Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 22 de enero de 2014

Sobre el sentido de la vida (2)

Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.5
17 de enero de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.


“En todos los lugares donde encontré seres vivos, encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor. (...)
Y este misterio me ha confiado la vida misma. Mira, dijo, soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo.
En verdad, vosotros llamáis, a esto voluntad de engendrar o instinto de finalidad, de algo más alto, más lejano, más vario: pero todo esto es una única cosa y un único misterio. (...)
En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismo deben una y otra vez superarse a sí mismos. (...)
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores.
Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: más ésta es la bondad creadora. (...) ¡Hay muchas cosas que construir todavía! Así habló Zaratustra” (Nietzsche).



            ¿Para qué estamos aquí?

  Comienza el nuevo año, y suma y sigue nuestro café filosófico en Vélez-Málaga. Pues sigue habiendo mucho interés por reunirnos para filosofar. Una reunión pública y abierta. En la Cafetería Bentomiz. El tercer viernes de cada mes, por lo menos hasta junio. Y la tarde no era nada propicia. Abundante lluvia, y sin embargo, asistencia abundante. La filosofía se va a poner de moda. Porque la filosofía no solamente da vueltas y vueltas a una misma cuestión. (En realidad, siempre en el fondo a las mismas cuestiones). Porque siempre se llega a algo. Aunque no dé tiempo a agotar un tema, nos conformamos con que madure lo suficiente como para poder saborearlo bien. Podemos hablar juntos, y no hay que callarse porque no seamos capaces de dar una respuesta acabada y última, “científica”. No estamos de acuerdo con Wittgenstein. De lo que no se puede hablar, hay que hablar para tratar de buscarle algún sentido. Entre todos. Pero hay que estar dispuestos a ponernos a prueba a nosotros mismos. Si no, para qué. Entonces sí que sería mejor callarse. Y así fue nuestro encuentro. A pesar de que no le hallamos un sentido unívoco y definitivo a la vida, la discusión misma, de más de veinte personas, durante dos horas holgadas, sí que tuvo mucho sentido. Aquel día…

Aquel día, el moderador propuso que cada participante se presentara al grupo a través de uno de sus mejores deseos para el nuevo año. Y hubo una clara distinción entre los deseos de los más jóvenes que allí estaban, que parecían más pragmáticos (acerca de su formación o su futuro laboral), y más idealizados la mayoría de los deseos de los más adultos (mucha paz interior y mucha tranquilidad, más sensibilidad y menos pesimismo). ¿A alguien le sorprende esto? Si es así, que sepa que está preparado para la filosofía, que es sorprenderse de lo que hay porque lo hay. Aquel era el momento y el lugar, y quizás tú te lo hayas perdido. Es irrepetible, claro, pero volverá a repetirse de otro modo. El mes que viene…

Ni la libertad, ni el compromiso, ni la felicidad, ni la solidaridad, ni la violencia, ni la eutanasia, fueron tan atractivos como para apartar de la mesa de la indagación el sentido de la vida humana. Y a este tópico dedicaron sus esfuerzos los participantes, proponiéndole multitud de cuestiones. Entre ellas, las que dispararon la discusión fueron éstas: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Tiene un sentido la vida? ¿Para qué estamos aquí? Y esta última prometía aclarar las demás. Pues si averiguamos algo de nuestra función aquí, ya que hemos nacido, algo sabríamos de su sentido y si alguno tiene.

¿Para qué estamos aquí? Es fácil, estamos aquí para lo que han estado otros antes que nosotros: para “la conservación de la especie”. Tesis biologicista defendida con vehemencia por uno de los participantes de mayor edad —las edades oscilaban, debéis saberlo, entre los diecisiete años y los ochenta y nueve—. Y una antítesis que no se dejaba arrastrar del todo, durante todo el encuentro: el sentido de la vida humana ha de ser personal. ¿La vida tiene un sentido más allá del individuo, o bien no hay un más allá de mi sentido vital? (Más acá, habría que decir mejor, si tiene un sentido general biológico). Mientras tanto, una síntesis trataba de buscar acomodo: el sentido siempre está relacionado con la idea de mejoramiento, de superación. Pero claro, tan atacada era por un lado como por otro. ¿Quién mejora, el individuo o la especie?

—Nosotros como individuos podemos dejarnos llevar o no, por la corriente de la vida que compartimos con todos los seres vivos, un torrente que se despeña por lo biológico y se desahoga en lo moral.
—No me satisface ese sentido biológico de la vida humana. Mi experiencia diaria me encamina a un sentido mundano de la vida. Los pasos que voy dando en la vida son mis pasos en esta vida. Yo soy dueña de ellos, no la especie. La moral no es reducible a biología.

