Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 28 de diciembre de 2015

Sobre la violencia de género

Café Filosófico en Vélez-Málaga 7.3
11 de diciembre de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.


¿A qué se debe la violencia de género?
           
Por desgracia, tenemos que hablar casi a diario de la violencia de género. Pero, ¿acaso sabemos lo que es ejercer violencia? ¿Acaso todos estamos pensando en lo mismo cuando hablamos de violencia de género? ¿A qué violencia nos estamos refiriendo? ¿Y cuales son sus causas? Aunque te pueda parecer sorprendente, los participantes de nuestro Café filosófico investigaron juntos acerca de todo ello, y a través de este relato puedes asistir a las primicias que, para ti, su diálogo fue decantando. Pues trataron el problema de una manera integral, como gusta decir ahora con toda la razón.

martes, 15 de diciembre de 2015

¿Qué son y qué no son unas elecciones políticas?


Se nos avecina la próxima cita electoral. Una nueva oportunidad para que el pueblo —todos nosotros— pueda renovar el contrato político con sus representantes. Y ya que convivimos dentro del marco de una democracia representativa —podía ser mucho más participativa—, lo menos que se puede pedir es que nos representen aceptablemente bien. Pero claro, para eso, lo primero es que conozcamos a tales delegados nuestros. No hablamos ya de listas cerradas o abiertas —que también— sino que no sabemos nada de ellos. Desde luego nosotros no los hemos elegido como candidatos posibles¿Qué sabemos de ellos? ¿Qué piensan, qué sienten, qué han mostrado hasta ahora en sus respectivos nichos de origen sociolaboral? Una pregunta sería muy relevante: ¿Tú para qué estás en la política? Y sé sincero, porque luego vamos a comprobar que te conduces como anuncias. ¿Cómo te ves? Al servicio de la comunidad, persiguiendo el bien común, reconociendo cuándo te has equivocado, dando cuenta de tu gestión, marchándote por ti mismo cuando hayas aportado lo que podías… O más bien, para ti la política es un medio para un fin interesado, no general sino particular, propio o de otros. ¿Te gusta el poder? ¿Te gusta tener seguidores aquiescentes? ¿Piensas vivir de esto? Y cuestiones por el estilo que el pueblo podría preguntar —directa e indirectamente— a través de una adecuada estructura y conveniente regulación política de la vida comunitaria.
Uno de los mensajes que más oímos desde hace meses, procedente de todo tipo de partidos políticos al uso: “¡Queremos ganar!”, “¡Vamos a ganar!”, “¡Voy a ganar!”. Pero, ¿qué significa que uno va a ganar las elecciones? ¿No se trataba de tomar buenas decisiones, de lograr que el conjunto de los ciudadanos vivan mejor, que superemos la crisis económica de una manera no demasiado onerosa; no se trataba de salvar a la sanidad, a la educación y a los servicios sociales de los ajustes económicos, no se trata de lograr un crecimiento respetuoso con el medio natural? Si unas elecciones son para ganarlas, ¿quién las gana? ¿Qué gana el pueblo con el hecho de que un partido político determinado gane las elecciones? Este sería un buen síntoma de un partido político “ganador”: que tuviera la valentía y la honestidad de implementar medidas y regulaciones junto a otros partidos políticos porque fueran mejores —preguntando al pueblo siempre que fuera necesario, algo más de una vez cada treinta años—, aunque estas medidas pudieran perjudicarle estratégicamente para mantenerse en el poder todo el tiempo, cuanto más mejor. Por ejemplo, promover un nuevo sistema electoral —casi al otro día de “ganar” las elecciones— en el que un hombre o una mujer sean de verdad un voto.
¿Y cuáles pueden ser nuestras motivaciones para votar una determinada opción política? Muchos creen que votan una determinada ideología, una manera coherente de tratar con el mundo sociopolítico que nos rodea. Otros muchos votan lo que votan por un candidato, el candidato más visible —también mediáticamente— de una lista electoral, el que aparece en los carteles de campaña. Otros votan lo que siempre votan. Muchos no saben qué votar, y de ellos, muchos no acaban votando. Algunos no votan por “principios”: “la política no sirve para nada”, “da igual lo que votemos, siempre va a pasar lo mismo”, “no me gusta ningún partido político, todos son iguales”. Pero en realidad todos, los que votan y los que no votan, lo hacen de entre lo que hay. Y es así también en general. La gente es muy sensata: hace lo que puede dentro de lo que puede. Vota lo que cree que es mejor —a partir de su abundante o más escasa información— en relación a las opciones disponibles. De modo que la gente —pongamos otro caso— no ha sido responsable de la crisis económica que nos atenaza —nunca lo ha sido—, es más responsable quien posee en mayor medida el control de la situación. Y ya sabemos quiénes fueron, por tanto, los responsables y los que han vivido de veras —decenas, cientos y miles de millones de euros— por encima de sus posibilidades; de nuestras posibilidades. Entonces, ¿qué podemos hacer respecto al asunto tan preocupante de la política como se practica en la actualidad? No olvidemos que la política bien entendida es la manera en que hoy los ciudadanos serían capaces de dirigir su destino común, frente a los grandes intereses financieros, corporativos y de las empresas multinacionales. Pues bien, si lográramos subir el listón de la buena práctica política, cada uno votaría lo que decidiera de entre lo que hay —como ahora— pero todos saldríamos ganando. ¿Y cómo elevar el listón de la política? Mediante una profunda reeducación del pueblo, pero también de aquellos que ejerzan la política —como habría de ser— temporalmente. No podemos cambiar el mundo —hacia mejor, claro— si nosotros mismos no cambiamos…, nuestras rutinas y hábitos heredados, nuestra corta visión de la vida comunitaria, coordinando nuestros valores e intereses básicos en cuanto a vivir juntos, convivir. Mucho tenemos que caminar todavía en esta dirección de la buena educación política para que unas elecciones políticas —generales o no— cobren verdadero sentido, su valor pleno.
Hablemos también de los programas electorales. ¿Qué sería de una elección política sin el programa electoralde cada uno de los partidos políticos concurrentes? Obviamente, votamos las propuestas que van a plasmar en la realidad las distintas opciones políticas, las directrices —básicas al menos— que se comprometen a satisfacer tanto de cara a los ciudadanos que les han votado como a los que no. De otro modo, ¿cómo habría de ser? Pues como, de hecho, sucede. La inmensa mayoría de la población electoral ni siquiera lee los programas electorales y, si los conoce en alguna medida, suele ser a través de la exposición —a veces interesada— de los medios de comunicación de masas. ¿Son irracionales los votantes? ¿Tantos, son seres irracionales? No parece probable. ¿Y si no se respetasen con frecuencia dichos programas? ¿Y si se olvidaran, por parte de los partidos políticos, al otro día de haber ganado su —mayor o menor—cuota de poder? Es obvio que las circunstancias de aplicación del programa electoral contratado por la mayoría del pueblo podrían variar, y lo que a priori parecía bueno ahora no lo es. Asimismo, es obvio que se requiere una adaptación a la realidad siempre cambiante y a la singularidad de los casos particulares, siempre imprevisibles e impredecibles. Es cierto. De ahí que, a menudo, los partidos políticos hagan lo que les venga en gana con su parte del contrato social —tienen la excusa perfecta—. De ahí que la gente no lea mucho los programas electorales y caiga en la red de las promesas voceadas antes y durante la campaña electoral —sabe lo que pasa—.
¡Ay, la soberanía popular, qué pronto se olvida…! Yo soy de un partido político y lo que hemos ganado es nuestro, hacemos de nuestra capa un sayo. ¿Para qué preguntar al pueblo? Representamos al pueblo, ergo¡somos el pueblo! Nuestra decisión es legítima, las urnas nos dieron —en pasado, no se olvide— la potestad para adoptarla. Podemos hablar en nombre del pueblo: esto que yo defiendo es “lo que quiere el pueblo”. Pero, pensemos entre todos: la democracia no puede convertirse en un recurso para legitimar decisiones particulares. Las decisiones serán legítimas o no lo serán, pero no lo serán más porque las tome el partido ganador en las anteriores elecciones. La soberanía del pueblo es inviolable e inalienable (Rousseau). Nadie puede apropiársela. Y la única manera de no alejarse mucho de dicha voluntad popular es preguntándole a ella misma, renovando la pregunta una y otra vez. ¿Qué tendrá que ver un puñado de votos pasados —sean miles o millones— con la adecuación de las decisiones? Por otro lado, ¿qué significa que no haya votado un amplio porcentaje de la población? Menos de un sesenta por ciento ya sería una cuestión para reflexionar seriamente. ¿Realmente podría ser válida una votación con menos de la mitad de participación del censo electoral? ¿No debería esto sólo llevarnos a indagar qué está diciendo el pueblo a través de esta actitud abstencionista, con su silencio? La democracia se construye socialmente y todo lo que se construye, puede destruirse —o al menos decolorarse o adulterarse—. Y también, por consiguiente, lo que ha sido socialmente construido puede reconstruirse socialmente. La democracia necesita cuidados exquisitos, tantos como necesita cualquier otra relación humana. Y no dar nada por supuesto ni por ganado de una vez para siempre, sino una renovación permanente, corrigiendo y autocorrigiéndose, una vez tras otra. Ya sabemos que la democracia no es un sistema perfecto, pero sí es perfectible, si queremos. Todos nosotros. ¿Qué quieren ellos, los partidos políticos?
Leer más en Homonosapiens | ¿Qué es vivir en democracia?

