Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 24 de abril de 2016

¿Dónde estás belleza?

Todos nosotros somos capaces de sentir la belleza en su forma más pura, alguna vez. Para alguno que todavía no lo haya sentido —por ejemplo, dadas sus precarias circunstancias de vida— puede resultarle incluso terapéutico. Puede conectarle con algo más grande, más allá de la miseria diaria. Sabrá de ese modo que en el mundo no sólo hay pánico y crueldad, rutina y condicionamiento, injusticia y violencia. ¿Podrán sentirla alguna vez las personas que se hacinan en el campo de refugiados de Idomeni, en la frontera de Grecia con Macedonia?
Quizás, contemplando algún día el amanecer, un nuevo día en que la Tierra sigue girando alrededor del Sol, bailando la música de la galaxia, en afinada compañía de todas las demás galaxias del Universo. Quizás, como pensaba Schopenhauer, contemplar la belleza del Cosmos, aunque sea a través de la música —mejor si es una ópera de Rossini, opinaría él—, te permita escapar por un momento de la corriente frenética de la vida, de su voluntad instintiva, ciega e irremediable, que te arrastra por el mar de las contradicciones, las necesidades, las dudas y los miedos; sufriendo en tus propias carnes la impermanencia de todo lo que hay, la implacable “rueda del tiempo de Ixión” o el “suplicio de Tántalo”; y así gozar durante un breve instante de la serenidad, del intenso placer que te proporciona poder separarte del mundo y de tu ego, con sus permanentes cuitas. “Entonces, (en el estado de pura contemplación de la belleza) lo mismo da contemplar la puesta de sol desde un calabozo que desde un palacio”.
Pero, ¿qué es la belleza? ¿Por qué es tan huidiza? ¿Por qué no la logro conservar y llevarla siempre conmigo? Yo querría unirme a ella en matrimonio eterno, que nada de lo terrenal pudiera separarnos. Tú la querrías contigo al menos siempre que la necesitases. ¿Dónde estás belleza?[i] ¿Nos valdría poder definirla, atraparla en una noción esencial? Así la han definido dos grupos de alumnos y alumnas de bachillerato a través de un “diálogo socrático”:“La belleza es un sentimiento satisfactorio y pleno, rebosante de una especial admiración desinteresada, siempre actual, siempre auténtico, que te llena como persona complementando tu vida interior, y que produce en el sujeto un sentimiento de unidad con el objeto, para aquél que sea capaz de apreciarlo”.
Pero lo bello es un concepto difícil —concluía el diálogo Hipias mayor de Platón—, que no se deja encerrar fácilmente, por muy socrático que el método de indagación sea. Siempre nos dejará insatisfechos la descripción de nuestra experiencia estética. Hay poetas que llegan a componer una miríada de poemas para tratar de expresar una misma experiencia originaria. La belleza, por consiguiente, ¿es subjetiva? ¿O hay algunas bellezas objetivas? La belleza, ¿está en el interior y no en lo exterior? ¿La belleza externa no es auténtica belleza? Eso dicen, que hay una belleza superficial que desvía de la belleza profunda, del alma misma de la cosa misma. ¿Existe la belleza universal, intemporal, transcultural? No, la belleza es relativa al sujeto, defienden ahora muchos contemporáneos nuestros. Son éstas y otras las dicotomías alrededor de la belleza, que llevan horas y horas, siglo tras siglo, discutiéndose. ¿Es educable y mejorable el gusto estético? ¿No todo juicio estético vale igual? Como diría Umberto Eco, lecturas de una obra de arte son muchas las posibles, pero no cualquier lectura es posible.
