Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sobre nuestra propia vida




Café filosófico Almenara 4.2
30 de noviembre de 2012, Sala de biblioteca, 17:00 horas.

 ¿Por qué a veces no somos como queremos ser?

 ¿Qué he aprendido yo últimamente? Es bueno que, de vez en cuando, me lo plantee. Que examine mi vida y vea si algo ha cambiado y, si ha sido a mejor, en qué me ha ido mejor, y si ha sido a peor, cómo puedo hacerla mejor. Es un ejercicio que los antiguos sabios de ahora solían practicar y que no tiene que pasar de moda, pues los beneficios que trae consigo son tan útiles para ti como para mí. Lo llamaban examen de conciencia y estaba ya inventado desde siempre, antes de la era cristiana.

Por otro lado, este cronista es consciente de que han pasado ya algunas semanas desde la celebración del segundo café filosófico de la temporada, y de que algunas cosas que se dijeron yacen escondidas en la nebulosa de la memoria, pero no dudéis que otras las tiene muy frescas y muy claras, como si se hubieran pronunciado ayer mismo. Se centrará en éstas y las demás las componéis vosotros que estuvisteis allí. Erais diecisiete personas y es imposible hacer justicia a cada uno de vosotros, pero sí se puede intentar referir un poco de lo mucho que se aportó, esperando que ese poco pueda saber a mucho, a aquellos de vosotros que estáis leyendo este relato. Tened en cuenta, además, que se está escribiendo cuando se inicia el nuevo ciclo de la vida, según el calendario de los mayas (la cuenta larga que empezó a contar hace 5126 años, y que ha culminado su décimo tercer B´aktún), cuando tenemos por delante la oportunidad de una nueva esperanza.

Pues bien, aquí os dejo un ramillete de cosas aprendidas por nuestros participantes de aquel día. A algunos les costaba. Por eso, si los contáis, veréis que no hay tantos aprendizajes como personas asistentes. Quizás quiera decir esto que necesita este ejercicio de más entrenamiento, y no digo en el contexto de nuestra reunión, sino que hablamos de practicarlo más a menudo en nuestras vidas. Valorar y aprender a valorar. Y, primero, sobre nosotros mismos. Comencemos pues. Resulta que en Italia un taxista estaba tan interesado o más que él, en saber de él mismo; quiso saber sobre ti, aunque no te volviese a ver jamás, saber por saber, que es el saber más puro; buen aprendizaje para un corto trayecto de taxi. Dices que las personas te sorprenden, pero que ya sabías que te pueden sorprender; entonces, ¿dónde estaba la sorpresa, es que no puede pasar siempre, no es bueno que te sorprendan?; dices que te reafirmaste en ello; bueno, siempre es pronto todavía. Algunos, hace poco tiempo que aprendisteis palabras y significados nuevos; esta bien, pues somos más conscientes de algo si somos capaces de verbalizarlo: así, que “Moisés” no significa sacado de las aguas, sino hijo de rey, que la palabra “aureola” proviene de la palabra “oro”, y también aprendiste hace poco lo que significa la palabreja “emporio”, muy útil para saberla hoy día. También te has fijado en que lo que cuentan los mitos antiguos sigue estando vigente, y que la tragedia de Medea, por inhumana e incomprensible, no por ello significa que no pueda repetirse, ahí está el caso Bretón. Es importante que te hayas dado cuenta de que, si un mismo error ya lo has cometido más de una vez, es buena hora de corregirlo. Y resulta que como ya sabes más de algo, eso hace que seas capaz de ver más donde antes veías menos; te ha pasado cuando has aprendido nuevos conceptos de historia del arte. Pobre: cuando has sabido el funcionamiento de un acelerador de partículas, has descubierto otra manera más de poder morirnos; qué te creías, morir es lo más probable que le puede pasar al que está vivo, y saberlo es también saber vivir mejor. Es obvio que no todo es lo que parece, pero a veces lo olvidamos; paradojas de la vida que te permiten profundizar en ella; a ver: ése qué es entonces: ¿es un terrorista o es un héroe?; la vida qué es: ¿simple o compleja?; pero tanto si es más simple como si es más compleja, no olvides que no deja de ser la vida. Pues sí, no todo es como parece, y las apariencias engañan, lo comprobaste cuando trataste directamente a aquella persona y comprendiste que no era como te habían dicho. Finalmente, tú dijiste que las circunstancias económicas que vivimos -dicen que de crisis-, han hecho que el mismo gesto de tu padre mirando sus facturas -que son también las tuyas-, te parezca muy diferente; el día en que pudiste captar su significado.

