Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 28 de diciembre de 2014

Sobre el pensamiento autónomo

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.3
5 de diciembre de 2014, Biblioteca del IES Reyes Católicos, 18:00 horas.

Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tanto hombres continúan siendo con gusto menores de edad durante toda su vida, pese a que la Naturaleza los haya liberado hace ya tiempo de una conducción ajena (haciéndolos físicamente adultos); y por eso les ha resultado tan fácil a otros erigirse en tutores suyos. Es tan cómodo ser menor de edad. Basta con tener un libro que supla mi entendimiento, alguien que vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia moral, a un médico que me prescriba la dieta, etc., para que yo no tenga que tomarme tales molestias. No me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa tarea.

Immanuel Kant (escrito en 1784)


¿Por qué actuamos (casi siempre) como los demás?

A petición del Departamento de Filosofía, celebramos por primera vez nuestro café filosófico en el IES Reyes Católicos de Vélez-Málaga. Más bien se trataba de iniciar este tipo de encuentros —en los que puede participar toda la comunidad educativa— realizando una sucinta demostración de cómo puede llevarse a cabo. Es obvio que esta actividad necesita ser tomada como propia y adaptarse su estilo a la persona que la convoca y a la evolución de la misma en cada momento y lugar. Gracias de nuevo por la invitación.

De esta manera, a la par que seguíamos el proceso discursivo del café filosófico, se iban intercalando paréntesis sobre cuestiones metodológicas en el transcurso del mismo. Pues bien, allí estábamos, muy bien situados en el fondo de la Biblioteca, sentados en círculo, junto a unos prácticos estantes correderos y al lado de las entradas “Pensar, imaginar”. Nada más apropiado. No hay pensamiento sin la capacidad de imaginar. Y comenzamos preguntándonos: ¿Cuál sería una cualidad característica nuestra? (Que yo me veo, o bien que ven los demás en mí). La simpatía y la alegría emergieron por boca de los primeros participantes, pero pronto afloraron también características como la inseguridad y la negatividad personales.

—Has presentado  la inseguridad como algo defectuoso que hay que arreglar.
—Sí, así es, ¿no?
—Puede ser. ¿A qué te suele llevar tu inseguridad?
—A estar alerta.
—¿Y esto lo consideras un defecto? Cuéntanos los beneficios derivados de la capacidad de estar alerta…

—Yo me siento insegura al hablar en público.
—A ver: ¿Quién de vosotros no se siente inseguro en esa u otra faceta? (Y la respuesta fue unánime).

—A diferencia de cómo me ven, yo me veo introvertido. O más bien, una persona reservada.
—¿Y cómo te ves en el fondo de ti?
—Me veo una persona.
—Pues yo me veo como una persona amigable —afirmó otro participante.

Una vez roto el hielo —que no hacía mucha falta, pues, a pesar de las algunas cualidades expuestas, el grupo participaba con bastante fluidez—, planteamos juntos varios problemas que podríamos tratar aquella tarde: la Cultura, el Pensamiento autónomo, la Democracia, la Salud…, pero la Ilustración se coló de buenas maneras por medio y la temática que obtuvo más adeptos, después de la votación, fue la del pensamiento autónomo. Y preguntamos entre todos:

—¿Por qué no pensamos autónomamente?
—No, si pensar podemos pensar, pero si no podemos actuar por nosotros mismos, ¿para qué?
—Sí, tienes razón, eso es lo decisivo. Cambiemos, entonces, la pregunta de modo que sea capaz de abrir una brecha significativa en la temática que nos hemos propuesto: ¿Por qué no actuamos autonómamente?

—Os pregunto: ¿Siempre ocurre eso? ¿Nunca actuamos de una manera propia, y no como los demás?
—Sucede siempre cuando estamos con los demás. Sí, a eso mismo tendemos.
—Pero no, ¡hemos venido aquí esta tarde!
—No ha venido demasiada gente, ¿habéis sido vosotros mismos los que habéis venido aquí esta tarde?
—Hemos sido nosotros.
—No os confiéis, esto no son más que excepciones.
—Bueno, pues entonces —indica el moderador—, maticemos la pregunta: ¿Por qué (casi siempre) actuamos como los demás?

¿Por qué es frecuente que eso ocurra, que solemos actuar como los demás? Y el grupo fue trabajando una serie de hipótesis y se profundizó a través de ellas. (¿Pensabais que el uso de hipótesis y su comprobación era algo privativo de la ciencia?) En concreto, fueron estas dos las hipótesis: 1) Para agradar y evitar conflictos; 2) Para poder identificarnos con un determinado grupo.

—¿Tienen algo en común las dos hipótesis?
—La necesidad de sentirnos arraigados —manifiestan juntos los participantes—. De lo contrario, nos sentimos raros, diferentes, solos, marginados.
—Tratemos de levantar la cáscara de ese desarraigo. ¿Qué hay debajo?
—“El miedo a estar solos”.
—¿Y por qué sucede eso?
—Por nuestra inseguridad.

Y el grupo fue consciente de que había trazado un círculo, pues al principio —a través de la pregunta inicial de autorreflexión— todas las personas asistentes habían asentido afirmando que todas se sentían personas inseguras. Y en estas que el moderador plantea al grupo un conflicto:

—Si todos nosotros somos personas inseguras, ¿os estáis sintiendo, hoy aquí, personas inseguras?
—No, pero eso no tiene arreglo.
—Contra la inseguridad sólo se pueden tomar “medidas paliativas”. ¡No se cura!
—Sí, ahí sigue siempre, en el fondo de ti, tu inseguridad.
—¿Ni aunque tengas el reconocimiento de los otros?
—No, porque no se satisface tu inseguridad interior.

Esta última afirmación nos abría al abismo de la discusión. Si éramos capaces de lanzarnos, quizás podríamos encontrar una playa nueva, tranquila y apacible. Y así fue, pues se abrieron ante nosotros dos caminos: actuar buscando el reconocimiento de los otros, o bien, actuar por nosotros mismos, no para buscar el reconocimiento externo, sino nuestro propio reconocimiento interior. Quizás así, aquella inseguridad profunda —causa de nuestro miedo que nos lleva a rehuir sentirnos solos y a tratar de sentirnos arraigados aunque sea haciendo lo que otros hacen, para agradar y evitar conflictos, para autoidentificarnos— sea capaz de un comienzo nuevo, de reiniciarse a través de un nuevo punto de partida: mirar dentro.

Y nos dimos un buen paseo a lo largo de esta diáfana playa. Tan a gusto estábamos, que nos reacomodamos juntitos y respiramos profundamente la nueva brisa, cargada aromas nuevos. ¡Pensar por nosotros mismos! ¿Cómo sería mi vida allí, en tan dichosa playa, si me mantuviese más a menudo en ella? (Vamos a disfrutarlo unos instantes). Si pienso por mí mismo, mi acción será más apropiada a mí. Pero, ¿cómo saber que pienso y actúo por mismo, y que no me dejo llevar? Mirando dentro de mí. No miro fuera, no dirijo mi atención para otro lado, me miro primero a mí mismo. Y si está también fuera lo que encuentre, en otros, ya no me importa… Desde hoy mismo, voy a acostumbrarme a mirarme dentro. Pruébalo tú conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario