Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

jueves, 23 de julio de 2015

El gobierno a favor del pueblo (II): ¿Aprenderíamos algo de la vieja democracia ateniense?

El gobierno a favor del pueblo (II):  la herencia de Grecia

¿Estaríamos dispuestos a aprender algo de la vieja democracia ateniense? Por allí también se cocían habas. Hubieron tiempos de discordia, en donde la existencia de una oligarquía dominante —que desde siempre la ha habido— provocaba graves desigualdades que desembocaban en serias hambrunas y revueltas sociales. El suelo cultivable —los recursos— estaba en manos de unos pocos, y los más desfavorecidos junto con sus hijos podían ser esclavizados por los ricos —de una manera u otra—, pues al final tenían que responder del endeudamiento con su propia persona. Eran los tiempos previos a Dracón (621 a. de C.), quien introdujo las primeras leyes escritas, y después también. Lo que había cuando intervino Solón (594 a. de C.), el mediador (diallaktés) que, según nos cuenta Aristóteles en su Constitución de los ateniensesluchaba y discutía contra unos y otros, o bien, a favor de unos y otros, y los exhortaba a que de mutuo acuerdo cesaran la philonikía, el deseo de ganar siempre a toda costa, el gusto por el enfrentamiento y la rivalidad, provocado por el amor al dinero, la avaricia y la arrogancia de los ricos. Así fue capaz de prohibir los préstamos sobre la libertad de persona y condonó las deudas privadas y públicas que llevaban a la pobreza y a la servidumbre (“descargas”), teniendo en cuenta el bien común y la salvación de la ciudad. En lugar de hacerse tirano, en virtud de su buen predicamento entre pobres y ricos, cargado de sensatez, plasmó en un marco legal la necesaria corresponsabilidad pública, especialmente cuando atravesaban momentos difíciles.
¿Nos suena de algo todo esto? No es utopía, ya se hizo una vez. Sí pero… Tópico número uno: la democraciadirecta en Atenas fue algo esporádico, efímero, experimental. Sin embargo, duró 186 años de una forma continuada (desde las reformas de Clístenes), o bien, si contamos desde Solón, serían 272 años. ¡No está nada mal! Tópico número dos: la democracia griega solamente es un sistema apto para pequeñas comunidades, no complejas. Puede ser, pero la población de Atenas en el siglo IV a. de C. era de 250/300 mil habitantes y los que tenían derechos ciudadanos entre 30 y 60 mil en el siglo V. Asistían a la Asamblea del pueblo (o Ekklesía) de cuatro a seis mil ciudadanos y se celebraban cada mes o cada semana. ¿Pero no tendríamos nosotros infinitamente más medios que ellos de interactuar y de comunicarnos? Tópico número tres: era un sistema político para ciudadanos ociosos, cuyas tareas realizaban los esclavos. También formaban parte de la ciudadanía reconocida las clases menos pudientes y más laboriosas: labradores, artesanos, pescadores…, y cuidaban exquisitamente de que todos pudieran participar en la vida pública, que era, en aquellos tiempos, como decir en la vida política. Tópico número cuatro: designar a los cargos públicos por sorteo es una práctica ineficaz y aberrante. No obstante, los griegos lo percibían como lo más democrático, integrando así a todos, más allá de si eran ricos, famosos o elocuentes. También, era un modo de prevenir la corrupción y la acumulación de poder, derivada de la profesionalización de los cargos. Incluso, los posibles peligros de este sistema se minimizaban trabajando en equipos de colaboración y aprendizaje mutuo. Es interesante, como destaca Aristóteles, que todos alguna vez puedan “gobernar y dejarse gobernar por turnos”.
¿Y quién tiene derecho a intervenir en la vida pública? Cualquier ciudadano que así lo deseara. Para esta función de ciudadano iniciador de alguna cuestión de interés, ni era examinado previamente ni tenía que rendir cuentas al finalizar su intervención o proceso iniciado por él, siempre que persiguiera el interés general y el bien de la ciudad. Eso sí, no debían estar en suspenso sus derechos ciudadanos; por ejemplo, por atimía (si no tomaba partido un ciudadano en los asuntos públicos o no pagaba sus deudas con la ciudad)El ostracismo, que suponía además el exilio, se aplicaba cuando un ciudadano sobresalía en exceso y se sospechara que podía convertirse en tirano. Pues bien, muy diferente era la situación para los funcionarios o magistrados, que debían rendir cuentas en todo momento, puesto que servían a la gente: un examen previo podía inhabilitarlos y se revisaba con cuidado su labor tras finalizar el cargo, que generalmente duraba un año máximo y, en muchas ocasiones, una sola vez en la vida. Especialmente ocurría con los pocos cargos electosque había (tesoreros y estrategos principalmente), que favorecían a los ricos para que pudieran responder con su patrimonio, en caso de menoscabo de la hacienda o de los intereses públicos. Y aunque la tributación era progresiva, según las rentas de cada uno, los ricos tenían deberes especiales para con la comunidad: si se daban circunstancias extraordinarias debían adelantar un dinero que luego se les devolvía, también dotar completamente una nave trirreme o costear los ensayos y vestuarios de los coros de música o baile de una ceremonia o concurso dramático. Pero tampoco la justicia social quedaba allí descuidada. Según expone Aristóteles en su Política (Libros VI-VII): “Hay una ley que dispone que los que poseen menos de tres minas y están impedidos físicamente para el trabajo sean examinados por el Consejo y que les sean concedidos a cuenta del fisco dos óbolos diarios a cada uno como alimento”. Y esto es sólo un ejemplo.
No sin dificultades fueron pasando los atenienses de la virtud heroica a la virtud política o ciudadana; pero nosotros estamos asistiendo en estos tiempos al acelerado retroceso de la posibilidad de una ciudadanía activa y participativa, y al advenimiento irrefrenable de la figura predominante del cliente, el usuario, el consumidor o el votante, y socialmente, convertidos en deudores de por vida y siervos, las personas y los Estados. Pasividad frente a actividad, comparsas de los grandes poderes político-financieros en lugar de señorío ciudadano.
Imagen | Colina de Pnyx, sede de la Asamblea ateniense (detalle)
Más información | Pedro Olalla, Grecia en el aire (2015)