La mentira ganó algún terreno, más todavía el aprender mismo. El racismo plantó dura batalla, pero fue la lucha por vivir nuestra propia vida lo que se convirtió en centro de atención, diana de nuestras inquisiciones de aquel día. Le preguntamos a nuestra vida y ahora mismo veréis qué nos respondió, aquella tarde en que no llovió a la hora del café filosófico, pero sí amenazó (¡qué nos importan las amenazas, si estamos convencidos!). ¿Por qué tenemos miedo al rechazo? ¿Por qué negamos nuestros propios intereses? ¿Por qué nos negamos a nosotros mismos? ¿Por qué nos traicionamos?  ¿Por qué no somos como queremos ser? Pregunta definitiva que hubo de matizarse, pues no satisfacía a todos los participantes: ¿Por qué a veces no somos como queremos ser? No olvidéis que allí había personas de todas las edades y de muy variados caracteres.

Ya te adelantan los participantes una respuesta a tan paradójica cuestión sobre nuestras vidas: el miedo. Ahora bien, conocer la respuesta no es lo mismo que entenderla y poder asomarse al balcón profundo de su verdad. El miedo –dice un participante olvidadizo- te lleva a olvidarte de ti. “Ya no te reconoces”. A través de preguntas del moderador, se aclaró que el miedo no es la causa, sino que es un efecto. Un efecto del temor a ser tú mismo. Así pues, ¿qué es lo que se teme? Y se responde: “no ser normal”. Estar fuera de la norma de lo socialmente establecido. “El miedo a ser anormal”. El joven participante que había propuesto el tema y contribuido intensamente a la constitución de la pregunta clave de nuestra discusión, era también el que estaba teniendo más protagonismo. Y aparentemente lo sentía más en sus carnes. Y decimos que aparentemente porque era algo que muchos jóvenes de la reunión así también lo percibían; y porque todos se implicaron –¡y de qué manera!- en la búsqueda de salidas a dicha situación, tan humana que nadie podía quedar al margen, tan humana (y más a ciertas edades tempranas), que a todos les había pasado.

Abundan en nuestros días –dicen- los grupos sociales a modo de “tribus urbanas”. Que si los Canis, que si los Pijos, que si los Heavies, que si los Góticos... Manadas de jóvenes temerosos de ser ellos mismos, queriendo ser ellos mismos pareciéndose a aquellos que no son ellos mismos. La salvación a través de la manada. Claro, esta es una visión desde fuera. Estar dentro lo cambia todo. Por esto tiene sumo interés una reunión como la nuestra, porque nos distanciamos de nosotros mismos. A ello contribuye el ambiente de reflexión serena y discusión pública. Y en este caso ayuda mucho el que esté compuesto de personas de las muchas edades de la vida. Y es que, si te fijas, no paramos de cambiar; ni tampoco dejamos de sonreírnos por todo aquello que en otra época nos pareció tan inmenso, tan importante, y que tanto nos angustió. El grupo allí presente no lo dudó un instante: quería convertirse en un grupo en lo posible terapéutico para cada uno de los participantes. Un grupo del que todos pudieran aprender algo para poder vivir mejor en adelante.

¿Cómo podemos mantener a raya el miedo no ser normal, a ser diferente? Pues hay que incidir mucho en ello, dicen. Hay que tomar el toro por los cuernos. Hacerle frente directamente a la cara. No dejar pasar, no dejarse llevar. Aunque, para ello hay que ser fuerte. (¿Quién ha dicho que era fácil ser uno mismo? Es una búsqueda constante, y una dura lucha para mantenerse firmes, cuando creemos haber encontrado un terreno más o menos despejado de nosotros mismos). Y no puedes ser fuerte si no crees en ti mismo. Pero, no te me desmoralices ya: esto se puede entrenar. Mira: un pensamiento positivo te ofrecen ellos, si tú eres de los que sufren por este problema: todos esos que no pueden pasar sin su grupo de referencia, que, para sentirse ellos mismos, necesitan parecerse a otros, que sean distintos de otros, lo están pasando tan mal como tú. Nadie anda sobrado en esta vida tan cargada de incertidumbres en que vivimos. Solamente hace falta que nos comuniquemos entre nosotros un poco más. Comprobaremos que todos buscamos aproximadamente lo mismo. Aristóteles lo resumió con la palabra felicidad. Y a nadie nos resulta fácil. Pero te alejas de la felicidad, cuando te alejas de ti mismo para ser otro distinto, por miedo a ser distinto. ¡Tú ya eres distinto! Cuando lo aceptes y lo asumas, empezarás a andar por el buen camino de tu propia vida. Y en su transcurso habrás madurado y podrás mostrar a otros el camino que tú has seguido, por si les sirve de algo a ellos mismos.

