Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 29 de agosto de 2012

Sobre la implicación personal


Café filosófico Castro 3.3

Biblioteca Municipal de Castro del Río, 3 de mayo de 2012, a las 19:00 horas.



¿Estamos dispuestos a implicarnos?

En una época como la que vivimos, se dice que de apatía general (aunque esto quizás esté comenzando a cambiar), espolear a la acción tomando conciencia de lo que necesitamos para sentirnos concernidos, para ello, un café filosófico dedicado a la implicación personal puede ser muy conveniente. En particular, muy útil para las personas que frecuentan el nuestro, pues son personas que se implican y se descorazonan de la poca implicación de las gentes que viven y sufren hoy día. Y eso mismo investigaron: cuándo estamos dispuestos a implicarnos, la condición necesaria para implicarnos. Os gustará.

Y quizás la culpa de que saliera a la palestra de la discusión filosófica esta temática la tuvo el que se les propusiera a los participantes el relato personal de “el último momento vivido muy conscientemente”. Ser conscientes debe ser útil para todo lo demás de la vida, y por eso venimos a filosofar en una reunión como ésta, pero es lógico que si tomo conciencia por un momento de lo que  me rodea, también puedo darme cuenta de si habitualmente me doy cuenta y de si hago algo cuando me doy cuenta de algo. No es un galimatías, no te preocupes, es sencillo: soy consciente de A… ¿estoy dispuesto a implicarme con A? Pues, a eso íbamos entre todos.

A la primera participante que intervino, hace poco que había tenido un momento de indignación ante un problema social que le afectaba de cerca, lo cual le hizo tomar clara conciencia de ello (¿o quizás ocurrió al revés?); aquella misma tarde, con el grupo de lectura en que participan cada semana, dos participantes habían estado leyendo un libro sobre la reencarnación, esto constituyó para ellas un momento único (y esto no era lo extraordinario, sino que hubieran sentido lo mismo al mismo tiempo; la magia no está tan lejos de nosotros); y quién dice que la televisión no nos puede hacer pensar (el filosofar no tiene materia, la perspectiva que se adopta vuelve filosófica a cualquier materia): a otro de los participantes presenciar el debate, o pseudo-debate, del programa televisivo De buena ley, le llevó a darse cuenta de la presencia de un determinado tipo de casos en los que se muestra la falta de responsabilidad de alguna gente; el siguiente participante, sin embargo, no se implicó mucho, pero sí quiso implicar a los demás de un modo que multiplique nuestra capacidad de conciencia: vivir el presente para poder controlar mejor tu vida (¿se puede estar viviendo y a la vez ser consciente de lo que se está viviendo?); el último interviniente, que no el último participante de la reunión,  quiso poner en cuestión el trabajo que se estaba realizando, y fue curioso, pues quiso preguntar a todos qué es el espíritu, con el objetivo de poner en cuestión la existencia de la vida espiritual, que sin duda, a decir de los demás, sería otra, porque la vida espiritual que allí aquella tarde se estaba relatando, y se estaba viviendo, era de lo más real.

¿Estamos dispuestos a implicarnos? Se van discutiendo distintas opiniones sobre la falta o no de implicación de la población en los problemas sociales y económicos actuales. Se aportan ejemplos para comprobar en la práctica y entre los mismos participantes (el moderador no necesitaba hacer nada, la veteranía de estos participantes lo hace innecesario), si estaríamos dispuestos a implicarnos, qué estaríamos dispuestos a hacer, a qué seríamos capaces de renunciar por un bien social mayor. Pero, ¿a qué se deben estas dudas, estas sospechas? Responde el grupo: “es que vivimos en una época muy individualista”. Nos sentimos hormiguitas frente al Estado, frente al sistema. Apunta alguno versado en conocimientos de historia de la filosofía que habría un paralelismo con la época helenística griega: donde primaba, dice el tópico, la búsqueda de la felicidad de cada uno, la salvación individual. Es cierto, sociológicamente, vivimos en una sociedad compleja, una macro-sociedad inabarcable. Pero también lo es que es posible inventar o reinventar formas de participación política más directa, una democracia participativa. Ellos mismos van replicándose y contrarreplicándose mutuamente. Es una gozada para el moderador, que en un punto maduro de la discusión, decide intervenir: ¿somos individualistas o nos hemos vuelto individualistas? Adoptan por unanimidad la segunda posibilidad: es algo inducido por el liberalismo económico-político triunfante. Contraataca el moderador: se están haciendo críticas y propuestas muy radicales, que van al núcleo mismo del sistema, y os estáis implicando, pero ¿qué es implicarse?

