mucha dificultad, puede enmascararse la identidad y la pretensión real de alguien. Por lo tanto, se traspasa el límite de la hipocresía cuando ya no somos lo que somos, se afirma. ¿Por qué somos hipócritas cuando somos hipócritas? Un modo actual de acción típico es cuando se actúa para competir y ser mejor que otros. Terreno abonado para la hipocresía. Otro modo típico es actuar buscando el destino de otro, vivir la vida de otro, tan alentado hoy día a través de los medios de comunicación. Así que tenemos dos fuentes de hipocresía: la que proporciona el contexto de la competición y el que propicia el de la inautenticidad. (Así que ya queda claro también cómo no ser tan hipócritas). Y para poder ser un poco más auténticos, un joven participante recuerda aquello tan importante de que debemos escuchar más y hablar menos. No lo hacemos y así es más fácil ser hipócritas. El que mucho habla, mucho yerra, dice el refranero: para mantener su nivel de locución continua, a duras penas puede mantenerse fiel a sí mismo y tiene que echar mano constantemente de la vida de otros.

Una cuestión preocupante surge, y tenía por raíz algo que se acababa de decir: si la competitividad es un rasgo de nuestro tiempo, la hipocresía debe estar a la orden del día. Para adaptarnos, es posible que recurramos a ser algo hipócritas, por dejarnos llevar. Pero, ¿es que la vida en sí misma no es desempeñar una determinada función? Mejor dicho: ¿no somos muchos papeles, que representamos diariamente? Toma el grupo consciencia, con ayuda de uno de los participantes adultos, de que esto quizás sea inevitable: somos muchos papeles a la vez. Y qué pasa -se cuestiona-, es que no podemos ejercer varios papeles en la vida, como de hecho hacemos, y ser a la vez auténticos como personas. Somos hijos, padres, enseñamos y aprendemos, somos amigos y enemigos depende para quién, amamos y odiamos. Somos todo eso. La hipocresía, sin embargo, únicamente se instala cuando uno va contra sí mismo, cuando se muestra como lo que no es, como ya se dijo. Se está ocultando ante los demás detrás de una máscara, pero lo peor es cuando se oculta uno ante sí mismo.

Esto puede ser entendido como una lucha personal. Pero no hay lucha personal que no tenga un trasfondo social, que es el marco en el que se desenvuelve la persona. Retomando un hilo anterior: cuando reina un contexto de hipocresía social generalizada, ¿es más fácil o más difícil ser menos hipócrita? Quizás necesitamos atacar ambos planos. Sería más fácil, si construimos un marco social en el que tenga cabida la diferencia y se le haga justicia plenamente. Y necesitamos también aceptarnos y aceptar a los demás, tanto como a nosotros mismos. ¿Cómo crear un contexto de mayor autenticidad? Ahí quedó planteada esta pregunta final, puede que tema para otro día, pues ya era hora evaluar el trabajo realizado. Se hizo un pequeño repaso de esta última temporada de cafés filosóficos y se valoró satisfactoriamente esta última sesión.

Pero no todo quedó ahí. Por eso decíamos al principio que para hacerse una idea cabal de esta reunión de aquel día, la crónica de lo que se habló ha de ir acompañada de una reseña de lo que pasó. Y es que la mecha de la indignación prendió y la discusión fraguó actuación. Surgieron ideas para la acción. Surgió la ayuda entre algunos participantes para que el caso particular del chico inmigrante que estaba sufriendo los efectos devastadores de la hipocresía legal pudiese acabar bien. De tal manera que dos de los participantes se citaron para llevar el caso a los medios de comunicación. Parece ser que es una manera muy eficaz de romper con las rigideces del sistema y con la indiferencia de los políticos que se dedican a la política. Cuánta hipocresía política ahí encerrada, ¿no es cierto? Esto hicieron y todo aquello dijeron los participantes del último café filosófico de la temporada, y eso que no sabían todavía lo que se avecinaba el día 15M. ¿O acaso eran tan permeables que estaban preparando el ambiente para una democracia más real ya?


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