lunes, 23 de noviembre de 2015

Sobre las dificultades de la convivencia

Café Filosófico en Vélez-Málaga 7.2
13 de noviembre de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.



“No lastrar al otro con la propia oscuridad, no dominarlo, no usurparle la libertad, no inflingirle el daño que supondría mermarle su posibilidad de autodeterminación. Que la sombra se proyecte, vertical, sobre uno mismo. De ese modo se alcanza también la fidelidad respecto a sí y la auto-responsabilización. El reconocimiento del otro y su consideración como fin (y no como medio) arraiga en este desafío con que el ser humano se encuentra en la existencia. Es un dar que tiene que surgir de una disciplina respecto a sí: no cegar al otro a causa de la propia oscuridad”.

El ser errático

“Imperativo cenital: Actúa de modo tal que dejes ser en ti la lucidez y valor necesarios para que la sombra de tu locura carencial recaiga sobre ti mismo [y no sobre los demás]”.

El ocaso de Occidente, Luis Sáez Rueda


¿Cómo podemos convivir mejor en la diferencia?

En realidad, cuando hablamos a otras personas —cuando hablamos con otras personas— estamos hablando de nosotros mismos. Y es muy cierto. ¿Lo habéis experimentado? Lo mismo que decimos que vemos el mundo no como es sino como somos, así ocurre cuando vemos a los demás, que son parte de dicho mundo, nuestro mundo. Durante un café filosófico esto puede quedar muy patente y es posible extraer de ello todas sus virtualidades. Cuando hablamos exponemos nuestro interior, lo que somos. Es un modo de realizarnos, de realizar lo que potencialmente está dentro de nosotros mismos. Pero también es un medio por el cual nos enriquecemos unos con otros. Dicen los participantes habituales que ésta es una de sus principales motivaciones para venir a un café filosófico. Nos enriquecemos y nos exponemos, pero al exponernos al espejo de los demás —que nos devuelve nuestra propia imagen reflejada—, somos más conscientes y esto nos ayuda a avanzar en nuestra propia realización personal. Os invita este cronista a contemplar el círculo que es toda interacción humana, anudando el principio de este relato con su final. Tú estás en el otro, pero el otro también está en ti: “Mas busca en tu espejo al otro, / al otro que va contigo, decía Antonio Machado. Va de suyo que este relator escribe también como es, en este preciso momento. Todos vamos aprendiendo.

martes, 17 de noviembre de 2015

¿Qué puede ser eso del amor?


Lo primero es saber que hay variadas maneras de entenderlo —según los aprendizajes y la trayectoria anterior de cada persona— y que, cuando se dan cita en la convivencia diaria, esto produce la mayoría de dificultades y sufrimiento habituales, pues se concitan diferentes expectativas y sus consiguientes frustraciones. Pero además, no se olvide que es también variada la tipología de formas de amarse los seres humanos, desde los amores más básicos o físicos a los más espirituales. El amor de pareja no es el único posible; responde a una fuerza mucho más fundamental que se expresa también a través de las otras formas de amarse: surge de la atracción (Eros) y se dirige hacia un objeto de amor que la persona siente necesario para su propia realización y plenitud como ser humano. Por tanto, el amor es una de las principales —si no la principal— formas de realización personalEl amor es una fuerza unitiva e integradora del universo existente, que en el ser humano se expresa a través del anhelo de la conexióncon todo aquello que sintoniza. Entonces, amar es relacionarse con lo profundo de uno mismo a través de la relación con otro, que es reconocido como un modo expresar su amor. Amar es, entonces, reconocerse en todo lo que hay existente. Pero, si es reconocerse o reencontrarse, esto quiere decir que el amor ya está en todos nosotros. Sólo necesitábamos un rodeo —unas experiencias—, salir fuera para estar dentro más honda y conscientemente. Sin embargo, creer que el amor está en el objeto —fuera— y no en el sujeto—dentro— es lo que lleva a las patologías habituales: pensamos que nos falta el amor, cuando nos falta el objeto de amor.
No se olvide que vivir es relacionarseAsí que al amar uno se relaciona y, al relacionarse, puede llegar a vivir plenamente. Pero si el amor lo buscamos fuera, como si estuviera realmente fuera —como sí que lo está su modo de expresión o desarrollo—, aquello que no depende de nosotros, ¿qué nos ocurre cuando nos falla este objeto de amor? Todos lo sabemos: desde el desengaño al suicidio en casos extremos, desde el odio o la ira a la depresión o la apatía. Pero el amor está ya en ti y es inagotable, puesto que forma parte de tu propia y pura potencialidad de ser. Se puede vivir sin amor, pero no se puede vivirsin amar, sin expresar el amor de alguna manera satisfactoria. Es una fuerza demasiado incontenible.
¿Y qué amor puede ser mejor? Ya ha quedado dicho: el amor que contribuye a tu realización, que te lleva a ser más tú mismo. En la medida en que esto es así, este amor es saludable y prometedor. Lo que te empequeñece, te encoge y constriñe no sólo te aleja de ti mismo, sino del verdadero amor. No hay amor de verdad a cambio de ser menos tú. O es un amor cruel o es débil, o bien se reparte esto entre vosotros dos. El amor saca lo mejor de ti, expande tus capacidades, eres capaz de cualquier cosa… Pero construyendo, no destruyendo si no es para construir; integrando las distintas vertientes o aspectos de ti, no desarraigando unos de otros, reduciendo unos a otros, excluyendo todo lo demás; uniendo o separándose para unificarse en un nivel de perspectiva más completa, una visión más amplia.
Si una relación amorosa no se basa en una libertad inicial o no se dirige a ser más libres los amantes; si no te hace más libre —más tú mismo— y no te lleva a sentirte cada vez más libre —queriendo estar allí sintiéndote cada vez más libre—, entonces, eso no es estar enamorado, es otra cosa: dependencia, impotencia, refugio, necesidad, objetivo o meta, costumbre…, pero nunca amor verdadero, sino un tipo de relación tóxica. Un mal menor —no sentirse del todo solo, estar acompañado— en todo caso, mas no un bien en sí mismo.
Si una relación amorosa no está basada en el respeto mutuo —como toda relación humana auténtica, que pone de manifiesto la igualdad del otro como tú— y en una mutua comprensión esencial, no marcha por buen camino. Pero el respeto y la comprensión no sólo han de ser formales o supuestos, no sólo han de ser otorgados por uno u otro amante, sino que ha de ser notado así por los miembros de la relación. Porque la libertad o la comprensión no es hacia el otro, sino que es del otro, propia suya. ¿Y cómo, entonces, esto constatarlo y realizarlo? Contando siempre con cada parte, no dando nada por supuesto en el otro, sino escuchándolo siempre a él o ella; preguntando, observando, no tomando nada como ya hecho o logrado, sin alimentar nuestra propia auto-imagen del otro y el artificio imaginado de lo que él o ella necesita. Pero,¿comprenderse es estar de acuerdo, siempre pensar lo mismo y coincidir en todo? Ni mucho menos. Comprender es ser conscientes de lo que necesita el otro, captar qué busca, cómo lo busca, una comprensión de lo más importante suyo, desde su propia perspectiva; y sobre lo que no sea fundamental —cuando no haya coincidencia— saber de cada uno por dónde va, dónde se sitúa, esto ya es muchísimo.Comprenderse debe llevar, pues, a la conciencia mutua de nuestras diferencias y nuestras coincidencias. Y se puede decidir vivir juntos conociendo y respetando nuestras diferencias, pero no se puede convivir sin ser plenamente conscientes de ellas.
Imagen| Eros y Psique
Publicado en Homonosapiens

