Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

jueves, 28 de febrero de 2013

Sobre los sentimientos


Café filosófico Juan de la Cierva 1.3
23 de febrero de 2013, Sala Casarte Azul, 16:30 horas.


 ¿Los sentimientos nos hacen vulnerables?


Pon al punto tu esfuerzo en responder siempre a toda representación perturbadora: “Tu no eres sino una representación, y en absoluto eres lo representado”. Y luego examínala con atención y ponla a prueba, para ello sírvete de las reglas que tienes, principalmente con esta primera que versa sobre si la cosa que te hace sufrir es del tipo de aquellas que dependen de nosotros o de aquellas que no dependen de nosotros. Y si se tratara de estas últimas, di sin titubear: “no tiene que ver conmigo” (Epicteto, Manual).

¿Qué hacemos hoy aquí en una bulliciosa cafetería de Vélez-Málaga? Averiguarlo. Igual que cuando vivimos. ¿Para qué vivimos si no es para averiguarlo? Los que allí estaban habían decidido no ya sacar a la filosofía del aula, sino también del contexto de un Centro de enseñanza. Estrenábamos nuestro café filosófico en un espacio aún más público. (Bueno, privado pero abierto al público en general). Podía pasar cualquier cosa. Incluido que la experiencia fuera del gusto de todos. El mayor enigma era si el ruido-ambiente socavaría la calidad de nuestro diálogo filosófico. La palabra es su vehículo fundamental, y está sujeta a interferencias. A pesar de los esfuerzos, se confirmaba la necesidad de un lugar más apartado del mundanal ruido. Como no fue posible del todo, deberá intentarse en otra ocasión, por ejemplo cambiando el horario. De hecho, salvo por la mencionada circunstancia, la Sala Casarte Azul es un lugar muy atractivo para realizar este tipo de encuentros. Por eso decimos que merece otro intento. (Por favor, dale siempre otra oportunidad al Ser. De otro modo podrías perderte muchas buenas cosas de la vida).

“¿Qué espero cuando me reúno con otras personas?”. Una reunión como la nuestra es un buen sitio para descubrirlo. Ellos y ellas dijeron que, pensando, se pueden conocer otros modos de pensar, se pueden comparar ideas y creencias, y conocer a las personas que las sustentan; nos enriquecemos con otras maneras de vivir al intercambiarlas, al indagar filosóficamente en ellas, sabiendo de qué va la vida, a la vez que se está a la espera de saber qué es esto de un café filosófico; y nos mueve la curiosidad, las ganas de probar a hablar y relacionarnos en otras situaciones distintas de las habituales. El mayor gusto por reunirse con otras personas está en el mismo acto de reunirse. Así rompieron el hielo los asistentes: se conocieron por fuera a través de sus rostros y sus nombres, y por dentro, a través de sus expectativas e intenciones.

La elección de la temática para la discusión de aquel día mostró la preocupación por la corrupción o desintegración humana, así como el interés por los sentimientos. La pregunta —que se lanzó— sobre la vulnerabilidad de nuestra vida, al estar continuamente atravesada de sentimientos, inclinó la balanza hacia el segundo núcleo temático. Realmente, ¿los sentimientos nos hacen más vulnerables? Aunque, primero, se discutió si los sentimientos son tan humanos que sólo son humanos?

—No es así, mi gato tiene sentimientos.
—Pero —pregunta el moderador a los demás participantes—, ¿se ha expuesto un argumento  o se ha puesto un ejemplo?

Para hacer posible un diálogo necesitamos argumentos. Y para responder a la pregunta acerca de si los sentimientos solamente se dan en los seres humanos, la discusión llevó a proponer la necesidad de un criterio capaz de discernir hasta qué punto sienten los animales y hasta qué punto no sienten —si es el caso— cierto tipo de sentimientos que llamamos humanos. Pero esto fue después de discutir brevemente si se trata de una cuestión de grado o de distintos sentimientos incomparables entre el ser humanos y otras especies de seres.

