Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 2 de abril de 2012

Sobre la relaciones humanas

Café filosófico Almenara 3.1
23 de marzo de 2012, Sala de biblioteca, 17:30 horas.



Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro.
(Thomas Hobbes)

La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren.
(Arthur Schopenhauer)



¿Por qué son un problema las relaciones humanas?



Después de un tiempo de convalecencia del animador de estos cafés filosóficos, la disposición de las estrellas (o quizás los dioses) dieron su beneplácito para la reanudación de los mismos. Había, por fin, suficiente ánimo, porque las ganas acumuladas eran muchas. Tendréis ocasión de comprobar cómo, tantas eran las ganas que se volvieron insaciables de tan impetuosas que se mostraron. De hecho, duró el encuentro así como dos horas y media.

Para abrir boca y preparar el ambiente, se propone un ejercicio filosófico aparentemente simple: cada participante debía relatar el último momento plenamente consciente que había sentido en su vida. Ese instante más o menos duradero en que, recientemente, me sentí muy vivo, con una conciencia especial de las cosas y de mí mismo. Puede ser lo mismo algo placentero que algo doloroso, hablamos de conciencia. La sorpresa y extrañeza iniciales no se avinieron luego bien con la cantidad de momentos conscientes de interés que se pudieron oír aquella tarde, en la que los organizadores del encuentro tuvieron que hacer encaje de bolillo para hacer compatible lo material, en este caso, un problema mecánico del vehículo del moderador, con la posibilidad de conducir tranquilamente y sin sobresaltos nuestra investigación filosófica. (Esto era lo espiritual, ¿qué te creías? ¿Te creías que el filosofar no tiene que ver con el desarrollo de tu espíritu?). Veréis ahora cómo las personas que allí estaban, alumnos y alumnas de edades variadas, cinco profesoras y un ex-alumno del Centro que ya había participado en otras ocasiones y que volvía con arrollador ímpetu, y alguien más, nos regalaban sus experiencias espirituales: esta última persona, realmente, no era alguien más, pues era capaz de disfrutar de la calma y conciencia del mundo que se puede notar una mañana que te levantas al alba, oyendo, viendo y oliendo olores nuevos, sensaciones recién hechas; hace poco fue su cumpleaños y sentir cómo los demás sentían con ella, convirtió a tal sorpresivo momento en un momento especialmente consciente en la vida reciente de una segunda participante; que sea rechazada una solicitud tuya de beca para algo que a ti te produce mucha ilusión, no parece un buen momento que digamos, pero sí lo es la conciencia de que uno estaba preparado para ello; cuando llueve después de algún tiempo y respiramos, sentimos de un modo distinto (¿a ti no te ha pasado?); también me siento yo mismo, siendo útil, cuando veo que otra persona reconoce la parcialidad de su verdad parcial (muy socrático este asistente al café); es una pena, no tengo momentos conscientes, de tan atareado que estoy con este dichoso segundo curso de bachillerato que no me deja ni a sol ni a sombra, decías con alguna pesadumbre, pero, ¿es que no estás siendo consciente de ello ahora mismo?, (ya sabes lo que quieres, no es poca cosa esto, en cuanto puedas seguro que lo llevarás a cabo); recordamos, con la siguiente participante, lo que pasa cuando muere alguna persona cerca de nosotros, que se aprecia mejor la vida que tenemos temporalmente, y más todavía si era una persona que dejó mucha huella en los que le rodeaban, también en ti, pues, a través de su pureza personal aprecias mejor lo que es puramente tu vida; cuando contemplo el atardecer me parece que no soy yo solo en el mundo, sino uno con el mundo (¡grandioso!, muchos sabios se han contentado con aspirar a una experiencia así); una mala noticia también te puede situar en el borde de la cotidianidad y ser consciente de mucho, vaya que sí; he sentido mi soledad (hay que estar muy alerta para darte cuenta), cada persona es un mundo y yo soy otra persona más con su mundo propio; ver amanecer constituye también, para este último participante en la reunión, un milagro renovado y al alcance de cualquiera que sea un poco consciente, antes de que llegarán tarde otros dos más, él y ella, junto a los que no pudimos reconocer con su ayuda algún otro momento consciente más.