viernes, 23 de octubre de 2015

Sobre la fidelidad en el amor

Café Filosófico en Vélez-Málaga 7.1
16 de octubre de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.



¿El verdadero amor debe ser fiel?

      ¿Hay un Amor (con mayúsculas) o este amor está ya tan pasado como el amor platónico? Bien es cierto que hoy apostamos por el amor real de los sentidos, la emoción y la carne. ¿De qué nos vale querer una imagen, la idea que yo me he construido de lo amado para no reconocer mis limitaciones ni su realidad mundana? Sin embargo, una vez reconocida la realidad, que es la que tienes delante —no busques más—, no te desvíes del compromiso adquirido, pues si no me eres fiel, ya no me quieres, o peor aún, nunca me quisiste. ¿No parece haber aquí un contrasentido, una esquizofrenia? El único amor verdadero debe ser terrenal, pero exigimos una fidelidad sobrenatural. No te pierdas este relato de lo que aquella tarde del viernes 16 de octubre vislumbraron los asistentes al primer café filosófico de la temporada 2015-2016.

domingo, 18 de octubre de 2015

Filosofar con niños y niñas


El arte de preguntar al estilo socrático puedes apreciarlo en toda su extensión y plenitud de la mano de uno de sus mejores practicantes hoy día, el filósofo francés Óscar Brenifier, verdadero “sócrates vivo”. En Internet puedes encontrar numerosos vídeos donde exhibe este arte socrático de la mayéutica. Pero esta metodología también puede aplicarse con niños pequeños y también contribuye a abrir su mente, a desarrollar su juicio propio, su sentido crítico y su autoconocimiento. Como insiste Brenifier, se trata no sólo de ayudar a los niños a pensar, sino de ayudar a desarrollar en ellos sobre todo la capacidad de pensar el pensamiento. Hay diversas técnicas. Por ejemplo, si un niño tiene dificultades para expresar las razones por las que piensa algo —el porqué de su respuesta—,  se le puede proponer una situación absurda para sacarlo del irreflexivo y socorrido “porque sí”, podemos utilizar el modo hipotético, la forma negativa, o bien, podemos solicitar de la clase su acuerdo o desacuerdo con una respuesta de ese tipo. Veamos un pequeño diálogo, que Brenifier transcribe —en su obra La práctica de la filosofía en la escuela primaria—, y que logra sacar a un niño de cinco años de su encerramiento mental:

              — ¿Por qué quieres un postre?
            — No sé.
            — ¿Para jugar?
            — Sí.
            — ¿Juegas con el postre?
            — No.
            — Entonces, ¿quieres un postre porque quieres jugar?
            — No.
            — ¿Por qué quieres un postre?
            — No sé.
            — ¿Es porque tienes sed?
            — Sí
            — Si te doy agua, ¿te estoy dando un postre?
            — No
            — ¿Quieres un postre porque tienes sed?
            — No.
  — ¿Por qué quieres un postre?
  — Porque tengo hambre.

martes, 6 de octubre de 2015

Terapia filosófica

 

     El aprendizaje —siempre inacabado— de cómo vivir bien ha sido el trabajo principal en que se ha centrado la filosofía auténtica de todos los tiempos, comenzando en occidente por la antigua filosofía griega. Y dicho aprendizaje empieza por conocerse a uno mismo, como rezaba una vieja inscripción en el templo de Apolo en Delfos.

      Los diálogos socráticos de Platón —los de su primera época— muestran el arte de preguntar de su maestro. Pero todas las preguntas que Sócrates dirige a su interlocutor, en cada caso, van encaminadas especialmente a poner a prueba su propia vida, la actual comprensión de sí mismo y de su mundo; están dirigidas a examinar cómo va viviendo. De ahí que pueda convertirse este arte de preguntar, que ayuda al “otro” a descubrir por sí mismo quién es y cómo le va su vida, en una herramienta terapéutica. Y no hay modo más certero de conocerse a uno mismo que poner en tela de juicio todas nuestras aparentes seguridades; nada más provechoso para provocar una evolución más allá de tus creencias erróneas o limitadas, que te ayude a transformar tus habituales patrones de conducta, causantes de tu malestar o sufrimiento.