“Implicarse es hacer que triunfe mi idea”. Se pone a prueba esta hipótesis de uno de los participantes. ¿Puede haber verdadera implicación de uno solo? ¿Tiene sentido? ¿Tiene futuro? Solamente es un punto de partida. Así no es muy eficaz. “Falta un proyecto colectivo que ilusione”. Esta fue la intuición a que llegó con claridad y convicción este otro participante. Faltaba también esa palabra: proyecto colectivo. Darse cuenta de esta clave fue crucial para el desarrollo y para el resultado de este café filosófico. ¡Podíamos tener delante de nuestro ojos el ingrediente fundamental para implicarse!, y además eficazmente. Su detonante social e individual.

Vamos ahora con la parte de la ilusión en ese “proyecto colectivo que ilusione”.  Cómo lograr dicho proyecto, si intervienen las emociones. Si tomamos partido, nos implicamos también con nuestros sentimientos y emociones, y si no, no hay implicación de verdad. Por tanto, en este caso, necesitamos una ilusión colectiva (precisamente para que no se cumpla el otro sentido iluso de la palabra “ilusión”). Pero, claro, si establecemos diálogos autistas no será posible. La política profesional actual, tal como se ejerce, que algunos de los participantes tildan de “política de salón”, “política de puesta en escena”, esta forma de hacer política, ¿ilusiona? Respuesta categórica de los participantes: NO. Necesitamos un proyecto político alternativo que ilusione. ¿Lo tenemos a la vista? No. Para ello hace falta creatividad. ¿Son creativos nuestros partidos políticos? No. ¿Qué pensáis vosotros? ¿Verdad que se implicaron fuertemente aquella tarde nuestros protagonistas?

viernes, 24 de agosto de 2012

Sobre la educación


Café filosófico Castro 3.2

Biblioteca Municipal de Castro del Río, 15 de marzo de 2012, a las 19:00 horas.



¿Para qué educar?

Había aquel día padres y madres, y educadores que eran a la vez padres y madres. No es de extrañar que apareciera con ímpetu el tema de la educación. ¿Quién es capaz de no advertir hoy la preocupación que existe por educar? Si nos preocupa es que nos interesa, si nos interesa es que tenemos necesidad de ello, si es necesario es que carecemos de ello, si carecemos de ello es nos hace falta. No nos irá tan bien, si volvemos una y otra sobre cómo educar y qué educar. Se discute mucho de fútbol, pero también preocupa cómo nos va la vida, y con ello la vida más joven a la que llaman juventud. Será que nos preocupa nuestro futuro. No miraremos tanto, entonces, el aquí y ahora insignificante como parece a veces. Preguntar cómo vamos termina por indagar casi siempre cómo nos educamos para construir un mundo mejor. Y nuestra reunión de filósofos, puesto que buscan saber, no es ajena al mundo en que vivimos ni mucho menos.

No sabremos nunca si el tema elegido tuvo que ver con la predisposición que ayudó a crear el ejercicio filosófico previo con que el moderador quiso aquel día comenzar: “yo soy…, y el momento feliz más reciente que he vivido ha sido…”. Reparad en que se pedía el último momento, ya que nadie, que sepamos, es feliz de un modo simple durante mucho tiempo seguido. Sea como fuere, recopilar el último momento feliz ha de disponer algo el espíritu para mirar al futuro con algo más de optimismo, algo que es inseparable, puede ser, del hecho de educar. O bien, acaso ¿podemos separar la naturaleza del educar mismo de la pretensión alcanzar algún objetivo, de la esperanza de avanzar? ¿No sería una contradicción en los términos o, como mínimo, un serio contratiempo educar sin confianza en educar?