Publicado en Homonosapiens

domingo, 5 de julio de 2015

Sobre las migraciones humanas

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.10

19 de junio de 2015, Fundación María Zambrano, 17:30 horas.


“Y así, la primera respuesta a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado es simplemente esta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me dejaron en la vida. La respuesta, la misma que tendría que dar a quien le preguntase, que por qué es hombre o que por qué ha nacido, si fuera encontrado un día sobre las aguas o arrojado por las ondas. (…) Y así el exiliado está ahí como si naciera, sin más última, metafísica, justificación que esa: tener que nacer como rechazado de la muerte, como superviviente; se siente, pues, casi del todo inocente, puesto que ¿qué remedio tiene sino nacer? Esto está más allá y sobre toda razón justificante” (María Zambrano, Carta sobre el exilio).


Ya lo pensaba con claridad Gorgias —aquél sofista griego no tan sofista— que el contraejemplo más palmario de la imposibilidad de la comunicación humana radica en la disparidad de la experiencia. Las experiencias humanas son personales e intransferibles, diferentes en el que habla y el que escucha, y así, hablar de cosas distintas impide a menudo que nos entendamos. No nos entendemos porque estamos hablando de realidades diferentes. De ahí la importancia, en un diálogo humano, de comprobar aquello de lo que se está discutiendo y cerciorarnos de que estamos tratando de lo mismo. Míralo, verás como esto funciona demasiadas veces. Pero no se trata de que nos obliguemos a discurrir por el mismo cauce; a menudo es más importante que encontremos un soporte común a los diversos enfoques de la materia abordada. En el fondo, es mucho más inteligente discernir hacia dónde apunta la necesidad de los participantes para tener que enfilar el mismo tema desde orientaciones y hacia finalidades diferentes. Y esta fue la trastienda del diálogo filosófico —último de la temporada— que compartió espacio con las cosas personales de María Zambrano.