—¿Cómo podemos saber que los demás animales sienten?
—Es muy sencillo: la ciencia médica permite determinar con facilidad qué áreas del cerebro se activan, o qué sustancias se alteran, cuando se producen los sentimientos.
—¿Sabemos así lo que sienten? El rastro en una pantalla, ¿es lo que sienten?
—No lo parece.
—¿Cómo podemos saber, entonces, lo que otros seres humanos o no humanos sienten?, se preguntó a todos los asistentes.
Y con algún trabajo de afinamiento del pensamiento se concluyó:
—Solamente a partir de nosotros mismos; por referencia a nuestros propios sentimientos cuando sentimos dolor, alegría, preocupación, ansiedad o calma.

Una de las participantes —acto seguido—, con suma claridad y rapidez extrae una consecuencia de lo acabábamos de alumbrar: eso quiere decir que “los sentimientos son siempre subjetivos”. ¿Cómo habría de ser de otro modo, sino sentimientos de un sujeto? Los sentimientos siempre hablan de mí, ya sean de otros, ya sean míos. ¿Tendría esto que ver con la vulnerabilidad que sentimos al mostrar nuestros sentimientos? Recordad que era ésta la segunda cuestión que nos planteábamos al principio —así que seguir por este camino parecía bastante justificado—.

—¿Por qué nos hacen vulnerables nuestros sentimientos?
—No es bueno para ti. Te pueden atacar, por tener baja la guardia.
—¿Te refieres al entendimiento y la razón?
—Sí.
—Ser vulnerable, ¿es malo para ti?
—Sí, estás en peligro.
—¿Qué quieres decir?
—Eso me produce miedo.

¿Siempre es un peligro sentirte vulnerable? Esta línea de investigación no se siguió del todo —directamente—. Aunque, sí se dijo que es una oportunidad, por los menos, para conocerte a ti mismo. Todo el proceso discursivo que se había llevado, unido a esta última reflexión, parecía que estaba permitiendo a la persona que manifestó la preocupación acerca de la vulnerabilidad inducida por nuestros sentimientos, ahondar en dicha inquietud y fue capaz de introducir esta preciosa síntesis esclarecedora: están los sentimientos que te pasan, y está cómo te los tomas; tenemos lo sentido y tenemos lo pensado. Siempre puedes tomarte de alguna manera lo que sientes.

—¿Qué te hace más vulnerable: lo que sientes, como te lo tomas, o bien, ambas situaciones te hacen vulnerable? (Estaba a punto alumbrarse un exquisito atisbo de verdad).
—Sin dudarlo: cómo te tomas lo que sientes.
—¿Y qué puedes trabajar más en ti, para ser menos vulnerable?
—Está claro: lo pensado más que lo sentido. Lo sentido te pasa y no lo controlas.
—¿Nos llevaría esto a la conclusión de que trabajando lo que pensamos podríamos tomarnos mejor lo que sentimos y sentirnos menos vulnerables?
—Así parece.

Y parecía un buen momento para evaluar nuestro trabajo. Estábamos satisfechos en la ensenada a que habíamos conducido nuestra nave de la indagación. Y como la sala estaba cada vez más llena de público ajeno a nuestra discusión —ruido unos para los otros—, se dio por finalizado el diálogo filosófico. Epicteto había asomado la nariz —tímido tras la puerta de entrada de la Sala Casarte Azul—, y nos había rescatado del ruido de las ideas para dejar claro que debíamos distinguir entre “lo que depende” y “lo que no depende de nosotros”. Lo que sentimos no siempre depende de nosotros cuando lo sentimos, pero sí probablemente nuestra representación de lo que sentimos. De hecho, sabemos que no todas las personas reaccionan del mismo modo ante una misma situación. Esto depende de nosotros y siempre podemos aprender a vivir mejor. Por lo tanto, los sentimientos también pueden llegar a fortalecernos y no tienen por qué descentrarnos de nosotros mismos. Provisional conclusión, comienzo del pensamiento.

sábado, 16 de febrero de 2013

El desarrollo moral

La moralidad, como otras capacidades humanas, se puede desarrollar más o se puede desarrollar menos (Kohlberg):

Estadio 1: Heteronomía
             El comportamiento se rige por factores externos: conseguir un premio o evitar un castigo. Si sabes que no te van a descubrir, no hay motivos para dejar de hacer algo que te gusta o que persigues. (Si no te pillan no has hecho nada). Es el estado normal de los niños hasta los seis años aproximadamente, pero hay adultos que pueden estar toda su vida instalados en este estadio. Es el caso típico de los delincuentes que sólo los frena el temor a un castigo.

