Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 20 de abril de 2011

Fukushima y los "Átomos para la paz"

Para poder entender qué hacemos aquí, suele ser útil retroceder y analizar cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo hemos llegado al desastre actual, y potencialmente catastrófico a nivel global, de Fukushima, el último gran episodio que estamos sufriendo del peligro nuclear? Habría que saber cómo y por qué comenzó todo. Nos daríamos cuenta de que cualquier tecnología que usamos actualmente se ha construido social e históricamente. ¿No había otros modos de obtener energía eléctrica? Después se ha ido viendo que sí. ¿Por qué, entonces, se invirtió tanto dinero y esfuerzo, por qué se puso a trabajar a la ciencia y a la ingeniería en esa dirección? Si nos hubiéramos puesto a trabajar en otras líneas de investigación, ¿no habríamos también logrado grandes avances en la generación de electricidad a partir de energías limpias? Se pueden rastrear históricamente intereses (económicos, militares, políticos, corporativos…), que nos permitirían entender cómo hemos llegado hasta aquí. Y se puede comprender que si hubieran predominado otros intereses, más adecuados social, ecológica y éticamente, el desarrollo científico-técnico también habría sido diferente, y no estaríamos como estamos.

Os copio este texto muy iluminador de Kristin Shrader-Frechette, que me viene a la mente cada vez que observo con preocupación lo que nos está pasando en la central atómica de Fukushima:

“Desde 1940 hasta 1945 los Estados Unidos gastaron dos billones de dólares en desarrollar las primeras bombas atómicas utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial. Después de ello, el gobierno necesitó veinte años y más de 100 billones de dólares en subvenciones para desarrollar los primeros reactores energéticos que generaran electricidad. Las razones para comenzar a desarrollar los reactores de fisión en los años cuarenta y cincuenta eran que los militares querían bombas y el gobierno esperaba sacar ventaja de su nueva tecnología tanto para propósitos pacíficos como para época de guerra. Los científicos eran optimistas acerca del programa “Átomos para la paz”: proporcionaba una razón fundamental no bélica para continuar con el desarrollo de la energía nuclear. Empujado tanto por la intensificación de la guerra fría como por la esperanza del átomo pacífico, el gobierno pudo desarrollar reactores comerciales y, a la vez, obtener un tipo de plutonio para armas como un subproducto del reactor. (…) Los Estados Unidos gastaron billones de dólares de los presupuestos de investigación y desarrollo en reactores enfriados por agua, porque no eran complejos de construir y porque su combustible era uranio enriquecido, que ya se estaba usando para hacer explosivos. Existían plantas de enriquecimiento con la finalidad de la bomba, y su funcionamiento continuado sólo se podía justificar si se utilizaban también para hacer combustible para los reactores. Como resultado de ello, la tecnología nuclear de los Estados Unidos está construida según un diseño de uranio enriquecido, enfriado por agua…que están sujetos a un riesgo mucho mayor de “fundición del núcleo”, la principal causa potencial de los accidentes catastróficos de los reactores. (…) A las empresas energéticas se les concedieron subvenciones gubernamentales para que desarrollaran plantas de energía nuclear, y en 1956 la comisión de energía Atómica garantizó la compra del plutonio que produjeran estas plantas, ya que era necesario para el desarrollo gubernamental de las cabezas nucleares. En 1957 ya estaba lista para su funcionamiento la primera planta comercial atómica de la nación (en Shippingport, Pennsylvania).

Aunque la defensa nacional y la posibilidad de desarrollar una fuente de energía limpia, barata, abundante, proporcionaron la razón última fundamental para comenzar el desarrollo comercial de la energía nuclear, la tecnología siguió expandiéndose, incluos después de que los Estados Unidos tuvieran plutonio armamentístico más que suficiente como subproducto de los reactores. Como consecuencia, los Estados Unidos han patrocinado el desarrollo de una tecnología sin valorar en absoluto si es un medio deseable para un fin algo diferente, a saber, la energía eléctrica en vez de las cabezas nucleares y los “Átomos para la paz” (K. S. Shrader-Frechette, Energía nuclear y bienestar público, Madrid, Alianza Editorial, pp. 20-4).



domingo, 17 de abril de 2011

Sobre el alma

Café filosófico Castro 6/2
(Biblioteca Municipal de Castro del Río, 30 de marzo de 2011, a las 19:30)



 ¿Qué es el alma?

Una vez más estábamos reunidos, en el salón de actos de la Biblioteca Municipal de Castro del Río, para tratar de descubrir algo juntos. Puede ser algo pequeño, pero no hay asunto pequeño en el vivir. Puede ser algo ya dicho, pero necesita ser actualizado. Puede ser algo ya pensado, pero es mejor ponerlo en común.

