Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 23 de agosto de 2013

Sobre la mala conciencia

Café filosófico Juan de la Cierva 1.4
7 de junio de 2013, Sala de Biblioteca, 17:30 horas.


“Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño. (…)
En otro tiempo el espíritu amó el «Tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.
Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo” (Nietzsche, De las tres transformaciones del espíritu).

 “¿No es acaso evidente que los que ignoran el mal no lo desean y que el objeto de sus deseos es una cosa que ellos creían buena, aun cuando fuera mala, de manera que, deseando ese mal que desconocen y que creen es un bien, lo que en realidad desean es un bien? […] ¿Hay, pues, un solo hombre que apetezca sufrir y ser desdichado? […] Por consiguiente, Menón, nadie puede apetecer el mal (Sócrates, en el diálogo platónico Menón)”.

           
¿Cuándo tenemos mala conciencia?

El sentimiento de culpa tradicionalmente ha recibido un tratamiento religioso, pero nuestra reunión es filosófica y, por tanto, está situada en un nivel de conciencia anterior: el de la aclaración racional —pero sin apartarse de la vida y de lo vivido— de algo tan humano como sentirse mal por algo que hemos hecho. Ya sabemos que la moral es previa a la religión organizada. Tan sólo es necesario constatarlo una vez más. No eran muchos los participantes, pero representantes eran de lo humano, pues hay algo común en dicho sentimiento, aunque cada uno lo lleve como buenamente puede. Una carga que es más pesada para unos que para otros de nosotros. Pero que puede resultar liviana, si hemos aprendido a vivir con nosotros mismos. Y aprenderás. ¡Vaya si aprenderás! Nadie está dispuesto a sufrir indefinidamente, si llega a ser consciente de este tipo de sufrimiento evitable. La mala conciencia se evita con una buena conciencia. Lo que supone una transformación de ti mismo.
“Señalo algo de lo que yo espero de la (mi) vida”. Algo sencillo, mínimo, simple, sin más pretensiones. Esto les pidió el moderador, y la primera participante dijo que Felicidad: estar bien conmigo misma y con mi entorno. —¿Qué sentimiento inundaría tu vida, de lograrlo? —“Alegría”. —Y, ¿cómo lo notarías? —Se me notaría, pues me sentiría llena, con Plenitud. Y recuerda que luego tú dijiste que en tu vida quieres estar con “Esperanza”. —¿Qué sentimiento lo mostraría? —El que se tiene en un estado de Serenidad. Bien, sigamos: tú te conformabas con “Salir de aquí”, y así te sentirías Renacer. ¿Y tú? —“Trabajar en lo que quiera y donde quiera”. Y el estado al que aspirabas con ello era el de la Tranquilidad. El quinto participante se centraba en “Ser mejor de lo que soy”, ser más optimista, más positivo. Se te notaría pudiendo conservar mejor tus amistades, no “rayándolos”. —¿Y ellos no tendrían que hacer nada contigo? —Pues también, escuchándonos mutuamente. —Así pues, qué estado emocional alcanzarías de ese modo? —El de Equilibrio.
A lo largo de la búsqueda de aquella tarde se incorporarían tres integrantes adultos más, después de su cita obligada con la Oficial Escuela de Idiomas. (Al parecer, deseando estaban de saldar su prueba de habilidad con el inglés para unirse a nosotros... y revolucionaron la reunión, la sacaron de su curso, compruébese, si no, al final de esta crónica). Y resultó que estaban allí para investigar sobre la mala conciencia, no sobre la conciencia —o al menos esos pensaban ellos inicialmente—. Desecharon tratar de las relaciones humanas, y se preguntaron: ¿Cuándo tenemos mala conciencia?
Aunque esta pregunta no hubiera surgido si no se hubiera discutido antes por qué unos tienen mala conciencia y otros no. O al menos era el punto de partida de algunos participantes. (¿Tendrían mala conciencia?) Por de pronto hubieron de definir de qué estaban hablando: la mala conciencia es un sentimiento de remordimiento por algo que hemos hecho. Por tanto —parecía— tenía que ser algo posterior al acto mismo. Y se cuestiona: —¿Hay alguno que no tenga remordimiento alguna vez? Pongamos por caso: un terrorista, ¿nunca siente mala conciencia? ¿Ni siquiera cuando acaba matando a “uno de los suyos” por accidente?
Entonces, ¿en qué condiciones tenemos todos alguna vez mala conciencia? Se responde entre todos: “Cuando hago algo que va contra mi… moral, mis valores… Cuando voy contra mí mismo”. En ese estado me traiciono a mí mismo y por ello me decepciono. Así surge el sentimiento de culpabilidad. Y quedó claro a través de la discusión que tanto se refiere dicha “traición a mi mismo” a un contenido propio, como de otras personas que me rodean. Sí, pues la culpabilidad es solidaria. No en vano es una deformación de la responsabilidad. Por consiguiente, hay que tener mucho cuidado con tal desliz, si no queremos pasarlo mal innecesariamente.
Por ejemplo, cuando me acuso a mí mismo injustamente, o lo hago falsamente. Haríamos bien, en estos casos —señalan los participantes— en evitar la aparición del sentimiento de culpa analizando el caso con objetividad, recabando la visión de otras personas cercanas, que nos permitan ver el asunto con más distancia. ¿Podemos hablar de otras situaciones y encontrar para ellas su receta? Aquí se produjo un impasse en la discusión. Momento que no desaprovechó el moderador para profundizar en la idea del conocimiento real de la situación —que se ha de tener para no sufrir— en la que uno se siente culpable de lo que ha pasado, a través del caso ya discutido del terrorista desalmado. Puede que no tuviera remordimientos debido a que “él creía que lo hacía bien”. Esta cuestión, que gira en torno a la base de la acción buena, también le interesó a Platón, una cuestión heredada de su maestro: quizás desconoce el verdadero bien y se engaña a sí mismo sobre ello. Lo que llevaría la hipótesis de una moral universal, por encima de cualquier otra particular. Unos valores universales. Nosotros, ciudadanos del siglo veintiuno, estamos acostumbrados a suponerlo (recuerda la realidad que otorgamos a los derechos humanos). Pero aún así, a pesar de Platón, ¿qué motivación podemos tener para cumplir con un valor moral, si, por ejemplo, sé que no me van a pillar? Señalan los participantes que poniendo sanciones (que no son eficaces), lanzando mensajes impactantes (a los que nos acostumbramos), que el sujeto sienta el daño en sus carnes…
…Que el terrorista sienta en sus propias carnes el daño que puede causar a otros. Veamos: si ha de sentirlo, habremos de apelar a su propia conciencia y mostrarle que contiene creencias inadecuadas o limitadas. Es un asunto de ignorancia, así pues, pero no ignorancia del verdadero bien —sobre el cual puede haber discrepancias—, sino de sus creencias. Desde Platón, por tanto, volvemos a Sócrates. El maestro es el maestro. Actuamos mal por ignorancia, por alguna carencia de nuestro conocimiento: nos falta información, se basa en conocimientos erróneos, estamos siendo condicionados por algún trastorno, algún fármaco, algún dogma, etc. Y ahora tenemos un trabajo que podemos realizar poco a poco: esclarecer nuestras creencias limitadas. Esto nos conducirá a una nueva visión de nosotros mismos y del mundo, una transformación de la conciencia, desde la que podemos percibir cuán equivocados estábamos. A nuestro terrorista le puede pasar con tiempo y reflexión: comprender que los medios, si no son adecuados, pervierten el fin, por muy loable que éste sea.

