Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 27 de abril de 2014

¿La vida necesita de tantas normas?

Los Baños del Carmen, 10 de abril de 2014


“El sistema se ha convertido en lo importante. Por consiguiente, como el sistema es lo que importa, el hombre —vosotros y yo— perdemos trascendencia; y los que controlan el sistema religioso o social, de izquierdas o de derechas, asumen la autoridad, asumen el poder y así os sacrifican a vosotros, al individuo. Eso exactamente es lo que está ocurriendo (Krishnamurti, La libertad primera y última, edición original 1954)


El encuentro filosófico del grupo de trabajo de Los Baños del Carmen, compuesto de demiurgos o filósofos arquitectos, no consistió esta vez en un diálogo socrático, sino en una probatura de los cafés filosóficos. Y la experiencia mostró que la madurez del grupo no necesita un formato estricto para desplegar sus inquietudes. De ello se ha tomado buena nota.

La excesiva juridización de la vida está produciendo, entre otros efectos, la disolución de la responsabilidad individual, social e institucional. Una excesiva normalización de la vida social que está provocando una progresiva deshumanización.

—¿Lo has notado tú?
—No, lo estoy sufriendo a diario.

Mostrando la foto 1.JPGTodo son reglas, organización, regimentación, que mata la creatividad, la espontaneidad, la originalidad, la personalidad… Y yo no me siento yo haciendo lo que hago. ¿Hasta qué punto mi vida es mía? ¿Hasta qué punto vivimos una vida prefabricada? ¿Quién es el que está viviendo por mí, mi vida?

¿La vida necesita de tantas normas? Cuando el grupo habla de normas, ya sabéis a lo que se refiere; cuando habla de la vida, se refiere tanto a la vida personal como a la convivencia con otras personas; cuando se pregunta si necesita nuestra vida de “tantas” normas, está preguntando si son necesarias.

—Yo no necesito normas.
—Pero al seguir tu vida, sigues unos hábitos, en los que es posible descubrir patrones regulares. Por tanto, ya estás siguiendo normas.
—Sí, pero nada me impide seguir las menos normas posible. Es más, me gustaría que así fuera y así me esfuerzo en ello.

Es cierto que vivimos en sociedades multiculturales, en un mundo globalizado. Es cierto, sí. Y la sociedad actual necesita constantes regulaciones y de todo tipo. La complejidad social demanda normas que organicen, distribuyan, orienten, aclaren, resuelvan… Pero, la discusión del grupo lleva a considerar que dicha sobreabundancia de normas, no contribuye a que se cumplan mejor (en muchas ocasiones, de hecho, no se cumplen, están sólo en los papeles, aparentando que se hace algo); y además, se solapan, se duplican…, en tantas ocasiones…

—¿Solamente de este modo, con normas y más normas se puede tratar la multiculturalidad y la complejidad?
—Muchos problemas se pueden resolver con simple sentido común.
—Necesitamos menos leyes escritas (que es imposible que abarquen todos los casos posibles) y más leyes adaptables a cada caso y a cada circunstancia; normas vivas, aplicadas de manera flexible, como hace el juez de paz, la gente cuando usamos el sentido común.

¿Por qué esta desconfianza, de hecho, en el sentido común? Y el grupo discutió una hipótesis que apunta hacia la desconfianza más básica, la desconfianza hacia el otro. Falta de confianza en el que es igual a ti. ¡Paradójico, pero real, en el mundo en que vivimos! Si desconfiamos continuamente del que está junto a ti (un desconocido para ti), es lógico el desenlace: por miedo, para no desconfiar más todavía, nos damos más y más normas, normas más y más duras. Todo conflicto ha de resolverlo una norma o varias, de otro modo no vivo tranquilo. ¡A saber las intenciones de cada uno…!
Mostrando la foto 2.JPG
Así pues, las normas quizás no sean más que un invento —como piensa Sloterdijk— para no tener que pensar en la convivencia.

Es más fácil, es más cómodo, es menos arriesgado, es más seguro… ¿Así pensamos? ¿Podemos pensar de otra manera? ¿Cómo recuperar la confianza mutua?

Un caso cotidiano: “Pedir la vez”. Antes se hacía con naturalidad, siempre que uno llegaba y encontraba una cola de gentes: ¿Quién es el último o la última? Es verdad que de tarde en tarde había alguna disputa, alguna pequeña escaramuza. Pero, ¿merecía la pena implantar en todos los lugares, sistemáticamente, un mecanismo reglado para el turno de intervención o la acción social de la persona?

Es cierto: algunos no cumplen espontáneamente con sus obligaciones comunitarias o legales. Pero, de ahí a imponer una nueva norma más estricta y más dura indiscriminadamente para todos, va un gran trecho. Frecuente injusticia ésta, que para para mejorar el balance de unos pocos, se afecte a todos.