La discusión se volvió por momentos vehemente. Brincaba dando saltos fogosos desde la “necesidad de entrenamiento”, a la constatación de saber que los “demás sufren igual que tú” y esto te puede dar el ánimo suficiente para tratar de ser tú mismo. En un momento dado, se citó la historia de aquel brujo de una tribu, que hablando con el brujo de otra tribu, cayó en la cuenta de que había alguien más que hacía lo que él hacía: en este caso, conseguir con sus pócimas y embrujos que los miembros de la tribu lo tuvieran por adivino, y único posible benefactor de la comunidad.

-Autoafirmación, seguridad en ti mismo… Sí, muy bonito decirlo…
-¿Quieres saber cómo? No creas que nuestros participantes te van a dejar con la miel en los labios del deseo de saberlo.

A esta tarea se aprestaron los participantes durante el tiempo que quedaba. Hay muchas técnicas. Tú tienes que dar con las tuyas propias, las mejores para ti. Puedes descubrirlas, pero también puedes nutrirte con las experiencias de los demás. Las hay de viejos y de jóvenes. Y las hay que valen tanto para jóvenes como para adultos. Tomaron la iniciativa las personas adultas de la reunión. Luego vinieron las recomendaciones de los jóvenes. No te pierdas ninguna de ellas. Y adáptalas a ti. Ésta primera tiene como base, incluso, la moderna psicología del acompañamiento al éxito (coaching): visualizar positivamente una meta que quieras alcanzar. Tener clara la meta, te dará confianza, y la confianza es el primer paso para lograr el objetivo marcado. Sólo te queda evaluar adecuadamente los medios, de lo cual hablaremos otro día. Para autoafirmarse uno mismo hay muchos trucos: uno muy personal de uno de los participantes adultos era practicar el oponerse. “Yo me opongo”, a lo que digáis, yo me opongo. Truco que tiene resonancias adolescentes, pero del que pueden obtenerse grandes beneficios, utilizado no como forma de vida sino como terapia ocasional. Cuando tú veas que, por oponerte, el grupo ha podido llegar más lejos, te amarás un poco más, porque te sentirás un poco más útil. (Piensa, por otro lado, que no hacemos otra cosa en este encuentro dialéctico, que es un café filosófico, que la de enfrentar posiciones, de lo cual todos podemos enriquecernos). Otro truco de este participante es imaginarse a los demás desnudos. Una manera sui géneris de darse cuenta de que desnudos de “ropajes” todos somos iguales, más allá del ademán de superioridad, la indumentaria o la ostentación material. Si alguno tenéis problemas para hablar en público, debéis leer y practicar las recomendaciones del doctor Vallejo-Nájera (Aprender a hablar en público) y recordar que Demóstenes también se valía de trucos para que su tartamudez no le impidiera pronunciar los más afamados discursos que se han pronunciado. Por cierto, que uno de los participantes, del que todos dirían que se le da muy bien hablar en público, confesó que le costaba hablar en público. ¡Quién lo diría! (Ya te hemos insistido en que todos sentimos cosas parecidas y nos pasa aproximadamente lo mismo).

Claro está, todo este entrenamiento necesita tiempo. No se consiguen resultados tangibles de un día para otro. Hay que ir poco a poco, añadieron. Con cargas de trabajo progresivas, de manera que el aprendizaje sea eficaz y no te desanime. La diferencia entre los más jóvenes y los más adultos es que los adultos ya llevan más tiempo entrenando. Nada más. Ponte manos a la obra. Pero, sigamos relatando la discusión de aquel día: era el turno de los jóvenes.

-Una buena idea es tener cerca a una persona que te dé confianza.
-Pero, ¿eso te hace dependiente o independiente?
-Quizás un poco dependiente.
-Buscábamos trucos tuyos, que puedas usar por ti mismo.