Estadio 2: Individualismo
             El niño a partir de los cinco años comienza a descubrir que hay normas y reglas de juego. Y en este estadio ya no se cumple la norma por temor a un castigo, sino que comienza a actuar por egoísmo o interés propio: de lo contrario no le dejarían jugar a lo que le gusta jugar o hacer lo que quiere hacer. Descubre a la vez la ley del Talión (“ojo por ojo…”): actuar por reacción, se hace a los demás lo que nos hacen; se hace lo se suele hacer, lo que es normal hacer, para que a mí también me lo dejen hacer. Normalmente dura hasta la adolescencia, pero hay muchos adultos que actúan según este mecanismo: respeto si me respetas, no miento si no me mientes, llego puntual al trabajo si los demás también lo hacen, no robo si tú no robas…

Estadio 3: Expectativas interpersonales
             En este estadio se comienza a descubrir la importancia de la afectos, aunque muchas veces se actúa para agradar a los demás y ser aceptados. Hacemos lo que se espera de nosotros. Se guarda lealtad por afecto y por el deseo de ser queridos, no tanto respecto al contexto familiar sino al grupo de iguales. Para pertenecer a un grupo extrafamiliar se hace lo que ellos nos pidan, y los límites que se ponga a esta exigencia depende de lo firmemente que se haya superado el estadio anterior. Aproximadamente hasta los veinte años, y muchos adultos posteriormente, todavía nos dejamos llevar —más o menos fácilmente— por lo que hagan otros, los modelos predominantes en la sociedad o en el grupo en que nos movemos frecuentemente.

Estadio 4: Responsabilidad y compromiso
             En esta fase comienza la autonomía moral. Los jóvenes a partir de dieciocho o veinte años —los más maduros con menos edad incluso— ya tienen la capacidad para actuar siguiendo compromisos adquiridos con otras personas. Ahora se cumplen las obligaciones libremente contraídas por autorresponsabilidad, no por interés egoísta o por quedar bien. Si otros no son responsables para hacer lo correcto, no se imita su conducta. Ahora bien, sólo se hace aquello a lo que uno se ha comprometido, no más; y se limita a su círculo social más cercano, su familia, sus amistades, sus conocidos, los de mi país, el resto “no es mi problema”. En esto está una gran parte de la población, a pesar de que todavía se puede desarrollar más profundamente nuestra moralidad.

Estadio 5: Contrato social
             Aquí se comienza a tomar conciencia del mundo: “todos tienen derecho”, no sólo mi familia, mis amigos, mi ciudad, mi país, mi cultura… Tienen derecho a una vida humana, por lo menos respecto a sus valores más básicos: a una vida digna (alimentación, vivienda, salud, educación) y a ser libres de tomar sus propias decisiones. En el estadio anterior se cumplen las leyes escrupulosamente, pero ahora se considera que puede haber leyes injustas que hay que contribuir a cambiar, si atentan contra la vida o la libertad de las personas.

Estadio 6: Principios éticos universales
             La conciencia moral se amplía ahora a todos los demás valores, sobre todo la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos: “todos somos hermanos”, todos necesitamos y buscamos básicamente lo mismo, lo que nos hace humanos. Una de las reglas de oro sería: “hacer a otro lo que no quisiera que hicieran conmigo”. El filósofo ilustrado Kant lo llamó “imperativo moral”: una norma para ser moralmente aceptable ha de poder ser universalizable, es decir, que sea capaz de recoger lo que “todos deberíamos hacer”. La conducta se orientaría ahora por principios éticos universales, como los recogidos en la Declaración de los Derechos Humanos. Sólo algunas personas son capaces de llevar una vida coherente con este nivel de desarrollo moral.

Pregunta:
¿Sabrías decir en qué estadio de desarrollo moral se encontrarían muchos de "nuestros políticos"?