Preocupaba el cuerpo y la conciencia, y su relación. Nos ocupamos del alma. ¿Qué es el alma? ¿Existe el alma? Tienen ya costumbre los participantes y saben trabajar con el pensamiento. Primero es menester saber si existe el alma y, una vez pensado esto, tratar de definirlo. Ellos así lo dijeron, el moderador no tenía más que propiciarlo.

La mejor prueba del alma es el sentir. Mi cuerpo me duele. Siente. Los sentidos me hacen sentir mi cuerpo, mis sentimientos, mi alma. También sentimos que algo está mal o que algo está bien. Y nos planteamos sobre el sentido moral de la conciencia, a través de un caso extremo: ¿tuvo Hitler conciencia de lo que hizo?

Pero, en medio de la conversación irrumpió una confesión, vino un regalo de uno a los otros. Sucede siempre que alguien se abre a los demás y aflora algo humano, la posibilidad de vivir algo humano a través de lo que otro ha vivido. Se nos abre, así, una puerta que explorar a los demás; se nos abre, a nuestra manera, una nueva manera de vivir. Y además tenía nombre puesto: reververancia del alma. ¿Alguna vez habéis sentido el pasmo de uno mismo? Una especie de autoconciencia del ser pensante, que se desdobla a sí mismo y se ve a sí mismo ahí, delante de sí mismo. Si no lo habéis sentido, que sepáis que se puede sentir. Alguien lo ha sentido, y estaba entre nosotros. Así que si eres un ser humano, lo puedes llegar a vivir también. Una aventura, un abismo más extremo, más radical que el puenting o la velocidad. Y además se puede ejercitar… y tiene ventajas… para aquél que lo practica.

¿Tenía conciencia Hitler de lo que hacía? Platón diría que podía tener conciencia pero de un modo desviado. Es decir, que su alma estaba mal orientada puesto que miraba a donde no debía. Creía mirar al bien, pero no miraba al verdadero bien. No era consciente, entonces, del verdadero bien. Veremos ahora lo que tendrá que decir Aristóteles, su discípulo, que también estuvo allí en acto aquella tarde con nosotros.

Así pues, el alma es la conciencia. -Que no, que no es así. Que la conciencia es sólo una función del alma. -Y la consciencia de mi conciencia, el darme cuenta de lo que pienso o siento, también. ¡Cualquiera se descuida con estos expertos! La investigación afinaba cada vez más. ¿Hay alma sin autoconciencia? Pues sí. La respuesta a esta pregunta del moderador, para confirmar la posición a la que parecían apuntar los participantes, no dejaba lugar a dudas. El alma va más allá de la conciencia y más allá de la consciencia. Es decir, es algo previo. El alma es vida.

Hay muchas formas de vida. -Pues… tantas hay de alma. La vida en ti: como la vivas, como la entiendas, como te enfrentes a la muerte. Y después, está la vida en los otros, en su memoria biológica o mental, y la vida después del cuerpo muerto, sea la que sea tu creencia religiosa al caso. Pero ellos se refirieron a algo más fundamental, algo previo a cualquier posicionamiento, algo más básico: donde hay vida hay alma, o viceversa. Mucha atención. Identificar el alma con la vida nos convierte a los seres vivos en algo especial frente a lo inerte. Y habría tantas formas de alma como tantas formas hay de vida. No lo olvidemos nunca. Pues así, toda forma de vida será digna de respeto, de la misma manera que queremos que se respete, y respetamos, nuestra propia vida. A toda forma de vida, aunque no tenga conciencia de sí misma, a todos los seres vivos. Nosotros no somos los únicos que poseemos la tan asombrosa concreción de la vida.

Digamos, pues, tomando la investigación desde el principio, que lo animado se distingue de lo inanimado por vivir. Y como la palabra «vivir» hace referencia a múltiples operaciones, cabe decir de algo que vive aun en el caso de que solamente le corresponda alguna de ellas, por ejemplo, intelecto, sensación, movimiento y reposo locales, amén del movimiento entendido como alimentación, envejecimiento y desarrollo. De ahí que opinemos también que todas las plantas viven (Aristóteles, Acerca del alma, libro II).




domingo, 3 de abril de 2011

Sobre el sentido de la vida

Café Filosófico Almenara 4/2
(25 de marzo de 2011, Sala de Biblioteca, 17:30 horas)





¿Cuál es el sentido de la vida?