Efectuemos un giro copernicano, a la manera kantiana. En lugar de mirar al objeto —en este caso, bello— volvamos la mirada al sujeto, e intuyamos la condición de posibilidad de toda experiencia estética. El espacio no existe fuera de ti, el tiempo no existe fuera de ti, están en ti. Tú haces posible la situación espaciotemporal de una determinada percepción sensorial, de lo contrario no sería nada para ti, no lo captarías como tal. Todo necesitas ubicarlo. De la misma manera, las causas y los efectos de lo que sucede, sus conexiones, lo real y lo irreal, lo posible y lo imposible, todo ello y más no estaría ahí, fuera de tus facultades cognoscitivas, esperando a que descubrieras su significado. Es más bien tu modo humano de ver el mundo y de poder categorizarlo, ordenarlo y justificarlo. Esto viene a decir Kant. ¿Qué tal si contemplamos la belleza como una capacidad de sentir la belleza? Con esta clave, ¿no serían desplazadas todas aquellas dicotomías típicas del problema de la belleza? ¿No es posible que esté operando siempre el mismo sentimiento en el fondo de lo humano, sólo que expresado con diferente intensidad o con relación a diferentes objetos, cuando sentimos la belleza? Una profunda capacidad humana de sentir la belleza o de recrearla, que se expresa de diversos modos, que puede desarrollarse más o que puede desarrollarse menos, según la situación particular de cada ser humano. Sería el modo en que la belleza se nos presenta de una manera trascendental, como también el amor y la felicidad; como la libertad y la inteligencia.
Si la belleza ya está siempre en nosotros mismos como capacidad de sentir belleza, ¿para qué queremos, entonces, el arte, las obras de arte, los artistas? ¿Por qué necesitamos salir al campo de vez en cuando y extasiarnos con la belleza de los pájaros cantando o el susurro acuoso de un arroyo? ¿Para qué buscar la belleza, aunque sea como un puro y vacío esteticismo, “la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo”[ii]? Veamos: ¿Qué tal si fuera para expresar nuestra capacidad de ser, pero que necesitamos actualizar para ser plenamente? Todo lo de fuera nos valdría para eso, para desarrollar lo que ya somos. No lo olvides.Somos mucho más que todo lo que me está pasando, todo lo que estoy sintiendo, incluido todo lo que estoy sufriendo. Esta convicción le salvó a Viktor E. Frankl de su estancia en varios campos de concentración nazis, le valió para encontrar un sentido y para comprender de qué está hecha la condición humana. Fue la manera como Guido —el protagonista de La vida es bella— salvó a su hijo Josué, de seis años, de las seguras secuelas del absurdo de una guerra atroz y su crueldad extrema, fue su regalo: “Por favor, ¿cómo va alguien a fabricar jabón y botones con Bartolomeo, Josué?”.
¿Alguna vez podrán sentir libremente la belleza de este mundo —y no como una experiencia extrema— los refugiados del campo de Idomeni? ¿Y aquellos que les cierran la frontera y la vida, no necesitan sentir también, de vez en cuando, la belleza? Siempre están ahí, la belleza, el bien y la verdad, esperándonos. Si ahogo la belleza y la dignidad de este mundo, me estoy estrangulando a mí mismo. Algo parecido debió sentir el oficial alemán que supo apreciar la desesperada interpretación al piano de Władek Szpilman, intentando sobrevivir —que narra la película El Pianista—, y le salvó la vida, salvando la belleza. Estamos conectados con el mundo y con los demás, también a través del sentimiento de la belleza. ¿Cómo podríamos llegar a sentirla, si no estuviera ya en nosotros?