Excurso uno: ¿Qué valores habríamos de perseguir?

—Por supuesto, los valores cristianos, que están más que contrastados.
—¿En qué hay que educar, en valores o en religión? Las personas no cristianas, ¿Pueden llegar a los mismos valores que un cristiano?
—Por supuesto.
—Entonces, ¿en qué hay que educar, en valores o en valores cristianos?
—En valores —se asiente.
Conclusión que afecta al mismísimo propósito del ministro Wert, quien confunde anacrónicamente la ética y la moral, pues pretende que la escuela pública ofrezca una moral para cristianos y otra moral para ateos, o algo así.

Excurso dos: ¿Todo el mundo persigue su propio bien?

—Un psicópata, clarísimamente no.
—¿Es posible que no persiga, con lo que hace, su propio bien?
—Sí, es así. Hay mucha gente que no siente empatía, ni mala conciencia. Es su naturaleza y en ello hay grados.
—Por esa regla de tres, el mundo estará lleno de psicópatas, a juzgar por el mal que existe (y ha existido siempre) y la ausencia de mala conciencia en muchos de los responsables de muchas instancias actuales políticas o económicas.
—Es cierto, los que tienen poder sí, y además le dejamos seguir…
—Pero, entonces, ¿no se puede hacer nada, si eso ocurre por naturaleza? ¿A dónde nos lleva lo que es por naturaleza? Pongamos el caso de un can rotweiler: ¿Todo animal busca su bien?
—Sí, un perro también. Pero lo que ocurre es que ha tenido malas experiencias y se ha vuelto agresivo.
—¿No es reeducable, entonces?
—Sí puede serlo.
—¿Y no se puede tratar de hacer lo mismo con el psicópata, aunque sea a un nivel básico para poder convivir? (Por ejemplo: haciendo que su bien incluya el bien de otro)
            Pudiera ser que todo el mundo buscara en el fondo lo mismo, su propio bien, pero a veces por caminos tortuosos y dañinos para sí mismo o para otros: sentirnos bien; no lograr grandes valores o ideales, sino alcanzar brevemente —aunque sea— algunos estados básicos esenciales que nos reconforten, como los que buscaban nuestros participantes al comienzo de este diálogo (recordad: alegría, plenitud, serenidad, renacimiento, tranquilidad, armonía). Esta hipótesis nos lleva, al menos, a hacer lo que podamos; la contraria quizás no…

viernes, 9 de agosto de 2013

Aprender a filosofar con Óscar Brenifier

 

Óscar Brenifier, La práctica de la filosofía en la escuela primaria, Valencia, Diálogo, 2012 (edición original 2007, traducción de Gabriel Arnaiz y Felicidad Martínez-Pais).