"Dice Cicerón que filosofar no es otra cosa que prepararse para morir. Esto es así porque el estudio y la meditación detraen en cierta medida nuestra alma y, llevándola fuera de nosotros, la fecundan, dejando aparte el cuerpo, lo que a su modo resulta un aprendizaje a semejanza de la muerte; o bien es porque toda la sabiduría y el discurso sobre el mundo se resuelve y acaba en este punto: el enseñarnos a no temer a la muerte” (Michel de Montaigne, Ensayos).



Vivimos tiempos convulsos en un escenario globalizado, lo que hace que nos hayamos vuelto especialmente sensibles. Como nuestro mundo ahora es mucho más amplio y lo lejano resulta cada vez más cercano, no podemos evitar sentirnos afectados por tantas dificultades y tantos agravios que en él se producen cada día. Bueno era entonces que, si el mundo está como está, intentáramos comenzar nuestro encuentro filosófico inoculando a la reunión una dosis de espíritu positivo. Y lo curioso fue que, ante la propuesta del moderador a cada uno de los participantes de que señalasen “algo que me gusta del mundo en que vivo”, se pudo observar la dificultad que había en tal intento. Costaba un poco de trabajo enfatizar algo que me gusta del mundo en que vivo. ¿Tantas cosas van tan mal? ¿O es que nos hemos acomodado demasiado en la desesperanza o el conformismo? El ejercicio prometía, pues parece que nos hace falta aprender a apreciar lo que tenemos -que nunca es tan poco-, a valorar lo que hemos logrado -pues también ha habido logros- que es el trampolín para tomar impulso y luchar por ir mejorando lo que peor nos vaya.

Y sí que había cosas que nos gustaran especialmente del mundo en que vivimos. ¿No es maravilloso lo que tiene de imprevisible? Entre otras cosas, por eso estábamos juntos allí, para ver qué nos deparaba el encuentro. Y no me digáis que no es valiosa la certeza, que tenemos por experiencias pasadas, de que siempre hay salida, siempre surge algo que te anima y te ayuda a seguir adelante. ¿Y compartir esta vida con otros seres humanos que también están dispuestos a aprender? Quizás no todos, ni siempre todos, pero haberlos haylos. ¿No estábamos allí también para eso? Que la vida esté llena de gente con la que compartir la vida es mucho. ¿Y la salud, cuando disfrutamos de ese estado? Podemos tener achaques y molestias, o enfermedades, pero, ¿a que esto no se da siempre? Es importante recordar de vez en cuando estas cosas básicas. También somos solidarios, no siempre, pero no deja de asombrarnos cada vez que se produce. La entrega de un ser humano a otro no tiene precio. Y recordemos en los momentos más bajos que siempre están ahí como mínimo la familia -o al menos alguna parte de ella- y los amigos –no nos hacen falta tantos-. Se dice que los seres humanos buscamos respuestas, aunque no siempre las encontramos, pero, ¿quién nos quita el placer de hacer preguntas? Nadie nos puede quitar eso. En estos tiempos es frecuente la queja de que, en ocasiones, la gente valora sólo lo exterior, pero es sano recordar que no siempre es así, que también se mira el interior de las personas. Y así se fue desgranando una buena cosecha de satisfacciones del vivir de hoy día.

Los temas que salieron a la palestra eran los temas que correspondían al ramillete de personas que componían la reunión. Catorce personas dispuestas a tratar determinadas cuestiones inmediatas o mediatas, pero que no podían ser otras que las que le iban al momento único que les congregaba. La intervención militar en Libia y, en general, la cuestión de si puede haber guerras justificadas; el sentido de la vida, tema que ya sabéis que fue el que más sedujo a los participantes; las relaciones humanas y, por último, un cuestionamiento del altruismo, éste último tema fue el segundo más deseado. Así pues: ¿Qué significa el sentido? ¿Tiene sentido la vida? ¿El sentido de la vida es único, o puede haber varios? Preguntas, por ese orden, que debían guiarnos en nuestra búsqueda del sentido de la vida.

¿Cuál es el sentido de la vida? Primero, habría que saber, apuntan estos expertos en la vida, que cuando se busca el sentido se busca una finalidad a la que se oriente la vida. Que necesitamos adquirir conocimiento para que dicho sentido aflore. Pero que la vida tiene un sentido ahora, antes de la muerte. Lo que quiere decir que el grupo que se reunió allí, aquella tarde en la biblioteca del IES Almenara, no estaba dispuesto a conceder ninguna clase de abono al nihilismo. Constructivos y vitalistas se iban mostrando. ¿Había sido fértil, entonces, el ejercicio filosófico preliminar? Eso parecía al menos, si es que no venían ya con esa actitud. Recordemos la juventud que estaba allí presente, bien sea por su edad (había alumnado de la ESO, hasta de tercer curso), o bien sea por su espíritu juvenil. Y tomaron el problema por donde más daño hacía, lo más opuesto aparentemente a la vida, la muerte. Porque el sentido de la vida puede cobrarse si uno es una persona que logra morirse a gusto, dijeron muy clarito.