Así pasó, pues la Fundación que lleva su nombre nos albergó y nos atendió, y nos ofreció como se ofrece al viajero que padece la sed y el hambre no saciado del camino. Nos dio lo que necesitábamos. Estar lo más cerca posible de María Zambrano, quien más supiera en sus entrañas del caminar y del exilio que pudiera ser la vida humana. (Gracias por tan generosa acogida). ¿Sería éste el trasfondo de la discusión de aquella tarde? El abismo del ser humano: “¿qué remedio tiene sino nacer?”. Y ya que ha nacido, querer ser, buscar un sentido, sobrevivir, vivir como un exiliado, “porque me dejaron en la vida”. Si continuáis leyendo esta crónica, ya veréis ya a qué se refiere este relator que también estuvo allí presente, gozando de la oportunidad de filosofar en la cercanía de la librepensadora veleña. Pero antes debemos presentar a los participantes.

¿Y tú en qué confías más? Ellos te van a decir en qué confiaban, pero no sobraría que tú también te lo mirases. Date cuenta que si te falta la actitud de la confianza, estarás continuamente echando en falta muchas cosas, añorando las del pasado o anhelando las del futuro. “Yo pienso que todas las cosas van mejorando con el paso del tiempo; de lo que
menos se desconfía habitualmente es de la naturaleza (¿y tú?, dime: “yo confío en la naturaleza de las cosas mismas”); yo confío en mí mismo y en mi lógica de la razón humana; yo confío en el ser humano y, ¿por qué no voy a confiar en el profesional de un determinado área?; yo confío en mi instinto personal, en mi intuición; y yo en el conocimiento humano, en lo que tenemos ya sabido y en la posibilidad de llegar a saberlo; yo suelo ser desconfiado y acabo confiando en mi propio criterio; yo confío en llegar a entender y en poder ser consciente; yo confío en la vida misma, con eso está casi todo dicho; yo confío en la experiencia fruto del conocimiento”.

—¡Un momento! —resonó en la sala de la Fundación María Zambrano. Hay un matiz importante que se puede estar escapando.
—¿Cuál es? —preguntó el moderador del encuentro.
—Confiar no puede llevar a dejar de lado mis responsabilidades.
—Efectivamente, confiar no es “hacer dejación”.

Y siguió la ronda de confianzas: “Yo soy confiada con la gente de mi alrededor; yo confío en el destino: todo sucede por algo —aunque lo descubramos a posteriori, como se alumbró en el último Café filosófico, recordó el moderador; yo confío en la autoexigencia, en la necesidad de un método, pero, efectivamente, no sólo hay que pensarlo sino también sentirlo uno mismo así; es importante confiar en las personas cercanas a ti, y unas veces confío más que otras, según las fases de mi vida; yo soy muy confiada y abierta, el miedo es lo que nos hace desconfiar; yo confío en la propia lógica de los acontecimientos, y cuando me desaparece esta lógica busco cómo recomponerla cuanto antes”.

Con anterioridad a este despliegue de confianzas el conductor del encuentro leyó unos apropiados textos de María Zambrano, que tocaban la naturaleza de la reunión filosófica que allí nos había traído. Eran de su libro Filosofía y Poesía:

“Hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía nos encontramos directamente el hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un método”.

Y, efectivamente, nuestra reunión filosófica es un encuentro variado en edades e intereses, que nos completa de múltiples maneras y que, de cuando en cuando, se presta, con algunas resistencias, a la aparición de momentos únicos, filosóficos, en los que súbitamente nos es dada la extraña suerte de hallar alguna extremadamente enriquecedora singularidad vital. Sin embargo, no deja de buscar con alguna orientación, cierto camino o método que encauza la discusión y la hace más probablemente fructífera. No es una charla ni una tertulia, ya lo saben los más asiduos, pero allí había nuevos participantes aquella tarde.