El perro de mi vecino de al lado no para de molestarme. Claro, mi vecino se va a trabajar y olvida la responsabilidad hacia su mascota y hacia su vecino, que soy yo. ¡Así cualquiera! Así pues: ¿Imponemos más normas, obligamos con más fuerza a cumplir las que ya hay establecidas? ¿Y qué tal si nos conociéramos un poco mejor? ¿Por qué tú tienes que hacer lo que haces? Quizás no tendrías que hacerlo. ¿Te  puedo ayudar de alguna manera?
Mostrando la foto 4.JPGEl mundo actual es muy complejo, puede ser. Las normas sociales de organización y de sanción son necesarias, es posible. ¿Somos simbiontes? Entonces, sí. Pero, ¿no somos además de agregados impersonales, personas? Las estructuras, las corporaciones, los sujetos en cuanto clientes, consumidores, usuarios, o piezas de un entramado, pueden necesitar normas que encaucen y diriman conflictos, que amortigüen los abusos de poder económico o político, pero las personas, que es de lo que están entretejidas las comunidades no ficticias, sólo necesitan aprender a convivir. Recuperar el tejido social, su implicación en lo comunitario, la asamblea. La comunidad de personas que somos solamente necesita conocerse. Reconocerse, antes de nada.


¿Te ha gustado esta conclusión? Medítala y, si la consideras razonable y necesaria, hazla tuya para llevarla a cabo junto a otros, que básicamente son como tú y buscan lo mismo que tú.

domingo, 13 de abril de 2014

Primera Olimpiada de Filosofía. Final andaluza.



En el día de ayer pudimos disfrutar de la final autonómica de la I Olimpiada de Filosofía. Más que un concurso fue un encuentro filosófico. Allí estaban, en el Archivo Histórico de Antequera, los ocho finalistas de distintas provincias andaluzas, sus profesores o profesoras, algunos padres y madres, algunas personalidades políticas y los filósofos profesionales de la Asociación Andaluza de filosofía (AAFi), organizadora del evento, aunque el trabajo con la materia estuvo a cargo, sobre todo, de Rafael Guardiola. (Ya se sabe que las instituciones realmente no hacen nada, si no lo hacen las personas que las conforman y dan vida a su trabajo). A él se debe también que se fuera creando, desde el inicio, un ambiente de proximidad y sosiego que amortiguara el nerviosismo típico de los participantes ante una exposición pública de la razón, que de esto mucho tenía, pues se venía a hablar no ya sólo de filosofía, sino de la utilidad de la filosofía en el mundo actual. (A relajar el ambiente también contribuyó en buena medida la distendida, ocurrente y enjundiosa charla-disertación de José Biedma, en los momentos en que los participantes esperaban impacientes la deliberación del jurado). Y sus exposiciones no envidiaban a la de otros ponentes de más experiencia y más especializados. Derroche de medios, serenidad y capacidad de razonamiento exhibieron los participantes del encuentro (que nunca fueron contrincantes). A otros muchos ponentes más reputados, como sabemos, no les duelen prendas en limitarse a leer su texto y poco más. Por el contrario ellos fueron capaces de ir más lejos y explicar su disertación. ¡Enhorabuena chicos por vuestro esfuerzo! Pero ahí no quedó la cosa, pues el encuentro devino simposio antiguo en todo su sentido y comimos y bebimos y departimos. Todos religados en torno a la filosofía, que allí nos había convocado. ¿Qué es más acorde a la naturaleza de la filosofía, que es diá-logo desde sus orígenes: un Congreso de filosofía para filósofos expertos o un Encuentro filosófico que trata de abrazar a toda persona, a la sociedad entera? ¿Por qué la filosofía no ha de abrirse a los seres humanos en general, si quienes filosofan, por naturaleza (como varios participantes recordaron citando a Aristóteles), son seres humanos? ¿No saldría ganando también la filosofía misma? ¿En ese caso, quién osaría cuestionar la "inutilidad útil" de la filosofía? ¿Cuestiona alguien la necesidad de la poesía, la utilidad del arte en general o del conocimiento de nuestro pasado histórico, que ya es pasado? Cosas así, como este tipo de encuentros, filosóficos, han de tener continuidad. ¿Dónde tenemos ocasión, hoy día, de plantearnos nuestra vida junto a otros y de conocernos a nosotros mismos? Esto hay que cuidarlo, que es también cuidar de nosotros mismos. Cuidar de nuestra alma, de ser mejores -a ello nos animaba Sócrates- al igual que cuidamos tanto hoy día de nuestro cuerpo para estar en forma…

Muchas gracias a los organizadores y a todos los participantes. Mucha suerte en la final de Salamanca a las dos jóvenes filósofas seleccionadas. Que los dioses os sean propicios.