Una cita de Viktor E. Frankl, por parte de uno de los participantes adultos, que nos llevaba a comprender que es a través de los momentos dolorosos o de enfermedad cuando mejor alumbramos la dimensión personal del sentido de la vida, no conseguía acallar la fuerza de la biología. (La vida acallada por la biología, ¡qué paradoja!) En los momentos trágicos o críticos de la vida es cuando pueden integrarse lo individual y lo genérico, lo biológico y lo personal. Pero nada, el combate aunque desigual en número, se mantenía en tablas. Fue el momento en que al moderador le pareció oportuno hacer un alto en el camino, sentarnos alrededor de la hoguera del entendimiento y planear la siguiente jornada. En lugar de alimentar la oposición de las dos posturas, tratemos de avanzar hacia el sentido humano de la vida, más bien que hacia el sentido de la vida humana. ¿Cuál puede ser el sentido especifícamente humano de la vida?

—El amor. 
Pero, ¿no es una palabra algo gastada? ¿En qué sentido el amor?
—El amor como empatía, la solidaridad. Y de ahí nos viene todo lo humano, desde lo cultural a lo moral.
—Pero, ¡las hormigas también trabajan solidariamente!
—No, lo hacen por instinto.
—¡Lo veis!, en el fondo es lo mismo: hay una continuidad en todo lo biológico; lo que hacen las hormigas, lo hacemos nosotros conscientemente, pero es lo mismo (la tesis encontró aquí un buen resquicio).
—Pero el ser humano llega a metas más lejanas. El hombre es una constante superación de sí mismo. Siempre ir más allá, más lejos. 
—Así es, más allá: lo que debo hacer, cómo lo he de hacer… Adquiriendo conciencia moral. Así nos humanizamos.
—Y si fuera así, si no intentáramos vivir mejor como seres humanos, sería por ignorancia. Por desconocimiento de lo más humano. Por desinformación. Muchas mujeres en África así lo están viviendo: cuando dejan de ignorar exigen dejar de vivir sometidas.

El afán por superarse parecía lo propio del ser humano. Esta idea se mostraba la más resistente a la tesis. Y, sin embargo, está emparentada con un sentido nietzscheano de la vida: la voluntad de ser, la voluntad de poder ser, de lo cual estaría impregnado todo lo vivo, incluido los seres humanos. ¿Qué problema hay en considerar nuestra vida dentro de la vida? Quizás, ninguno, si somos capaces de apreciar también cada nivel de lo vivo, y dentro de la vida, cada nivel de conciencia vital. Nietzsche diría que somos el único animal capaz de valorar. Y esto es mucho. El inconveniente está, quizás, en empeñarse en reducir, en simplificar, en inhibir la novedad y el mérito de la emergencia de la novedad. De igual manera que pudiera ser también un grave error lo opuesto, lo cual nos ha costado muchos siglos de represión y olvido de la vida, por mor de una racionalidad sin sentidos y una espiritualidad sin cuerpo, que ha acabado creando monstruos.

¿Qué es superarse? ¿Nos superamos en el más y más, o en el mejor y mejor? ¿Cantidad o cualidad? ¿Cantidad material o nivel de desarrollo? Un equilibrio hace falta entre razón e instinto, apunta casi al final de la reunión el participante más veterano. Pero la discusión no amainaba y estaban dispuestos los asistentes a seguir y seguir, superarse y superarse.  El moderador quiso, entonces, ir dando por finalizado el encuentro, puesto que la vida no es tan larga, pero tampoco tan corta como para que no podamos continuar en la siguiente ocasión. Y después de una breve valoración de la experiencia —nueva para muchos— quedamos emplazados para el mes de febrero, si no era antes. La insistente lluvia seguía cayendo fuera tenazmente. Dentro había amainado.

sábado, 4 de enero de 2014

Discusión sobre el aborto

Es un tema difícil y no resuelto por mucho..., de ahí que, aunque pareciera que había un cierto consenso (o al menos, una cierta tranquilidad social aparente sobre ello) en cuanto alguien (un ministro, en este caso) ha querido “movello”, se reverdecen todas nuestras dudas irresueltas pasadas. El problema irresuelto de fondo es decidir cuándo comienza la vida y cuando comienza a haber una persona. Estos dos aspectos son claves en la discusión. Y luego está la cuestión de cómo nos tomamos el valor de la decisión que se adopte sobre el límite de dichos dos aspectos, si es relativa a cada uno o puede ser universalizada, aunque sea judídicamente.

¿Cuándo hay un ser vivo? Esta cuestión no atañe al problema del aborto, aunque ya se da ahí la misma situación paradójica: si todo ser vivo es digno de vivir, habría de ser respetado siempre, pero entonces no podríamos sobrevivir nosotros. Y parece que la madre naturaleza ya se ha ocupado de resolverlo. Ahora bien, eso no obsta para que no respetemos (puesto que somos seres morales) a los demás seres vivos, pidamos permiso y reconozcamos y agradezcamos el sacrificio que supone el que nosotros podamos sobrevivir. Las culturas ancestrales de nuestro origen humano eran en esto mucho más sabias que nosotros, puesto que estaban mucho más conectadas a la realidad necesaria del sacrificio de la naturaleza, y por eso eran tan respetuosos con los equilibrios naturales, de los que no se consideraban independientes. Es también la paradoja con que se encuentra el vegetariano, que ha de resolver dónde pone el límite para nutrirse y qué actitud adopta hacia aquello que le da de comer.