Leer a fondo las obras de Óscar Brenifier, o mejor aún, participar directamente o como espectador en alguna de las prácticas filosóficas de este filósofo francés, que viaja por todo el mundo con su arte de preguntar a cuestas, nos lleva necesariamente a colmar de sentido el conocido dicho kantiano: “No se aprende filosofía, sino que se aprende a filosofar”. Su práctica filosófica no deja indiferente a nadie, cual Sócrates o Diógenes, que de ambos tiene una parte. Y no es por la dificultad del trabajo que propone, sino por la radicalidad de su planteamiento y la coherencia de su puesta en acción. Brenifier no describe casi nunca en qué consiste su trabajo filosófico, sino que lo muestra y lo exhibe de una manera espectacular. Un estilo provocador que produce a menudo una remoción dramática en el ánimo del participante, un cataclismo para las opiniones tenidas o aceptadas sin más y desconocidas de sí mismas: “Para el cínico la virtud consiste fundamentalmente en desaprender lo que está mal, y especialmente todo aquello que es producto de la facilidad, la tradición, la autoridad establecida, la propiedad y la convención”[1]. Y no siempre es placentero, puesto que muchas veces preferimos no saber, aunque, paradójicamente, nos esté impidiendo vivir mejor. Pero es necesario, cuando el filósofo nos lleva a vivir de otra manera, ya que continuamente está cuestionándonos a nosotros mismos y nuestra propia vida. “La forma en que Sócrates producía este impacto en sus interlocutores era por medio del cuestionamiento, incitándoles a descubrir su propia incoherencia e ignorancia, un proceso que permitía que la persona diera a luz nuevos conceptos: la mayéutica”[2]. Y para alcanzar dicho estado hace falta filosofar y no basta saber mucha filosofía. Saber lo que otros han pensado, a lo máximo que puede llevarnos es a disponer de variadas opiniones verdaderas —a decir de Platón—, las cuales utilizas en tu vida como un repertorio de respuestas ya hechas, pero que no nos conduce a conocernos ni a pensar por nosotros mismos. De ahí que Kant estuviera tan convencido de que “el alumno no ha de aprender pensamientos, sino aprender a pensar”, y para ello sólo cabe orientarlo, pero no conducirlo, de manera que en el futuro esté capacitado para andar por sí mismo. Y sigue diciendo: “El joven que ha cumplido la instrucción escolar estaba acostumbrado a aprender, entonces piensa que va a aprender filosofía, lo que es imposible, pues ha de aprender a filosofar”. Este dicho kantiano, tan citado, está justificado por el hecho de que la filosofía no es una disciplina como las demás, a las que en un momento dado puede considerárselas una disciplina acabada. Siempre está por hacerse. Es imposible aprender la filosofía. Se pueden adquirir conocimientos de filosofía, pero eso no ayuda por sí solo a ser capaces de construir pensamiento filosófico propio, ni a acceder de una manera profunda al pensamiento de otros. Se entiende, así, que únicamente quepa enseñar a filosofar, si queremos ayudar a pensar. Pues bien, como decíamos, esto mismo es lo que nos ofrece Brenifier: un enfoque filosófico y unas herramientas filosóficas afinadas ex profeso para dicha finalidad. La práctica de la filosofía en la escuela primaria es un texto fundamental para poder apreciar lo anterior, que ha sido recientemente traducido al castellano por parte de Gabriel Arnáiz y Felicidad Martínez-Pais. En él se hallan expuestos no sólo las técnicas para los distintos talleres a través de los cuales se puede aprender a filosofar, sino también algunos de sus fundamentos, expuestos de una manera más sistemática que en otras obras del autor. El título es engañoso puesto que su propuesta de una filosofía práctica se aplica tanto a niños desde los tres o cuatro años, como a adolescentes que están en la edad de la enseñanza media. Y no sólo es aplicable en el contexto escolar sino fuera de él, en la forma de talleres dirigidos a personas de cualquier edad y en otros contextos sociales o individuales, a través de cafés filosóficos, consultas filosóficas o, propiamente, talleres de filosofía.


Obras de Óscar Brenifier en castellano:

—El diálogo en clase, Tenerife, Ediciones Idea, 2005 (edición original 2001, traducción, prólogo y notas de Gabriel Arnaiz).
Filosofar como Sócrates. Introducción a la práctica filosófica, Valencia, Diálogo, 2011 (edición de Gabriel Arnaiz).
—La práctica de la filosofía en la escuela primaria, Valencia, Diálogo, 2012 (edición original 2007, traducción de Gabriel Arnaiz y Felicidad Martínez-Pais).
—Colección: Aprendiendo a filosofar, Valencia, Ediciones del laberinto, 2006 (material didáctico para educación secundaria y bachillerato).
—Colección: SuperPreguntas, Editorial Edebé, 2006 (material didáctico para educación primaria y secundaria)


[1] Filosofar como Sócrates. Introducción a la práctica filosófica, Valencia, Diálogo, 2011 (edición de Gabriel Arnaiz), p. 28.
[2] Op. cit., p. 20.