A mí me ha ido bien pasar un poco de todo. Es cierto: nada es tan importante. Relativizar el problema o la dificultad no viene nada mal para el ánimo. Y a mí me ha valido, cuando algo me parece absurdo, prolongar el absurdo al máximo, hasta que se autodestruya. Todo esto, y más cosas, habrías escuchado si hubieras estado allí. Vale. Es tu turno.
  

lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre el miedo


Café filosófico Juan de la Cierva 1.2
23 de noviembre de 2012, Sala de Biblioteca, 17:30 horas.

 ¿Por qué tenemos miedo?

Café filosófico 1.2 Biblioteca IES Juan de la Cierva
¿Alguna vez has sentido miedo? Seguro que sí. Y no debes tener reparos en admitirlo. No es cosa de críos. Es algo humano que también hay que aprender a sentir. Así que no era nada extraño que, en una reunión como la nuestra que trata de lo más humano, que es también divino, apareciera la cuestión del miedo al miedo. Es una reunión filosófica, no lo olvides, que reflexiona, en este caso, sobre el miedo en sí. Se viene a aprender sin temor del miedo para vivir lo mejor posible. Ya verás cómo es eso. Sólo necesitas seguir el relato. No te queda otra, si no pudiste asistir al segundo café filosófico del instituto Juan de la Cierva.

Esta vez sí, esta vez sí que sí. Doce participantes que se congregaron en la biblioteca del Centro y buscaron juntos algo bueno y verdadero. Eran mayoría de mujeres y minoría de adultos (una profesora y el padre de una de las participantes jóvenes de primero de bachillerato). Además había un alumno de segundo de bachillerato que ya asistió a la reunión anterior. Y nos regalaron los más frescos y crujientes momentos de felicidad que habían vivido. Esto les pidió el conductor del café filosófico, que ofrecieron con muchísima generosidad. Como se le oyó decir en una ocasión a José Luis Aranguren, maestro de muchas filósofas de nuestro país, la felicidad es como “un pajarillo que se ha posado en nuestro hombro, que no sabíamos cuándo lo haría ni cuándo levantaría el vuelo y se iría hasta otro rato”.  No había de ser grandioso ni muy duradero, pero sí tenían que decir qué tenía de especial ese “ultimo momento feliz que he vivido”. Y empezaron: fue el contacto piel con piel de una madre con su hija en el sofá de casa; fue la culminación de un atareado proceso que condujo a la boda de su hijo; fue cuando había salido hoy mismo del instituto, después de una intensa semana de trabajo (en su perspectiva de la tarde estaba la reunión que estamos ahora mismo contando); fue que tu abuela te llamó hace poco y te preguntó cómo estabas; fue cuando te abrazaste con fuerza a tu amigo; fue la tensión liberada después de un duro examen de matemáticas (no hay nada que cien años dure, recuérdalo); hablaste durante mucho rato con tu hermana, y eso era insustituible; compraste ropa, que era un momento aplazado y se había cumplido; la sensación de la perspectiva de una semana sin tanto trabajo era muy placentera, un momento de felicidad por anticipado; te hizo mucha ilusión una entrada dedicada a ti en un Blog de alguien que mucho valoras; la sonrisa de tu novio al despedirse ocurrirá más veces, pero ya no será esa misma sonrisa; también, tú, te despediste de él, y lo especial era él mismo.

Platón tuvo la culpa de que el alumno de segundo de bachillerato propusiera como tema la justicia; el consumismo, del consumo; mientras el miedo y la culpabilidad trataban de aliarse repartiéndose la mayoría de los deseos expresados en la votación. Nada que hacer, entre ellos estaba la cuestión. Preguntaréis: ¿cómo es posible que triunfase el miedo después de haber compartido tantos buenos momentos de felicidad? Sencillo: era un miedo sin culpa.

¿Por qué tenemos miedo? Se escudriñó, sin miedo, en el miedo, porque estábamos juntos y dialogábamos. Hubo fino análisis del lenguaje, sí, pero no se quedaron los participantes atrapados por el lenguaje. Si no, no estarían filosofando de veras. Queremos saber para vivir mejor; si no, para qué filosofamos. ¿Puede ser positivo el miedo? ¿Nos manipulan a través del miedo? Analizaron estas dos últimas cuestiones: la primera trata del miedo “de dentro afuera”, la segunda, del miedo infundido “desde fuera” de nosotros que nos afecta dentro. En un caso, la utilidad sería para mi, en el siguiente, sería para otros. ¡No me digáis  que no se mostraban analíticos nuestros participantes! Seguirán siéndolo, ya lo veréis.