      Recuerda, con Sócrates, que el malvado —es decir el que actúa mal para sí mismo o para los demás—  es en realidad un ignorante, cuya conducta está basada en falsos juicios sobre sí mismo y sobre la realidad. Carencias personales, cuyos efectos podrían gradualmente disolverse, una vez que uno es consciente de ellas, y entiende que, de una manera errónea, sólo buscaba su propio bien.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Estar en lo que se está




Observamos a un niño pequeño jugando con un objeto cualquiera, lo maneja entusiasmado como si lo viera por primera vez, tan metido en el juego que no existe nada más en el mundo. Está en lo que está. Observamos ahora a nuestro acompañante en el cine, absorto en la pantalla. En ese momento no sabe que él existe, pero existe. No es consciente de sí mismo como sujeto que mira las imágenes de la pantalla, pero sabe lo que está pasando, y luego, si le preguntas, te cuenta todos los detalles de la película y lo mucho que le ha gustado. Es decir, que en dicho estado de conciencia, tú estás allí, tú ves, pero no te ves a ti mismo (¿cómo puede ser eso?). Si embargo, como estás en lo que estás, estás a pleno rendimiento.

Imagínate si este estado lo pudieras llevar a tus tareas diarias. Así de concentrado, ¿en cuanto tiempo podrías acabar tu trabajo? Seguro que en mucho menos tiempo de lo habitual. Y a nuestros alumnos, ¿qué les pasa cuando no rinden en clase? Eso es: no están atentos, no están en lo que están. Sin embargo, tenemos la suerte de que la atención se puede educar, se puede ejercitar. ¿Cómo? Aprendiendo a atender al presente. Esto es posible cuando atendemos a lo que está aconteciendo. Lo sabrás porque tú has desaparecido como sujeto mental, pero estás completamente presente en la situación, realizando de manera muy productiva tu tarea. Estás fundido en ella con el objeto. O mejor dicho: no hay sujeto ni objeto, no hay dualidad. Compruébalo. Estás presente cuando tu “yo superficial”, con toda su carga de preocupaciones, deseos y juicios de valor que te desconcentran, estresan e inquietan, está ausente. Si aprendes a quitarte de en medio, disfrutarás mucho más de lo que estés haciendo y además serás más eficaz. Tu yo profundo actúa por ti, es decir, realmente tú mismo.

jueves, 23 de julio de 2015

El gobierno a favor del pueblo (II): ¿Aprenderíamos algo de la vieja democracia ateniense?

El gobierno a favor del pueblo (II):  la herencia de Grecia

¿Estaríamos dispuestos a aprender algo de la vieja democracia ateniense? Por allí también se cocían habas. Hubieron tiempos de discordia, en donde la existencia de una oligarquía dominante —que desde siempre la ha habido— provocaba graves desigualdades que desembocaban en serias hambrunas y revueltas sociales. El suelo cultivable —los recursos— estaba en manos de unos pocos, y los más desfavorecidos junto con sus hijos podían ser esclavizados por los ricos —de una manera u otra—, pues al final tenían que responder del endeudamiento con su propia persona. Eran los tiempos previos a Dracón (621 a. de C.), quien introdujo las primeras leyes escritas, y después también. Lo que había cuando intervino Solón (594 a. de C.), el mediador (diallaktés) que, según nos cuenta Aristóteles en su Constitución de los ateniensesluchaba y discutía contra unos y otros, o bien, a favor de unos y otros, y los exhortaba a que de mutuo acuerdo cesaran la philonikía, el deseo de ganar siempre a toda costa, el gusto por el enfrentamiento y la rivalidad, provocado por el amor al dinero, la avaricia y la arrogancia de los ricos. Así fue capaz de prohibir los préstamos sobre la libertad de persona y condonó las deudas privadas y públicas que llevaban a la pobreza y a la servidumbre (“descargas”), teniendo en cuenta el bien común y la salvación de la ciudad. En lugar de hacerse tirano, en virtud de su buen predicamento entre pobres y ricos, cargado de sensatez, plasmó en un marco legal la necesaria corresponsabilidad pública, especialmente cuando atravesaban momentos difíciles.
¿Nos suena de algo todo esto? No es utopía, ya se hizo una vez. Sí pero… Tópico número uno: la democraciadirecta en Atenas fue algo esporádico, efímero, experimental. Sin embargo, duró 186 años de una forma continuada (desde las reformas de Clístenes), o bien, si contamos desde Solón, serían 272 años. ¡No está nada mal! Tópico número dos: la democracia griega solamente es un sistema apto para pequeñas comunidades, no complejas. Puede ser, pero la población de Atenas en el siglo IV a. de C. era de 250/300 mil habitantes y los que tenían derechos ciudadanos entre 30 y 60 mil en el siglo V. Asistían a la Asamblea del pueblo (o Ekklesía) de cuatro a seis mil ciudadanos y se celebraban cada mes o cada semana. ¿Pero no tendríamos nosotros infinitamente más medios que ellos de interactuar y de comunicarnos? Tópico número tres: era un sistema político para ciudadanos ociosos, cuyas tareas realizaban los esclavos. También formaban parte de la ciudadanía reconocida las clases menos pudientes y más laboriosas: labradores, artesanos, pescadores…, y cuidaban exquisitamente de que todos pudieran participar en la vida pública, que era, en aquellos tiempos, como decir en la vida política. Tópico número cuatro: designar a los cargos públicos por sorteo es una práctica ineficaz y aberrante. No obstante, los griegos lo percibían como lo más democrático, integrando así a todos, más allá de si eran ricos, famosos o elocuentes. También, era un modo de prevenir la corrupción y la acumulación de poder, derivada de la profesionalización de los cargos. Incluso, los posibles peligros de este sistema se minimizaban trabajando en equipos de colaboración y aprendizaje mutuo. Es interesante, como destaca Aristóteles, que todos alguna vez puedan “gobernar y dejarse gobernar por turnos”.
¿Y quién tiene derecho a intervenir en la vida pública? Cualquier ciudadano que así lo deseara. Para esta función de ciudadano iniciador de alguna cuestión de interés, ni era examinado previamente ni tenía que rendir cuentas al finalizar su intervención o proceso iniciado por él, siempre que persiguiera el interés general y el bien de la ciudad. Eso sí, no debían estar en suspenso sus derechos ciudadanos; por ejemplo, por atimía (si no tomaba partido un ciudadano en los asuntos públicos o no pagaba sus deudas con la ciudad)El ostracismo, que suponía además el exilio, se aplicaba cuando un ciudadano sobresalía en exceso y se sospechara que podía convertirse en tirano. Pues bien, muy diferente era la situación para los funcionarios o magistrados, que debían rendir cuentas en todo momento, puesto que servían a la gente: un examen previo podía inhabilitarlos y se revisaba con cuidado su labor tras finalizar el cargo, que generalmente duraba un año máximo y, en muchas ocasiones, una sola vez en la vida. Especialmente ocurría con los pocos cargos electosque había (tesoreros y estrategos principalmente), que favorecían a los ricos para que pudieran responder con su patrimonio, en caso de menoscabo de la hacienda o de los intereses públicos. Y aunque la tributación era progresiva, según las rentas de cada uno, los ricos tenían deberes especiales para con la comunidad: si se daban circunstancias extraordinarias debían adelantar un dinero que luego se les devolvía, también dotar completamente una nave trirreme o costear los ensayos y vestuarios de los coros de música o baile de una ceremonia o concurso dramático. Pero tampoco la justicia social quedaba allí descuidada. Según expone Aristóteles en su Política (Libros VI-VII): “Hay una ley que dispone que los que poseen menos de tres minas y están impedidos físicamente para el trabajo sean examinados por el Consejo y que les sean concedidos a cuenta del fisco dos óbolos diarios a cada uno como alimento”. Y esto es sólo un ejemplo.
No sin dificultades fueron pasando los atenienses de la virtud heroica a la virtud política o ciudadana; pero nosotros estamos asistiendo en estos tiempos al acelerado retroceso de la posibilidad de una ciudadanía activa y participativa, y al advenimiento irrefrenable de la figura predominante del cliente, el usuario, el consumidor o el votante, y socialmente, convertidos en deudores de por vida y siervos, las personas y los Estados. Pasividad frente a actividad, comparsas de los grandes poderes político-financieros en lugar de señorío ciudadano.
Imagen | Colina de Pnyx, sede de la Asamblea ateniense (detalle)
Más información | Pedro Olalla, Grecia en el aire (2015)