“Todos los hombres tienen por naturaleza deseo de saber”, dice Aristóteles al comienzo de su Metafísica, justificando así de antemano “este saber que se busca”. Mas, pasando por alto que en efecto todos los hombres necesiten este saber, se presenta en seguida la pregunta en que pedimos cuenta a la filosofía. ¿Cómo si todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?”.

Era muy consciente María Zambrano: una pregunta decisiva que enfila el destino histórico de la filosofía a lo largo de los últimos siglos. “¿Cómo si todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?”. Es posible que la manera de abordarla los propios filósofos de profesión tenga algo que ver. Vamos a acercar la filosofía a la vida de cada uno de nosotros, vamos a convertirla en una experiencia y en una práctica, vamos a filosofar juntos. Un modo en que la filosofía pudiera poseer la relevancia necesaria para el tiempo en que vivimos. Una razón por la que estábamos allí aquella tarde de junio, sin nada mejor que hacer que venir a filosofar.

Dejemos, entonces, que siga manifestándose el relato, como si lo contara Simón el zapatero, cronista primero de los usuales encuentros socráticos que se celebraban de su misma zapatería. Las dianas de aquel día: La Confianza, El Trato a los animales, La Emigración, El Sufrimiento, La Felicidad, La Originalidad de Nuestro pensamiento. Y éstas, las afiladas saetas que apuntaron y trataron de acertar en el blanco de La Emigración, la temática más deseada: ¿Qué es emigrar? ¿Qué nos lleva a emigrar? ¿Posee peligros, es una amenaza o una riqueza? Sin embargo, parecía que veíamos doble: ¿la emigración o la migración? La diana era movediza, los aciertos más intuitivos que metódicos. ¿De qué estábamos hablando en el fondo? Esto se iría conociendo con el transcurso de la discusión. Sus vaivenes nos lo dirían.

—Yo soy científico y tiendo primero a definir las cosas.
—No hay problema, también es un requerimiento propio de nuestra reunión —agrega el moderador.
—Todos somos de alguna manera emigrantes. Y no es sólo la distancia geográfica, y en qué dirección, lo que la define.
—Entonces, qué me decís: ¿Cómo podemos definir el proceso migratorio?

Y dijeron que emigrar es un traslado de “frontera”, de cualquier tipo. Hay muchas clases de fronteras que delimitan nuestras vidas terrenales. Un cambio de modo de vida, que puede ser voluntario o forzado. Y se definió tentativamente el fenómeno migratorio humano de una manera bastante metafísica, arraigado en lo básico de lo humano: “Salir de mí”. Pero esta definición no dejaba satisfecha a una parte de la concurrencia: emigrar
debe relacionarse con “salir de mi lugar”. Y como esto nos situaba en una alternativa, en una bifurcación, el moderador propuso resolver mediante votación tal encrucijada. Y aparentemente preferían ahondar en la idea de salir de mi lugar de vida habitual. Aparentemente, porque veréis: cuando trataban de proseguir por este camino —el sentido más usual en que se entiende el fenómeno migratorio—, afloraba el sentido más metafísico de “una salida de mí mismo”. Unos deseaban hablar de los problemas actuales a que nos enfrenta la emigración del sur al norte, pero otros querían ir más lejos, o quizás más cerca de nosotros mismos: la migración como una componente existencial de la vida humana. Y así se conducía la discusión, algo errática, sin aparente posibilidad de reconciliarse entre ellos mismos, los participantes. Eso sí, eran muy respetuosos y educados; pero un larvado disgusto lastraba la reunión. Necesitaban reconciliarse, pero no se reconciliaban. ¿Estarían ellos mismos mostrando la esencia de las migraciones humanas, con dicha necesidad de reconciliarse? En toda discusión has de salir de ti mismo. Piénsalo. La reconciliación contigo mismo, no sólo pero también, va ligada a la reconciliación con los puntos de vista de los demás.

Así que el moderador propone abordar la cuestión de la definición a través de la segunda saeta o pregunta inicial: ¿Qué nos lleva a emigrar?