Sentimos temor por aquello que nos resulta extraño, que no conocemos –se pone como primera hipótesis de trabajo-. ¿Qué es lo que resulta extraño? Primero: lo desconocido.

-¿Qué temor induce lo desconocido?
-El miedo a lo que es superior.
-¿Qué es superior?
-Por ejemplo, una araña me da miedo.
-¿Qué tiene una araña de superior a ti, si es un insecto tan pequeño?
-Es superior porque sientes “que te puede”. No es el tamaño.
-Entonces, qué te supera. ¿Qué te hace sentirte inferior?
-Me incapacita, no puedo.

Se irrumpe entonces en el diálogo: “lo que es desconocido y te incapacita depende de cada persona”. (¡Para el elefante de la conocida fábula era un simple ratón!). De este hilo debíamos tirar seguidamente, pero quedaba pendiente, como se vio, una segunda explicación de qué es lo que tiene de extraño aquello que nos da miedo. Y era el encuentro mismo con lo extraño.

-¿Qué pasa en el encuentro con lo otro?
-No sabes cómo te irá.
-¿En donde está el temor?
-No sabes cómo reaccionarás tú, cómo reaccionará el otro.
-¿Y qué tiene de malo no saber lo que te espera?
-Que te paraliza.
-No, –dice otra participante-, a mi me agita, me moviliza y estoy más preparada para evitar lo que tenga que evitar.

Ciertamente, lo que parecía inevitable era el tratamiento personal de lo que a cada uno nos resulta extraño, que nos incapacita, nos paraliza o nos moviliza. ¿Por qué a unos de una manera y a otros de otra se les manifiesta el miedo? “Unos somos unas personas más asustadizas que otras”. Se discute esta tesis, pero se admite: poseemos como una lupa personal que nos lleva a enfocar lo mismo como distinto, lo mismo nos asusta más o menos según cada uno. La pregunta estaba cantada: ¿Por qué? Y dos hipótesis entran en dura confrontación: por educación; por la propia personalidad de cada uno. El moderador cuestiona: ambos factores, ¿son compatibles o no? Y, aparentemente, se aviene que sí, habría una especie de interacción. Ambos influyen, en una proporción que varía según el caso personal. Y decimos que “aparentemente”, porque surgió una fuerte discrepancia contra esta solución fácil, a la que quizás el moderador forzó en exceso. (Realmente, esta no es su labor, sino tan sólo propiciar el encuentro de manera que éste no introduzca coacción sino cooperación y satisfacción mutua). Uno de los participantes no quedaba nada satisfecho, ni quedará más adelante. Gracias a él pudimos llegar a una comprensión nueva, más allá de tópicos y palabras que se dicen por inercia, sin pensar bien en lo que se está diciendo. Ante dicha insatisfacción conceptual, que expresaba una inquietud personal, se procede a analizar más finamente de qué “educación” hablamos, que no parecía compatible con lo personal e innato de cada uno.

-¿De qué educación hablamos?
-Tú aprendes el miedo por ti mismo en tus experiencias.
-¿También puedes aprender por el ejemplo o influencia de otros, los que te han rodeado, tus padres, por ejemplo?
-Sí, así es.
-¿Puedes tener modelos a tu alrededor que te llevan a aprender ciertos miedos consciente o inconscientemente?
-Así es.
-Pero, todos aprenderíamos lo mismo de esa misma manera, ¿no es cierto?
-No tiene por qué.

Se propone entonces el término “aprendizaje” (en vez de “educación”) que implicaba, a juicio de los asistentes, un componente personal y otro aprendido, lo aprendido que interactuaba con lo personal y propio de cada uno, dado que el aprendizaje de cada persona es único e intransferible. De esta manera el grupo parecía liberado para abordar la segunda cuestión que dirigía la investigación: ¿Puede ser positivo el miedo? ¿Puede tener algo de bueno que tengamos miedo? Pues sí: “es un mecanismo de autodefensa”, una alerta que te lleva a ser prudente ante los peligros y las amenazas de tu integridad física o emocional. Y, entonces, emergió de nuevo la inquietud que antes había quedado maltrecha, sin plena satisfacción. Pero, ¡para eso estábamos allí! La inquietud es el motor de la indagación, que hasta que no recibe respuesta aceptable, racional pero también emocionalmente, no se calma. No se apacigua y moviliza la discusión sincera y abierta, la que es exigente consigo misma.