El ambiente estaba dispuesto, personas atentas y deseosas de ser conscientes, dispuestas a generar juntas una conciencia mayor, si era posible, a través de nuestra investigación filosófica. Sin embargo, al principio no resultaba especialmente sencillo verbalizar dicha conciencia. Parecía ésta más rápida y elocuente que las palabras necesarias para enunciarla. Se comprende así que costara un poco de trabajo proponer temáticas para discutirlas en el seno del grupo. Al final, salieron compuestas y ligadas: yo y el mundo, el problema de las relaciones con los demás, la posibilidad de cambiar el mundo, el bien y el mal. Como se llevó la palma “el problema de las relaciones humanas”, primero era conveniente plantearse si, realmente, dichas relaciones eran un problema, o no. Con cierta sorpresa por parte del moderador, que casi no quiso cuestionar la respuesta, se dijo con contundencia y casi unanimidad, que son un conflicto permanente. De todos modos, no se pudo inhibir del todo el moderador y preguntó: ¿siempre son un conflicto? No siempre, pero sí la mayoría de las ocasiones. Así que se determinó la pregunta principal del día: ¿por qué son un problema las relaciones humanas, en tantas ocasiones? Admitiéndose que hay también muchos momentos en los que las relaciones pueden llegar a ser más pacíficas y gratificantes. Bueno, pues ya estaba claramente delimitada la investigación. Había que tomar conciencia del porqué de esos casos problemáticos, quizás demasiado abundantes.

Una de las participantes adultas quiso saber si se estaba hablando de aquello que Sartre recogía en su conocida frase y qué significado tenía: “el infierno son los otros”. Se le respondió que las relaciones pueden ser eso cuando los otros se te enfrentan, o sólo se percibe que se te enfrentan, cuando se aprovechan de ti, o sólo se percibe que se aprovechan de ti, cuando no soy capaz de juzgarme más que a través de los otros. Con ello la conversación no avanzaba, pues parecía solazarse en el carácter problemático de las relaciones humanas, y necesitábamos dar un paso más. ¿Por qué sucede, cuando sucede? El joven impetuoso, atractivo y exigente, sentenciaba que era el dominio del otro, del hombre por el hombre, lo que enturbiaba cualquier relación. Exigía de todos los participantes la máxima atención hacia su tesis. Era atractiva y desafiante y el grupo no podría dejar de atenderla adecuadamente, como a continuación veremos. Otra de las participantes adultas le secunda trayendo un símil del mundo animal (quizás tendría que ver con nuestra parte más cercana al reino animal): “el orden de picoteo”. Sucedería igual que en un gallinero, donde se establece por imperativo natural una jerarquía en el derecho a picar del grano esparcido. Con la diferencia de que, en el orden humano, dichas jerarquías se instauran por razones de fuerza social o individual y se producen situaciones que son percibidas como agresión y dan lugar a daño personal. Así podemos referirnos a lo básico que viene recogido en la noción marxiana de alienación: el sujeto se siente explotado, utilizado, desposeído de aquello que le corresponde de suyo, ninguneado o maltratado.

¿Por qué son un problema las relaciones humanas? Además de lo dicho, por la incomprensión mutua que producen. Causa que habría también de ser desplegada. Se estaba trazando un plan de vuelo: recoger las causas y luego analizar qué podíamos hacer con ello. Porque se ponen de manifiesto mis carencias o limitaciones, se añade, problemática que no dio tiempo a analizar posteriormente y que quedó en el tintero. Por último, se apunta el exceso de ego y, junto a ello, la envidia, que tal vez supone más bien un corto y esmirriado ego.

Veamos pues. ¿Qué podemos hacer, ante estas situaciones de problemática relación interpersonal? Sobre la primera causa, el dominio: lograr restablecer un mínimo equilibrio. Llegar a ello costó algo de esfuerzo. Os cuento más o menos cómo fue el desarrollo de la discusión. Hay un miedo ancestral, visceral, dentro del dominador, alega el proponente del la tesis del dominio. El violento, por ejemplo, siente un miedo que le conduce a la autodefensa agresiva y dominadora de los otros. Interesante hipótesis que el grupo tampoco podía dejar pasar la oportunidad de explotar suficientemente. “El violento tiene miedo”, sorprendente y sugerente propuesta. Se abordan dos ejemplos o campos de comprobación de la hipótesis: la relación profesor-alumno y la relación padre-hijo. El profesor pone un parte de amonestación cuando siente miedo de perder el control. Esto levantó algunas ampollas. Imaginad: había allí algunos profesores, mejor dicho, profesoras, que para el caso es lo mismo. Se concluye que la autoridad del profesor no es una cuestión personal, sino que se establece socialmente, como un rol que se ha de ejercer en un contexto determinado. Y cuando es personal, se produce espontáneamente por el atractivo o el carisma que suscite el profesor en cuestión, pero no debido al miedo que estamos refiriendo. Cierto es que puede existir tal miedo y producir tales ataques autodefensivos, o también puede ser el punto de partida el ejercicio de un rol social, educativo en este caso, y, en ambos casos, extralimitarse. Y lo mismo ocurriría según ellos, con la relación padres-hijos. Por ello, se evitaría el conflicto y los sinsabores en las relaciones humanas proponiendo el control justo, no pasarse, logrando un mínimo equilibrio, como decíamos anteriormente. El exceso de dominio es el infierno y es lo que es lesivo para todos.