Publicado en Homonosapiens

domingo, 5 de julio de 2015

Sobre las migraciones humanas

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.10

19 de junio de 2015, Fundación María Zambrano, 17:30 horas.


“Y así, la primera respuesta a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado es simplemente esta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me dejaron en la vida. La respuesta, la misma que tendría que dar a quien le preguntase, que por qué es hombre o que por qué ha nacido, si fuera encontrado un día sobre las aguas o arrojado por las ondas. (…) Y así el exiliado está ahí como si naciera, sin más última, metafísica, justificación que esa: tener que nacer como rechazado de la muerte, como superviviente; se siente, pues, casi del todo inocente, puesto que ¿qué remedio tiene sino nacer? Esto está más allá y sobre toda razón justificante” (María Zambrano, Carta sobre el exilio).


Ya lo pensaba con claridad Gorgias —aquél sofista griego no tan sofista— que el contraejemplo más palmario de la imposibilidad de la comunicación humana radica en la disparidad de la experiencia. Las experiencias humanas son personales e intransferibles, diferentes en el que habla y el que escucha, y así, hablar de cosas distintas impide a menudo que nos entendamos. No nos entendemos porque estamos hablando de realidades diferentes. De ahí la importancia, en un diálogo humano, de comprobar aquello de lo que se está discutiendo y cerciorarnos de que estamos tratando de lo mismo. Míralo, verás como esto funciona demasiadas veces. Pero no se trata de que nos obliguemos a discurrir por el mismo cauce; a menudo es más importante que encontremos un soporte común a los diversos enfoques de la materia abordada. En el fondo, es mucho más inteligente discernir hacia dónde apunta la necesidad de los participantes para tener que enfilar el mismo tema desde orientaciones y hacia finalidades diferentes. Y esta fue la trastienda del diálogo filosófico —último de la temporada— que compartió espacio con las cosas personales de María Zambrano.

Así pasó, pues la Fundación que lleva su nombre nos albergó y nos atendió, y nos ofreció como se ofrece al viajero que padece la sed y el hambre no saciado del camino. Nos dio lo que necesitábamos. Estar lo más cerca posible de María Zambrano, quien más supiera en sus entrañas del caminar y del exilio que pudiera ser la vida humana. (Gracias por tan generosa acogida). ¿Sería éste el trasfondo de la discusión de aquella tarde? El abismo del ser humano: “¿qué remedio tiene sino nacer?”. Y ya que ha nacido, querer ser, buscar un sentido, sobrevivir, vivir como un exiliado, “porque me dejaron en la vida”. Si continuáis leyendo esta crónica, ya veréis ya a qué se refiere este relator que también estuvo allí presente, gozando de la oportunidad de filosofar en la cercanía de la librepensadora veleña. Pero antes debemos presentar a los participantes.