-El miedo no es innato.
-¿No hay nada innato en nosotros? –pregunta el moderador.
-Sí, pero el miedo no es innato.
-El caso de los gemelos criados por separado –señala otro de los participantes-, muestra la influencia de lo aprendido: pueden llegar a ser muy diferentes en su personalidad.
-Pero, también se ha demostrado –niega la participante adulta-, el llamado reflejo de Moro en neonatos, quizás recuerdo ancestral de nuestra especie, relacionado con el sueño alerta para no caer de los árboles.

Por consiguiente, ¿puede el miedo tener un componente innato, o no? La duda asalta a los asistentes, de manera que se les oferta confrontar la conclusión a que ya se había llegado con antelación, a saber, la interacción que supone el aprendizaje entre lo propio y lo recibido, en un campo de pruebas algo más neutral: nuestro lenguaje. Que hablemos el español o el inglés, ¿depende sólo de que vivamos en España o en Inglaterra? ¿No existen también unas capacidades comunes a la especie humana que nos permiten aprender cualquier idioma, según dónde y con quiénes nos criemos? Y ahí quedó la cosa.

El inciso que se produjo cuando el grupo pretendía pasar de página para continuar indagando, pues había muchas ganas, fue aprovechado por algunas de las participantes jóvenes para excusar su presencia y, con mucha educación, se despidieron del grupo, no sin antes aclarar que no es que quisieran irse, sino que tenían que irse. Pues bien,  se retomó el hilo anterior al excurso sobre si el miedo era innato o no: ¿Cuánto miedo te lleva a ser prudente? Es decir, ¿qué cantidad e miedo es benigno y positivo? Dos situaciones se contemplan, entre todo el resto de asistentes:

a) “El exceso de miedo te paraliza”. De una manera que te vuelves vulnerable y manipulable: si estás paralizado como una figura, no es difícil que cualquiera pueda trasladarte de sitio y moverte a su antojo como se mueve a un muñeco.
b) “El poco miedo pude volverse peligroso para ti”. Te relajaría tanto que desatenderías tus defensas y la realidad te podría golpear a su antojo.

A partir de ahí, se concluye que tanto de una situación como de la otra iríamos aprendiendo, te enseñaría y tú aprenderías por narices. Del pánico también se aprende. Si no, ¿de dónde habríamos extraído socialmente medidas de seguridad que aplicar ante determinadas contingencias catastróficas? Mirad –dijo el participante adulto-: si tenemos plan de emergencia en nuestro instituto para casos de incendio, no es sino gracias a lo que se ha aprendido de los graves accidentes del pasado, que siempre están al acecho. Y se continúa preguntando: ¿cómo saber que el miedo no es excesivo ni escaso? Y se responde: el punto justo en que te permite aprender;  cuando eres capaz de asustarte de un modo que te lleva a prevenir para la siguiente ocasión. No puede ser tanto que tengas tanto miedo que te trastorne de un modo que sólo permanezca el miedo patológico, obsesivo, improductivo. Si es así, hasta una persona que tenga pánico a volar, puede habituarse gradualmente y soportar un vuelo hasta cierto punto confortable. Para eso está la psicología del conocimiento de uno mismo, ¿no es cierto? Te pueden ayudar también otras personas, pero aprendes tú.

Se concluye, entonces, que el miedo es positivo cuando es constructivo, porque te permite aprender de ti, de manera que puedes conocerte mejor y controlar mejor tu miedo. ¿Qué te parece esta conclusión? Puede que tú, que estás leyendo esta crónica, hayas comprendido, como también lo ha hecho este cronista, que la insistencia de uno de los participantes en que “el miedo se aprende y que no es innato” poseía una base muy sólida. Comenzó sembrándola en una tierra agreste y dura (la de la antítesis que se le enfrentaba), pero logró germinar en el fondo de todos los participantes, pues, casi sin darse cuenta, llegaron a defender al unísono que el miedo es personal, propio de cada uno, pero se aprende, en un aprendizaje que nadie puede sustituir. Ni aprende otro, ni nadie puede aprender por otro que no seamos nosotros mismos. Nadie puede sustituirte en tu propio aprendizaje. Así se cerró el círculo trazado aquella tarde en que nos enfrentamos sin miedo al miedo.