Segunda causa de unas problemáticas relaciones humanas: la incomprensión mutua. Hipótesis propuesta: abrirse. ¿Quién tiene que abrirse? ¿El incomprendido? ¿El que no le comprende? Ambas partes deberían abrirse, pues se trataría de conseguir una situación de apertura mutua. ¿Cómo es posible? Empatizando. ¿Sabéis de la importancia de la empatía en las relaciones humanas? ¿Lo habías notado? Pues todos los asistentes lo tenían muy claro, sugerido como conclusión que esperó el momento oportuno de expresarse. Se sigue una vía negativa de definición: decir lo que no es, para que se aprecie mejor lo que es algo. Desde luego, que no hay nada de apertura mutua cuando se pretende el lavado de cerebro del otro, ni cuando se le atribuyen ideas o conclusiones, es decir, cuando se le juzga o prejuzga. Esto último merecía más atención: cómo juzgar, para no prejuzgar, contando con que pre-juzgar no sería nada recomendable. Juzgar es necesario, es propio del ser humano (vivir es valorar y el humano no puede dejar de valorar, venía a decir Nietzsche), pero, prejuzgar nos complica la vida unos a otros. Recomendación que se os ofrece, extraída de lo que se dijo aquel día: juzgar sí, pero no al principio, mejor al final, dejando la oportunidad de que se despliegue un poco la experiencia, el conocimiento mutuo. Dale al otro la oportunidad, una oportunidad de mostrarse aproximadamente como puede llegar a ser. Una mínima empatía necesitamos mutuamente, si no, todo se vicia y se vuelven tóxicas las relaciones. Y, para que sea posible un requisito es esencial: por fin lo decíamos con más claridad, la escucha atenta, una forma crucial de apertura al otro. ¿Tú te has fijado que hay una relación inversamente proporcional entre la escucha y el prejuicio? A menos escucha, más tendencia a juzgar, y la inversa es más que interesante: un remedio para no juzgar precipitadamente, subjetiva y torcidamente, para no atribuir injustamente lo que a mí me interesa al otro, es aumentar el volumen de la escucha, y no el volumen de mi propia emisión.

Era ya muy tarde, pero quedaba trabajo por hacer. Era el turno de la envidia. Primero se la distinguió de la admiración, que, en realidad, no tiene que ver con la envidia, sino con el reconocimiento de aquello que puede hacerte mejor. “Nadie es realmente digno de envidia”, la envidia es una tontería, y aunque no es preceptivo de nuestra reunión, se cita a Schopenhauer como autor de la frase. Porque, la envidia se combate con la autoaceptación. Dado esto, se esfuma aquello. Tus límites son tus posibilidades, que tienes que conocer y así desplegar. Y respecto a los demás, aceptar la diferencia de una manera natural, con humildad, tanto si algo pudiera ser inferior a alguna cualidad tuya, como si lo sientes superior a lo que tú hasta ahora has sido o has logrado.

Pero, aunque ya era muy tarde, las ganas de continuar hacían estragos y el grupo fue consciente de que quizás hacía falta tener en cuenta el valor que pudiera tener un marco normativo de las relaciones humanas. Y es que la hipótesis relacionada con el dominio afloraba de nuevo. ¿Es necesario un marco normativo que ponga límites a los excesos del dominio de unos sobre otros? Unas normas que obliguen, y que puedan imponerse legalmente, no harían falta, si todos supiéramos lo que tenemos que hacer. Y varios participantes se muestran muy platónicos al concluir que, si todo el mundo estuviera bien educado, las normas coercitivamente impuestas serían superfluas. La educación era el instrumento para la justicia platónica, que emergía cuando había equilibrio, armonía interna (dentro de cada uno de los individuos) y externa (entre las distintas partes de la ciudad). Pero también, se recordó cómo al final de su vida, Platón, después de sus fracasadas tentativas de aplicar en el mundo su “ciudad ideal”, reconoció el valor de las leyes. Diríamos, con el grupo que aquella tarde investigó sobre la problemática de las relaciones humanas, que a las reglas que pretendan ordenar el juego social también habría que aplicarles el mismo baremo, ya analizado más arriba, de manera que no serían justas si son excesivas o se quedan cortas, pues no regularían adecuadamente las relaciones entre los seres humanos, erradicando lo mejor posible el dominio y salvaguardando una mínima simetría, o equilibrio de poder, en dichas relaciones. Así sería posible una discusión libre de dominio, que diría Habermas, como trata siempre de ser la nuestra.