¿Cuándo una persona es una persona? Esto ya parece que va al centro del problema del aborto. Situar un determinado momento del proceso biológico como decisorio nos conduce a la discusión sin fin en que solemos caer. ¿En qué momento ya es una persona el embrión? ¿Por qué uno y no otro, si hay un continuo biológico? ¿Desde el principio, a una determinada altura del desarrollo…? Por lo tanto, ha de ser un criterio externo, nuestro, convencional, pero que estemos mínimamente satisfechos. Cuando hay “mente” podía ser un buen criterio, cuando hay consciencia… Pero, ¿cuándo la hay? También es un continuo proceso, un proceso continuo, ¿dónde situar el momento personal? Si abortamos antes el proceso, abortamos todo el proceso subsiguiente (que acabaría incluyendo también a la persona en un momento en que ya no tendríamos dudas), sea donde sea donde pongamos el dedo. Entonces, ¿qué criterio nos valdría? Veamos lo que nos puede aportar Aristóteles: por lo menos nos ofrecería alguna claridad conceptual. La unión óvulo-espermatozoide humanos sería potencialmente un ser humano, pues está ya en su naturaleza la posibilidad, si nada lo impide (y también pueden sobrevenir causas naturales), de llegar a ser en acto un ser humano. No es, por tanto, todavía un ser humano (en acto), solo lo es en potencia. Así, la consideración no habría de ser la misma, lo que no quiere decir que un ser en potencia no sea digno de respeto por nuestra parte, ni por supuesto que eso justifique cualquiera de nuestros actos para con él. Ahora bien, ¿cuáles serían las condiciones de dicho respeto? Esto sería una decisión humana. También lo fue decidir la pareja tener un hijo o no tenerlo, y no consideramos que debamos sentirnos tan mal (como si estuviéramos abortando una vida) cada vez que decidimos posponer tener un hijo juntos. Es también una decisión personal siempre, sobre todo, porque no hay una respuesta clara y unívoca, ni desde el punto de vista psicobiológico, ni tampoco ético. Ahora bien, no cualquier decisión es igualmente válida que todas las demás. Veamos.

¿Mi decisión vale igual que cualquier otra? Esta salida relativista en muy propia de nuestro tiempo. Pero lo cierto es que, aunque, mi decisión sea mía (y siempre ha de ser mía, si soy “mayor de edad” en sentido kantiano), no se juzga mi decisión, sino las razones que la sustentan y mi capacidad para considerar otras razones diferentes a las mías. Y aquí sí que sería preferible (para mi propia evolución moral y de la sociedad en que vivo y para la convivencia pacífica) que nos pusiéramos de acuerdo en unos mínimos, ya que no es posible en todo, ni siempre, un consenso sobre máximos, donde todo esté perfectamente detallado. (Ni tampoco sería muy deseable, a partir de la experiencia histórica que compartimos). Entonces, una posible salida universalizable al problema podría ser, en mi opinión (en este momento en que escribo): desde el punto de vista individual, dejarlo como una decisión personal y de las personas directamente implicadas (cuanta más lejanía al hecho biológico mismo, menos peso, por tanto, la mujer, en principio, tendría más peso que  nadie); y desde el punto de vista social, proponer unos mínimos que limiten posibles abusos o carencias inaceptables (según consideremos entre todos) de los protagonistas primeros de la decisión. Así que si jurídicamente se establece, en base a un principio ético universalizable mínimo, que “todos nosotros” pudiéramos compartir, unos plazos y unos supuestos razonables para el derecho legal a abortar un embarazo, no parece demasiado descabellado. Quedando claro que el criterio sería legal y nada dice de mi capacidad ni decisión moral individual bien informada. Sólo me pone un límite razonable, pero yo siempre quedaría libre sobre cómo ejercerlo, o incluso si decido no ejercerlo, para abortar o para no abortar. Ahora bien, no impido así, ni obligo a, que los demás puedan ejercer sus propias decisiones morales también libremente.

Desde mi punto de vista, el grueso de la discusión social y legal debería referirse a dichos límites mínimos (plazos y supuestos), y no si se debe abortar o no. Y esta discusión va más allá de un partido político o una determinada ideología religiosa o contra religiosa. Es algo de todos, más allá de lo que yo haría si me encontrara en la situación de abortar o no, o de si lo puse en mi programa electoral. No se trata de reformar o no (para aprovechar e imponer mi propia perspectiva), sino qué reformamos y cómo, si queremos reformarlo. Y si no hay un consenso social mínimo sobre ello, nadie tiene derecho unilateralmente a reformar nada, ya que luego afecta a mi vida privada y a mis propias decisiones morales.