Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

martes, 16 de julio de 2013

EL GOBIERNO DEL PUEBLO 2/5

2 – El bien común

Platón, en su propuesta de un Estado justo, lo dejó muy claro: han de gobernar quienes menos anhelan gobernar. Así el pueblo podría tener un poco de confianza en que se gobierna por compromiso y deber ciudadano y no por deseo, para satisfacer sus propios intereses o los de sus allegados personales, políticos o económicos. Ya que el pueblo no puede estar en todos los lados a la vez, pues no es ubicuo ni es un espíritu puro, tiene que dejar gobernarse. Pero no a cualquier precio, ni tiene que perder el norte de lo que hay: la voluntad es del pueblo, que constituye la única política verdadera, la otra —la política real— es voluntad delegada. Por consiguiente, es muy necesario a la altura de nuestro tiempo evaluar qué políticos de oficio queremos. El pueblo ya ha vivido muchas experiencias, sabe lo que no quiere y algo de lo que quiere. Sólo tiene que pasarlo a limpio y ponerlo en común. Y luego desarrollar mecanismos de garantía para un control de las acciones políticas. Pues siempre los intereses particulares estarán al acecho. Esperando la relajación que proporciona a veces el vivir opulento y despreocupado; esperando que les dejen hacer, que el pueblo no es competente en cuestiones técnicas; y añaden: el pueblo siempre teme el cambio, por si acaso es a peor. Acechando están, porque algunos nunca pasan de política. Seguía diciendo Platón que aquellos que se dedicaran a la política habrían de caracterizarse por su amor a la ciudad y al bien común. Por consiguiente, cualquiera no podría dirigir y administrar los asuntos ciudadanos. Lo mismo que la voluntad del pueblo no es de nadie, tampoco lo es el bien común. Está compuesto por los bienes que yo recibo colaborando con el bien de todos. Sin mi cuota de contribución al bien común, no hay bien común que me valga. Así, ayudar a lo de todos es ayudarme a mi mismo. Quien así no lo perciba tendrá grandes dificultades para ser ciudadano y estaría incapacitado de por vida para ejercer responsabilidades públicas. O debería estarlo —dice el pueblo cuando se le escucha—. Por otro lado, el respeto sagrado a lo mejor para todos, que guíe las mejores acciones, significa en realidad respeto a uno mismo. En realidad, si no aprecio lo de todos, que me incluye a mí también, no me doy el valor que merezco, no aprecio lo que soy. Yo no sería el que soy, ni podría llegar a ser lo que soy, sin mi familia, mis mejores amigos y compañeros, que no serían como son sin la tradición de la comunidad a la que pertenezco. Maltratarla y no considerar lo valioso que contenga, es tratarme mal a mí mismo. Criticarla solamente, y no tratar de enriquecerla con mis aportaciones, no es criticarla de verdad. Robarle, y no tomar solamente lo que justamente me pertenece, es tener un ladrón en mi propia casa. Si no respeto mi comunidad, no me respeto a mi mismo. O quizás, más bien, ésta es la causa...

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