Estos momentos felices que te brindan los participantes de aquél café filosófico son para ti y para que los recuerdes ilustrados con tus propios momentos fugaces de felicidad, que también los has tenido; y que sepas que es posible tenerlos, por si alguna vez lo olvidas porque estés más abatido. Así, momentos de amistad que se reviven y actualizan a través de un reencuentro con alguien que hacía tiempo que no veíamos; viendo un partido de fútbol toda la familia junta, mira qué sencillo; vino tu nieto, tu hijo, tu padre, tu abuelo, tu persona familiar, y ese día ya no fue como otro día; y siguiendo con la familia: es un momento insustituible cuando todos tienen salud y están en compañía unos con otros, en torno a una chimenea, por ejemplo, alrededor de una conversación; por ejemplo, mi mujer se encontraba un poco mejor ese día, tenía algunos pocos menos dolores en el cuerpo; había sido papá y lo había notado muchas veces, pero llegué del trabajo y noté que era papá. Y el resto de participantes que llegaron algo más tarde y no pudieron añadir a nuestra lista, a la que tú puedes sumar los tuyos propios, momentos pasados que te alivien el presente cuando creas que pesa demasiado y que no levantarás cabeza.

Con el objeto de que podáis seguir mejor el hilo de lo que allí pasó, os servirá, eso espero, este simple esquema: la indagación se encaramaba a cada paso a lomos del vaivén que oscilaba entre qué es educar y para qué educar, pasando por el cómo educar bien, que contenga un equilibrio sin el que hoy día no sería posible educar a satisfacción de la mayoría de nosotros que vivimos en la época en que vivimos; sobre todo el grupo como grupo insistía, a través de las discrepancias, en la importancia de evitar el peligro de caer en los dogmas del educador, o bien, en el otro extremo que conduzca a la desorientación del educando; un equilibrio dificultoso, pero necesario. Y, aunque ya un café filosófico de la temporada pasada, en otro escenario y partiendo de otra perspectiva, llegó a una similar conclusión, podréis comprobar cómo en este caso nuestra reunión de hoy nos servirá para caminar un poco más lejos. Nunca en la vida existen dos ocasiones iguales, ni, por tanto, dos cafés filosóficos iguales aunque se trate la misma cuestión. Basta que sean personas diferentes, basta que sean momentos distintos, aún con las mismas personas.

-Educar es inculcar en el educando un determinado orden social –dijo la tesis.
-También puede la educación ofrecer alternativas, valores alternativos –contestó la antítesis.
-Pero, ¿de dónde lo sacas?
-Del mundo que te ha tocado vivir.
-Entonces…

La tesis parecía salir más airosa. El contexto, el orden social -sabemos bien-, marca mucho, pues, como mínimo, es de donde extraes contenidos que luego trasmites a tu hijo, a tu alumno. Recordaron los participantes, entre varios de ellos, la novela de moda no hace tanto, primera de la serie Milenium -ya sabes-, que mostraba algunos hombres que no amaban mucho a las mujeres. Se referían a los personajes del padre y de su hijo, de tal palo tal astilla. Pero un educador y padre, que asistía aquella tarde por primera vez a nuestra reunión fue capaz con precisión de cirujano de definir, contraponiéndolo, aquello que está inscrito en la manera de entender a la educación a lo largo de nuestra tradición desde antiguo: “educar consiste en desarrollar las potencialidades del educando”, echando de paso un capote a la antítesis. Pero, se contraataca, ¿esto es siempre bueno? ¿Y si hay potencialidades, que desarrolladas, pueden ser dañinas? El libre albedrío, en el caso de un niño, ¿es siempre bueno para él? Pongamos, así pues, a la libertad, el que la persona acceda a ser ella misma, solamente como un objetivo. ¡Resuelta la perplejidad! Porque esto no significa que no sea necesario esforzarse ni ejercitarse; habrá también que corregir y corregirse uno tantas veces como haga falta. Ha quedado, por consiguiente, bastante claro que la tarea de educar no es separable de los objetivos que han de ser trazados. Por tanto, qué es educar no se puede desprender fácilmente de para qué educar. Ni esto es indiferente de los medios que hayan de emplearse para ello.

