Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 24 de diciembre de 2014

El arte de quitarse de enmedio

Occidente busca saber, oriente siempre ha buscado experimentar y ser. Unir y sintetizar en vez de analizar y delimitar. En lugar de fijar fronteras, integrar y amar. A cambio de racionalizar y reducir a esquemas lógicos, oriente ha ido más allá, a lo transracional, que no puede ser explicado con palabras o razones lógicas simples, sino que hay que experimentar, que saborear. Así ocurría también en las escuelas antiguas de filosofía occidentales, en donde se practicaban ejercicios espirituales para conocerse a uno mismo (si alcanzas este estado de conciencia, conocerás a los demás y al universo entero, rezaba en el templo de Apolo en Delfos). Frente al voluntarismo occidental, estaría la capacidad oriental para confiar en que todo se hará por sí mismo, si tú no intervienes en exceso (actuando sin actuar, y sin actuar actuando, recomienda el Tao). No te resistas a lo que es, acéptalo. A partir de ahí, tu acción podrá ser más rica, más espontánea, más creativa, más adecuada. Si no comienzas aceptando lo que es y como es, mal comienzo, pues no partirás de la realidad misma.

Occidente ha ido olvidando muchas cosas importantes que oriente ha sabido mantener vivas —esperemos que ellos mismos no las olviden y no tomen el camino sin retorno que occidente ha tomado—, de ahí que nos resulte tan atractivo hoy día a los occidentales. Occidente pretende conocer y controlar racionalmente, disecciona; oriente experimenta y practica. Por eso, un libro iniciático sobre el Zen, como el que estuvimos comentando el otro día en el seno del grupo de lectura de la Biblioteca pública de Castro del Río, puede suscitar tanta perplejidad entre nosotros. En realidad, intenta trasladar con palabras una experiencia, y por eso el Zen, como otras tradiciones orientales, utiliza la paradoja. Así se provoca un cambio de mente, un nivel de comprensión y de conciencia más allá de la conciencia lógica ordinaria —aunque para nada la deja aparte de ella—. El libro de Eugen Herrigel, muy conocido y muy recomendable —mejor si es una buena traducción—, El Zen en el arte del tiro con arco, es una introducción a la filosofía y espiritualidad del budismo Zen, a través de la descripción de su experiencia de aprendizaje del arte japonés del tiro con arco (kyudo). Esto le ocurrió a este profesor de filosofía alemán entre 1924 y 1929 y más tarde escribiría este librito clásico sobre este “arte de quitarse de en medio”, “desprenderse de uno mismo” —nuestros pensamientos, temores y expectativas personales— que es el Zen, para poder dejar vía libre a lo que profundamente somos, a una experiencia mística de unión con todo, no reservada a unos pocos, como la tradición religiosa occidental así lo ha pretendido. Pues comienza a abrirse a nosotros esta experiencia simplemente cuando somos capaces de atender al momento presente. Como diría un castreño, “cuando se está en lo que se está”. Y todos hemos tenido al menos un atisbo de esta experiencia cuando nos encontramos absortos realizando una tarea, contemplando una película —metidos en ella— o jugando un juego por jugarlo, no para ganar —y entonces es cuando puedo ganar más—. En esos momentos mágicos, estamos pero no estamos, y somos más eficaces y sentimos más intensamente. Una especie de “inconsciencia consciente” que nota que algo más allá de su propia yoidad personal realiza la tarea, pues ésta parece que se hace por sí misma, y que está ordenada por sí misma. Entonces, el artista crea genuinamente y el lector deja de interpretar lo que lee —o el oyente de música ya no juzga lo que está escuchando— pero comprenden mejor que nunca lo que es el ser humano y la vida misma.

El tiro con arco —como el arte floral (ikebana), el arte de la espada samurai (bushido), las demás artes marciales, la poesía o la pintura japonesa tradicionales—, por tanto, no son meras artes prácticas, son “una maestría cuyo origen ha de buscarse en ejercicios espirituales que tienen por finalidad acertar en lo espiritual. En el fondo, el tirador apunta a sí mismo y tal vez logre acertar en sí mismo”. Cuando ello ocurre el tiro con el arco “cae” solo, como fruta madura, y se acierta en el blanco. Así también puede ser en nuestras vidas, con el estado de ánimo adecuado. El arte del tiro con arco es una suerte de meditación, un camino práctico de meditación interior, que luego tiene traducción exterior en nuestras vidas. Y allí anduvimos aquella tarde tratando de comprender entre todos los asistentes —en su inmensa mayoría, mujeres— el significado espiritual de estos ejercicios que apuntan a nosotros mismos, apreciando que la espiritualidad es anterior a la religiosidad y que no es algo privativo de las personas que profesan alguna fe religiosa particular —de hecho, puede haber personas espirituales que no sean religiosas y viceversa—. Varias horas de agradable y amena conversación, con algunas proyecciones de vídeo, donde la amistad desinteresada —o filía aristotélica— pudo campar a sus anchas y rebosar con suma facilidad.

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