¿Y tú en qué confías más? Ellos te van a decir en qué confiaban, pero no sobraría que tú también te lo mirases. Date cuenta que si te falta la actitud de la confianza, estarás continuamente echando en falta muchas cosas, añorando las del pasado o anhelando las del futuro. “Yo pienso que todas las cosas van mejorando con el paso del tiempo; de lo que
menos se desconfía habitualmente es de la naturaleza (¿y tú?, dime: “yo confío en la naturaleza de las cosas mismas”); yo confío en mí mismo y en mi lógica de la razón humana; yo confío en el ser humano y, ¿por qué no voy a confiar en el profesional de un determinado área?; yo confío en mi instinto personal, en mi intuición; y yo en el conocimiento humano, en lo que tenemos ya sabido y en la posibilidad de llegar a saberlo; yo suelo ser desconfiado y acabo confiando en mi propio criterio; yo confío en llegar a entender y en poder ser consciente; yo confío en la vida misma, con eso está casi todo dicho; yo confío en la experiencia fruto del conocimiento”.

—¡Un momento! —resonó en la sala de la Fundación María Zambrano. Hay un matiz importante que se puede estar escapando.
—¿Cuál es? —preguntó el moderador del encuentro.
—Confiar no puede llevar a dejar de lado mis responsabilidades.
—Efectivamente, confiar no es “hacer dejación”.

Y siguió la ronda de confianzas: “Yo soy confiada con la gente de mi alrededor; yo confío en el destino: todo sucede por algo —aunque lo descubramos a posteriori, como se alumbró en el último Café filosófico, recordó el moderador; yo confío en la autoexigencia, en la necesidad de un método, pero, efectivamente, no sólo hay que pensarlo sino también sentirlo uno mismo así; es importante confiar en las personas cercanas a ti, y unas veces confío más que otras, según las fases de mi vida; yo soy muy confiada y abierta, el miedo es lo que nos hace desconfiar; yo confío en la propia lógica de los acontecimientos, y cuando me desaparece esta lógica busco cómo recomponerla cuanto antes”.

Con anterioridad a este despliegue de confianzas el conductor del encuentro leyó unos apropiados textos de María Zambrano, que tocaban la naturaleza de la reunión filosófica que allí nos había traído. Eran de su libro Filosofía y Poesía:

“Hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía nos encontramos directamente el hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un método”.

Y, efectivamente, nuestra reunión filosófica es un encuentro variado en edades e intereses, que nos completa de múltiples maneras y que, de cuando en cuando, se presta, con algunas resistencias, a la aparición de momentos únicos, filosóficos, en los que súbitamente nos es dada la extraña suerte de hallar alguna extremadamente enriquecedora singularidad vital. Sin embargo, no deja de buscar con alguna orientación, cierto camino o método que encauza la discusión y la hace más probablemente fructífera. No es una charla ni una tertulia, ya lo saben los más asiduos, pero allí había nuevos participantes aquella tarde.

“Todos los hombres tienen por naturaleza deseo de saber”, dice Aristóteles al comienzo de su Metafísica, justificando así de antemano “este saber que se busca”. Mas, pasando por alto que en efecto todos los hombres necesiten este saber, se presenta en seguida la pregunta en que pedimos cuenta a la filosofía. ¿Cómo si todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?”.

Era muy consciente María Zambrano: una pregunta decisiva que enfila el destino histórico de la filosofía a lo largo de los últimos siglos. “¿Cómo si todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?”. Es posible que la manera de abordarla los propios filósofos de profesión tenga algo que ver. Vamos a acercar la filosofía a la vida de cada uno de nosotros, vamos a convertirla en una experiencia y en una práctica, vamos a filosofar juntos. Un modo en que la filosofía pudiera poseer la relevancia necesaria para el tiempo en que vivimos. Una razón por la que estábamos allí aquella tarde de junio, sin nada mejor que hacer que venir a filosofar.

Dejemos, entonces, que siga manifestándose el relato, como si lo contara Simón el zapatero, cronista primero de los usuales encuentros socráticos que se celebraban de su misma zapatería. Las dianas de aquel día: La Confianza, El Trato a los animales, La Emigración, El Sufrimiento, La Felicidad, La Originalidad de Nuestro pensamiento. Y éstas, las afiladas saetas que apuntaron y trataron de acertar en el blanco de La Emigración, la temática más deseada: ¿Qué es emigrar? ¿Qué nos lleva a emigrar? ¿Posee peligros, es una amenaza o una riqueza? Sin embargo, parecía que veíamos doble: ¿la emigración o la migración? La diana era movediza, los aciertos más intuitivos que metódicos. ¿De qué estábamos hablando en el fondo? Esto se iría conociendo con el transcurso de la discusión. Sus vaivenes nos lo dirían.

—Yo soy científico y tiendo primero a definir las cosas.
—No hay problema, también es un requerimiento propio de nuestra reunión —agrega el moderador.
—Todos somos de alguna manera emigrantes. Y no es sólo la distancia geográfica, y en qué dirección, lo que la define.
—Entonces, qué me decís: ¿Cómo podemos definir el proceso migratorio?