¿Cómo educar bien? ¿Cómo podremos impedir manipular al educar? -Ofreciendo una suficiente diversidad de fuentes. -Sí, yo le educo para que sea libre, pero el mundo que nos rodea muchas veces está atrapado por el “pensamiento único” (dominante) que impone, por ejemplo, el ideal vital del consumo a ultranza como forma de realización humana. Pero –se replica-, ¿es tan dominante dicho pensamiento? No todos estamos imbuidos de igual manera en el consumismo voraz e inconsciente. Es posible mostrar otras vías, otros estilos de vida, aunque, puede ser que sea cierto que, siempre, trasmitimos un estilo de vida, algo del estilo de vida que está en la parrilla de salida de aquél que educa. Esto es irremediable. Entonces, ¿cuándo se adoctrina? ¿Cuándo se manipula lisa y llanamente? Educar es siempre moverse en este singular filo de la navaja: trasmites para educar y educas trasmitiendo. Analicemos un ejemplo cotidiano de muchos hogares actuales: “qué zapatillas comprarte”. Que sean de marca o que sean unas zapatillas que te sirvan. Dilema simple que, desde el principio, está decantado pues muchos padres tenderán considerar lo segundo y muchos chicos y chicas sólo contemplarán lo primero. Tú le informas, tú le explicas, tú tratas de abrirle los ojos, pero,  ¿qué pasa si, a pesar de todo, el joven prefiere las zapatillas de marca? Para esta escena tan cotidiana el mencionado participante en el café filosófico, educador y padre, apunta una idea bien recibida por el resto: no funciona en todos los casos demostrar que no merecen la pena unas zapatillas de marca, más caras, igual de útiles, sino que más bien es preferible proceder mostrándoselo. Con paciencia, poco a poco. Constantemente, manteniendo el pulso que sea necesario, educando, sin dejarse llevar en exceso ni dejando que otros eduquen por ti.

Ahora bien, en el pulso educativo, ¿qué fuerzas intervienen? ¿Qué fuerzas concitan el fracaso, la desviación del educando o el distanciamiento mutuo en el acto educativo? ¿Cuáles fuerzas lo malogran y cuáles lo dignifican? Dicen: los impulsos, los instintos, toda aquella fuerza interna del propio educando, resiste mucho; poner unos límites es bueno a la larga para el propio educando. (Podría decirse a veces que su propia naturaleza desenfrenada exige dicho límite externo por parte del que educa, que incluya algún no de vez en cuando). Así, quizás obtendríamos una personalidad más libre, con más autonomía, con más autocontrol. Defienden, por tanto, los integrantes de la discusión, un pulso amistoso y no violento; no reprimir, sino orientar. Y luego, están las fuerzas externas al propio educando: el educador puede volverse intransigente en su visión de la educación, inclusive de una educación libre. (Igual que la razón puede convertirse en dogma y dejar de ser razonable). Alternativa constructiva: tratar de estar abierto, de estar a la espera para no caer en un extremo inasumible por sus consecuencias deseducativas o contraeducativas.

Sin olvidar que otra de esas fuerzas exteriores al educando es, como se ha dicho más atrás, la “realidad existente”, que no es una redundancia decirlo así, pues la realidad es tozuda y no puede obviarse, pues no depende tanto de nosotros como pueda depender una realidad imaginada o fantástica. Si te sirve que hablemos de las “circunstancias”, a las que se refería Ortega y Gasset en su famosa frase, pues eso mismo, nos referimos a la realidad de nuestras circunstancias. Hay circunstancias sociales y también naturales que ponen límites a lo que puede hacerse y a lo que se puede ser. Ya sabéis lo que se puede decir de alguien que no asume el principio de realidad. Ya sabéis lo que Sigmund Freud venía a decir de dicho principio. Y llevado al ambiente doméstico de la educación diaria de nuestros menores de edad (que no tienen que ser pequeños de edad): es importante que sepamos decir “no puede ser”, “no podemos”, “lo siento, pero no posible”; que la realidad se impone. Por eso, muchos piensan que es un poco más difícil educar en tiempos de abundancia, donde aparentemente tenemos de todo y no ha costado aparentemente trabajo tenerlo.