Por otro lado, esta paradoja del vivir que es el vivir para morirse, pero que tiene más sentido si consigues morirte satisfecho de tu vida, cada uno la lleva como puede. Y está claro que el sentido siempre ha de ser subjetivo: cada uno encuentra el sentido a su vida, y no puede ser de otra manera. ¿Hay que llevar a cabo esta tarea como si fuese una contrarreloj? ¿Con prisas? La vida es urgencia, es cierto, pero es muy importante -insisten nuestros expertos en el vivir, puesto que viven-, aprender a aprovechar los momentos que nos brinda. Cada momento. El instante de cada momento, siempre único, siempre nuevo, lo único que de verdad tenemos, pero que no tiene que agobiarnos como si luchásemos contra nosotros mismos. Es mejor hacerlo sin prisas, con orden, sin desesperaciones. Aunque tampoco hay que caer en la dejadez de “la calle del luego que te lleva a la plaza del nunca”. Ni vivimos tanto, ni vivimos tan poco. Ya me entendéis.

¿Y qué pasa con aquél que no encuentra mínimamente un sentido? Pues que tendríamos terreno abonado para la enfermedad. La depresión, sin ir más lejos, patología tan propia de nuestro tiempo. (Ya os advertí que tratábamos con expertos). Y, por el contrario, un afortunado sería el que encontrase dicho sentido. Se apunta acto seguido que es posible que sea el sentido el que te encuentre a ti, un don que puedes recibir o no recibir. Así que, por eso se dijo que las prisas eran malas consejeras, en este asunto como en tantos otros importantes. Pero tú busca, sin agobios pero busca, que el que busca encuentra. Algo hallará. ¿Y por qué a algunos les cuesta más trabajo que a otros? No aprovechan bien sus momentos, se responde. Dos hipótesis: el egoísmo y la pereza. Se centró la discusión en el egoísmo, que era lo menos obvio.

¿De qué manera uno puede ser un obstáculo para sí mismo, en la búsqueda del sentido? No porque no tengas que encontrarlo tú mismo tu propio sentido, claro que no. Es que aparece con frecuencia un egoísmo superlativo, ese egoísmo prepotente, que es el peligroso. Y, a continuación, nos regalan los asistentes a la reunión una guía básica para todo el que le interese la cuestión. Lo primero, no olvides que el conocimiento te ayuda a encontrar el sentido, pero no cualquier conocimiento, el más preciado es el conocimiento de mí mismo. Así sabrás de tus límites y de tus posibilidades. ¿Y cómo puedes reconocer tus límites? Poniéndote a prueba a ti mismo. Hay que lanzarse y descubrirse a uno mismo. Esta no es, sin embargo, una tarea solitaria. En el camino te ayudan los demás. Tratando con los demás lograrás mejor tu empeño. Y si te pruebas a ti mismo sucesivamente, esto te permitirá ir desplazando tus limitaciones, y de esta manera éstas serán menos restrictivas para ti.

No hay que olvidar, y se cita, el conocido dicho aristotélico que relaciona el valor de un éxito con el grado de esfuerzo que se ha invertido en ello. Creo que dice así: “la virtud, como el arte, se consagra constantemente a lo que es difícil de hacer, y cuanto más dura es la tarea más brillante es el éxito”. Y se comprueba esta tesis. ¿No hay cosas importantes que están contigo y que no te hayan supuesto demasiado esfuerzo? La vida misma, por ejemplo, se te ha regalado, y tu familia, si la amas, también. De todos modos, ya sean retos impuestos por otros, ya sean autoimpuestos, que no suelen ser tan trabajosos, este paréntesis aristotélico no distrae de acabar el diálogo insistiendo en la relevancia de proponernos retos, lo que nos ayudará a aprender a superar obstáculos… que nos anime en la búsqueda del sentido de nuestra vida. Ya que, quizás, la vida tenga menos sentido si no estás implicado en ella, si no la amas; sin amar, porque de ello puede que dependan tus ganas de vivir, tu motivación para hacerte uno con la vida de modo que puedas encontrar el mejor sentido a la vida de que seas capaz y, como se dijo, de “morirte a gusto”.

Y se dio por finalizado el encuentro. La hora y media que duró aproximadamente se hizo corta, pero era tarde y al moderador se le notaba ya algo cansado. Antes, sin embargo, se sugirió un posible foco de interés para otro día, en torno a la utilidad de la política y los políticos.