Y dijeron que emigrar es un traslado de “frontera”, de cualquier tipo. Hay muchas clases de fronteras que delimitan nuestras vidas terrenales. Un cambio de modo de vida, que puede ser voluntario o forzado. Y se definió tentativamente el fenómeno migratorio humano de una manera bastante metafísica, arraigado en lo básico de lo humano: “Salir de mí”. Pero esta definición no dejaba satisfecha a una parte de la concurrencia: emigrar
debe relacionarse con “salir de mi lugar”. Y como esto nos situaba en una alternativa, en una bifurcación, el moderador propuso resolver mediante votación tal encrucijada. Y aparentemente preferían ahondar en la idea de salir de mi lugar de vida habitual. Aparentemente, porque veréis: cuando trataban de proseguir por este camino —el sentido más usual en que se entiende el fenómeno migratorio—, afloraba el sentido más metafísico de “una salida de mí mismo”. Unos deseaban hablar de los problemas actuales a que nos enfrenta la emigración del sur al norte, pero otros querían ir más lejos, o quizás más cerca de nosotros mismos: la migración como una componente existencial de la vida humana. Y así se conducía la discusión, algo errática, sin aparente posibilidad de reconciliarse entre ellos mismos, los participantes. Eso sí, eran muy respetuosos y educados; pero un larvado disgusto lastraba la reunión. Necesitaban reconciliarse, pero no se reconciliaban. ¿Estarían ellos mismos mostrando la esencia de las migraciones humanas, con dicha necesidad de reconciliarse? En toda discusión has de salir de ti mismo. Piénsalo. La reconciliación contigo mismo, no sólo pero también, va ligada a la reconciliación con los puntos de vista de los demás.

Así que el moderador propone abordar la cuestión de la definición a través de la segunda saeta o pregunta inicial: ¿Qué nos lleva a emigrar?

—Si, como estáis manifestando, desde siempre el ser humano ha emigrado, ¿qué nos lleva a emigrar?
—La necesidad de experimentar.
—Pero también por necesidad material, para comer. Y hoy es lo que pasa.
—No sólo se emigra para mejorar tu bienestar material. También por turismo, para conocer otros lugares o culturas.
—No hay que olvidar que la humanidad —el homo sapiens— empezó siendo nómada. Fuimos todos nómadas al principio.
—¿Y por qué fuimos, y podemos ser todavía, nómadas en algún sentido? —pregunta el moderador.
—Para conocer, para descubrir… Mi idea es que, en el fondo, está siempre la búsqueda de conocimiento: el sujeto no logra saber cómo vivir o sobrevivir mejor y, entonces, emigra.

Pero esta reducción de la necesidad de emigrar a la búsqueda de conocimiento va a suscitar bastante controversia entre los asistentes. Pretende defender esta tesis provocativa —que se empecinó bastante y fue mostrando sus virtudes— que el vivir es un “saber hacer”, y que cuando se produce una carencia de información suficiente, esto lleva a desear vivir mejor (“quiere vivir mejor”), pero para ello ha de saber más, otras nuevas formas de vivir. De ahí la necesidad de emigrar. Pero no satisfacía este desarrollo, a pesar de las sugerencias que contenía: “La emigración forzada no tiene que ver con el conocimiento”. Este contraejemplo mostraba dos cosas: una, que no todos los participantes se sentían cómodos con dicho planteamiento; y dos, el fuerte deseo, alimentado por la cruda realidad de las barcazas que intentan cruzar el Mediterráneo, de hablar del problema de la emigración. El drama actual. Esto lleva al moderador, una vez establecida con toda la claridad posible la anterior tesis, a dejar rienda suelta a los participantes y que puedan dar salida a sus preocupaciones.

—¿Qué os parece si ya abordamos la tercera pregunta que nos planteábamos al comienzo? —dijo, entonces, el moderador. ¿Posee peligros la emigración, es una amenaza o una riqueza?
—Sí es una riqueza en muchos aspectos.
—¡También de conocimiento!
—En este fenómeno hay ambivalencia, pues depende de cómo se vea, y según en el momento en que se vea. Por ejemplo, ahora con la crisis económica la percepción es diferente. Se ve más como una amenaza.
—Sí, pero algo se ve como una amenaza porque hay miedo.
—¿Qué es antes? —Pregunta el moderador.
—Siempre, el miedo que está en ti te lleva a ver una amenaza en lo que está fuera de ti.
—Interesante…
—La emigración siempre es enriquecedora, pero debe darse una adaptación mutua, de los
que llegan y los que la reciben. Tiene que ser querido también por nosotros.
—Influye mucho cómo se muestra este problema mediática y políticamente.
—De hecho, depende mucho de la procedencia del país del que vengan los inmigrantes.
—Y esto, qué duda cabe, es una imagen que ha sido creada mediática o políticamente.

¿Con qué te puedes quedar, querido lector, de este café filosófico? Eres libre; pero mira bien si en toda la problemática entera de la emigración no está presente la ampliación de horizontes, de conocimientos y de acciones, para poder vivir mejor. Aprendiendo. Si comprendemos esto, quizás estaríamos en disposición de ir más allá y entender un poco mejor el fenómeno completo de las migraciones humanas, y a la persona emigrante misma. Sus necesidades. El fenómeno de la emigración como una expresión de la necesidad migratoria humana. Muchas veces desgarrada, es cierto, y otras dramática. Una migración que puede ser exterior (otras gentes, otras tierras, otros desafíos…) o puede ser interior (hacia lo profundo de ti mismo, que siempre ha estado ahí, esperándote). El ser humano como emigrante o caminante perpetuo. De ahí que diga María Zambrano: “Y así, la primera respuesta a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado es simplemente esta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me dejaron en la vida”. Aquí te deja este relator, con la mente pensando y la emoción flotando.