¿Y qué podemos hacer con el hecho de que hoy día proliferen y convivan juntas tantas maneras de entender la educación sobre las no hay consenso? En muchas ocasiones, inclusive, son contradictorios los modelos educativos que conviven y que se les presentan a nuestros jóvenes (en la escuela, en cada medio de comunicación, en cada familia…) ¿Es esto una ventaja o es un inconveniente? Tiene ventajas y tiene inconvenientes. Y, ante tal situación, ¿cuál puede ser la función de la educación? Ayudar a elegir, ayudar a discriminar entre tanta información, ayudar, ayudar, orientar, orientar. Ni sólo un camino vale, ni todo vale.

jueves, 16 de agosto de 2012

Sobre la justicia


 

Café filosófico Castro 3.1

Biblioteca Municipal de Castro del Río, 1 de marzo de 2012, a las 19:00 horas.


¿Podemos saber qué es la justicia?

El primer encuentro de la temporada había sido tan esperado por su propiciador como por los participantes habituales del mismo. Recordad, un encuentro filosófico por su contenido y por su forma, o más bien por lo segundo. Un ritual en el que la filosofía de todos los tiempos es actualizada y revitalizada gracias a la conciencia de sí mismos y del mundo en que viven, que es capaz de otorgar a aquellos a los que allí convoca. Recuperada la salud, satisfechas las necesidades más básicas, estaban dispuestos para esa otra necesidad de segundo grado que hemos dicho, sin la que no podemos llegar a ser humanos en toda su plenitud.

Aristocles, el de anchas espaldas, más conocido como Platón, no podía imaginar que aquella tarde estaría en el candelero, que allí aquel grupo de personas, entre los que se encontraba el concejal de cultura de la localidad (pronto nuestra reunión propició que dejara de serlo y fuera un ciudadano más), lo señalarían, a Platón, tomando como tema de discusión su muy querida concepción de la justicia. Pues todo el rato estarían con/contra Platón. Antes, sin embargo, deberíais saber cómo llegó la cosa a ese punto en que hablaron de la justicia y no tuvieron reparos en utilizar al pobre Platón tanto como una fuente de ideas, como un campo de minas que hacer estallar. El moderador quiso romper el hielo de la discusión (que presentaba, de todo modos, una finísima capa que romper) pidiendo a los intervinientes que refirieran “alguna verdad que se les hubiera caído de la manos últimamente y se les hubiera hecho trizas”. ¿Se nos ha caído alguna verdad últimamente? Lo que más: la integridad de algunas personas (o algunos personajes, habría que decir), la amistad de algunas otras…, pero fue la justicia, de la que costaba trabajo recoger los trozos que hoy día va dejando esparcidos por los suelos.

¿Qué es la justicia? ¿Es ciega, como se autoproclama, la justicia? ¿Es una siempre la misma, o es interpretable y está hecha añicos en el mundo en que vivimos? En definitiva, ¿podemos llegar a saber lo que es la justicia? Para procurar que no sea tan interpretable, la reunión propone la necesidad de que las leyes estén bien formuladas. Pero, ¿es posible formularlas perfectamente? Para que no se produzcan abusos, para que recoja todos los casos de la realidad. Difícilmente se puede prever todo, incluido lo que todavía no existe. Imposible no interpretar, aunque mejor que sea menos que más. Continúa la discusión. ¿Puede haber leyes injustas, aunque estén bien formuladas, con toda la claridad posible? Y se responde con el socorrido recurso del “depende”. Pero se somete a prueba. Depende del contexto social e histórico. De entre los casos que se enuncian para su análisis, se selecciona el cuarto mediante el voto de la mayoría: la pena de muerte, el aborto, la homosexualidad y la esclavitud. El que una persona pueda ser propiedad de otra, actualmente es ilegal y universalmente repudiado, pero sabemos que no siempre ha sido así. ¿Por qué ha cambiado de significado? Aunque al principio no se entendía bien la pregunta del moderador, por fin, buscan juntos causas de dicho cambio histórico tan radical. Han ido cambiando las leyes sobre la esclavitud porque ha ido cambiando su consideración social y política. Se ha producido una evolución moral y hemos aprendido de pasados desastres civilizatorios.