—Si, como estáis manifestando, desde siempre el ser humano ha emigrado, ¿qué nos lleva a emigrar?
—La necesidad de experimentar.
—Pero también por necesidad material, para comer. Y hoy es lo que pasa.
—No sólo se emigra para mejorar tu bienestar material. También por turismo, para conocer otros lugares o culturas.
—No hay que olvidar que la humanidad —el homo sapiens— empezó siendo nómada. Fuimos todos nómadas al principio.
—¿Y por qué fuimos, y podemos ser todavía, nómadas en algún sentido? —pregunta el moderador.
—Para conocer, para descubrir… Mi idea es que, en el fondo, está siempre la búsqueda de conocimiento: el sujeto no logra saber cómo vivir o sobrevivir mejor y, entonces, emigra.

Pero esta reducción de la necesidad de emigrar a la búsqueda de conocimiento va a suscitar bastante controversia entre los asistentes. Pretende defender esta tesis provocativa —que se empecinó bastante y fue mostrando sus virtudes— que el vivir es un “saber hacer”, y que cuando se produce una carencia de información suficiente, esto lleva a desear vivir mejor (“quiere vivir mejor”), pero para ello ha de saber más, otras nuevas formas de vivir. De ahí la necesidad de emigrar. Pero no satisfacía este desarrollo, a pesar de las sugerencias que contenía: “La emigración forzada no tiene que ver con el conocimiento”. Este contraejemplo mostraba dos cosas: una, que no todos los participantes se sentían cómodos con dicho planteamiento; y dos, el fuerte deseo, alimentado por la cruda realidad de las barcazas que intentan cruzar el Mediterráneo, de hablar del problema de la emigración. El drama actual. Esto lleva al moderador, una vez establecida con toda la claridad posible la anterior tesis, a dejar rienda suelta a los participantes y que puedan dar salida a sus preocupaciones.

—¿Qué os parece si ya abordamos la tercera pregunta que nos planteábamos al comienzo? —dijo, entonces, el moderador. ¿Posee peligros la emigración, es una amenaza o una riqueza?
—Sí es una riqueza en muchos aspectos.
—¡También de conocimiento!
—En este fenómeno hay ambivalencia, pues depende de cómo se vea, y según en el momento en que se vea. Por ejemplo, ahora con la crisis económica la percepción es diferente. Se ve más como una amenaza.
—Sí, pero algo se ve como una amenaza porque hay miedo.
—¿Qué es antes? —Pregunta el moderador.
—Siempre, el miedo que está en ti te lleva a ver una amenaza en lo que está fuera de ti.
—Interesante…
—La emigración siempre es enriquecedora, pero debe darse una adaptación mutua, de los
que llegan y los que la reciben. Tiene que ser querido también por nosotros.
—Influye mucho cómo se muestra este problema mediática y políticamente.
—De hecho, depende mucho de la procedencia del país del que vengan los inmigrantes.
—Y esto, qué duda cabe, es una imagen que ha sido creada mediática o políticamente.

¿Con qué te puedes quedar, querido lector, de este café filosófico? Eres libre; pero mira bien si en toda la problemática entera de la emigración no está presente la ampliación de horizontes, de conocimientos y de acciones, para poder vivir mejor. Aprendiendo. Si comprendemos esto, quizás estaríamos en disposición de ir más allá y entender un poco mejor el fenómeno completo de las migraciones humanas, y a la persona emigrante misma. Sus necesidades. El fenómeno de la emigración como una expresión de la necesidad migratoria humana. Muchas veces desgarrada, es cierto, y otras dramática. Una migración que puede ser exterior (otras gentes, otras tierras, otros desafíos…) o puede ser interior (hacia lo profundo de ti mismo, que siempre ha estado ahí, esperándote). El ser humano como emigrante o caminante perpetuo. De ahí que diga María Zambrano: “Y así, la primera respuesta a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado es simplemente esta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me dejaron en la vida”. Aquí te deja este relator, con la mente pensando y la emoción flotando.