En ese caso, ¿en qué condiciones cambian las leyes y son más justas? Dicen ellos algo así como que  siempre hay una pugna entre las pretensiones del poder por conservarse y las exigencias de las gentes para vivir en una sociedad justa, y que cuando esto último predomina,  se considera justo aquello que la mayoría así lo decida. ¿Y cómo se decide? Cuando no es impuesta una ley, ¿en base a qué se decreta que es justa? Este punto de la discusión remite a los participantes a la otra pregunta inicial, que no se había tratado hasta el momento: ¿qué es la justicia? La definición, el concepto de justicia. Y, en este nivel de discurso situados, la justicia ¡sí que es ciega!, la justicia ¡no es interpretable! Por tanto ya habíamos llegado a algo muy interesante: se había respondido a dos de las tres preguntas iniciales. La justicia de hecho no es ciega y es interpretable, pero la justicia en sí misma (ahí aparecía con toda su fuerza el pensamiento platónico), es ciega y no es interpretable.

Por consiguiente, se produjo un viraje radical de la nave de nuestro pensamiento. ¿Qué es la justicia, más allá de la justicia? Más allá de la justicia mundana, podríamos decir. Platón se sentía a sus anchas. La noción de justicia tiene un componente innato, que intuimos, que está en nosotros dormida, pero que la educación y el diálogo con los otros puede progresivamente puede hacer aflorar. Ahora bien, ha de ser una buena educación, una educación que oriente adecuadamente el alma del ser humano para que no se despiste sin remedio. Eso está muy bien, pero cómo sabemos que hemos dado con la definición correcta de justicia, cuándo lo podemos saber. ¿Qué es la justicia? Respuesta del grupo de personas allí reunidas aquella tarde: no sabemos. Ante lo cual lector, te parecerá que te dejan muy lejos de lo que buscábamos. O, quizás más cerca de lo que tú crees.

Tomemos un punto de referencia para tratar de salir del aprieto: pensemos en la cuestión todavía más peliaguda del sentido de mi vida. Lo que valga para esto, podría valer mejor para lo otro. ¿Puedo yo saber, aquí y ahora, cuál es el sentido de mi vida? Que levante la mano quien así lo asegure. Realmente, si lo piensas bien, si lo descubres, lo harás al final. Así pues, quizás estés de acuerdo, tú que estás leyendo esta crónica, en que el sentido de tu vida constituye una búsqueda, como tantas otras búsquedas humanas: la verdad, la libertad… ¡la justicia! Así pues, ¿qué hemos hecho hoy juntos? La respuesta es bien sencilla. ¿La sabes? Hemos buscado la justicia. Hemos sido más conscientes. ¿Te parece poca cosa?

Con ayuda de uno de los participantes, en concreto el concejal de cultura, estudiante de derecho (mira tú por donde), se planteó finalmente una situación de lo más prometedora, de lo más esclarecedora. Ante un mismo proceso instructor, dos jueces ¿siempre llegarían al mismo veredicto? Quizás no siempre. Lección que se aprende, que no es la escéptica “todo vale”, ni tampoco la dogmática, como si dictar sentencia, decidir justamente, fuera como aplicar la tabla de multiplicar: ni la justicia es una, única justicia (contra Platón), ni cualquier forma de justicia es posible (con Platón). ¿Vale?