Publicado en Homonosapiens

sábado, 9 de abril de 2016

¿Qué es esto?

¿Cuántas veces te ha pasado que sabes algo, que lo tienes en la punta de la mente, pero te faltan las palabras y las ideas? En este caso, plantéate si de verdad lo sabes, si lo comprendes realmente, cuando no puedes expresarlo con un mínimo de claridad. ¿Hay algo en tu vida que te importa muchísimo, pero no te ves con capacidad de decir lo que es? Lo sabes reconocer, pero no lo sabes definir.  ¿Y cuando te pones manos a la obra lo defines de un modo circular, poniendo simplemente un ejemplo, diciendo lo mismo con otras palabras, o bien confundiendo más que aclarando? “Moverse es no estar quieto”, “la justicia es lo que yo estoy haciendo”, “el bien es ser bueno”, “el hombre es un ser bípedo implume”. No parecen éstas definiciones muy satisfactorias. Lo sabes tú y lo saben unos niños y niñas de enseñanza primaria, con los que hemos disfrutado trabajando la definición socrática.
Si afirmo que una mesa es “un tablero apoyado sobre cuatro patas”, enseguida me replicarás diciendo que tu has visto mesas de tres, de dos y hasta de una sola pata, o me dirás que no todas las mesas son de madera. Y con toda la razón, pues la definición responde a la pregunta ¿qué es, en sí mismo, algo? Quiere esto decir que pretende dar con la esencia, con lo importante y decisivo de algo, aquello que no cambia de objeto en objeto, aquello que lo identifica con claridad y precisión, lo común o universal que engloba todos y cada uno de los casos particulares del mismo tipo.
Acudamos, una vez más, al campeón de las definiciones: Sócrates. Y no porque nos ofreciera —por lo menos, tal como se nos muestra en los diálogos platónicos— definiciones últimas y acabadas, sino porque nos legó unmétodo para alcanzar las mejores definiciones posibles cooperando unos con otros. Igual que les digo a los niños y niñas de primaria de los Colegios El Romeral y Los Olivos, de Vélez-Málaga, que les voy a contar dos historias de Sócrates, os lo cuento también a vosotros. La primera, que un día, Querofonte —allá por el siglo quinto antes de Cristo—, fue a preguntar al lugar más solvente de Grecia para conocer tu destino, el Oráculo de Apolo en Delfos, quién era el hombre más sabio de todos. Para su sorpresa, le respondió que era Sócrates, su amigo. De regreso, muy orgulloso, lo vemos enfilar el ágora ateniense ardiendo en deseos de contarle todo a su buen amigo. Sin embargo, no esperaba la reacción algo escéptica de éste: —¿Yo, el más sabio de todos? ¡No puede ser! De hecho, Sócrates se dedicó luego a tratar de refutar tamaña profecía, entrevistándose con aquellos personajes poderosos y famosos que se decía que eran gente muy sabia. A ellos se dirigía con la intención de aprender, y los interrogaba, más o menos de esta guisa: —¡Por Zeus! Me han dicho que sabes mucho de la justicia y del bien, ¿es posible que tú me puedas ilustrar? Y casi siempre ocurría que, si bien al principio, creían saber, más tarde, a través de las incisivas preguntas socráticas, iba quedando patente que no sabían tanto como creían saber; debían admitir, muchas veces a regañadientes o con una expresión bastante airada, su propia ignorancia. Conclusión que dicen que Sócrates extrajo de esta experiencia: —Si en algo soy más sabio, será en que admito mi propia ignorancia como punto de partida: “Sólo sé que no sé nada”. No hay mayor ignorante que aquel que cree saberlo todo, pues, por principio, está incapacitado para aprender y seguirá siendo un ignorante toda su vida.
La segunda historia se refiere a su madre: decía Sócrates que su oficio era como el de ella, que era partera. Ayudaba a dar a luz nuevas ideas en otras personas. Él solamente preguntaba. De hecho, no escribió nada. Por lo tanto, él nunca te diría lo que tienes que pensar, sino que, con sus preguntas, te ayudaría a encontrar por ti mismo tus propias respuestas. Porque tú ya sabes, sólo que no sabes que sabes. Y esto les pasa tanto a los niños como a los adultos. Muchas veces no sabemos por qué algo —una definición, en este caso—no puede ser así, pero lo sabemos. Las preguntas socráticas son un medio eficaz para ayudar en esta búsqueda. El trabajo cooperativo, no digamos: cada uno por separado no sabemos tanto, dudamos mucho, cometemos errores de bulto, pero la autocorrección que permite el diálogo y la discusión socráticos a través del grupo, es muy sorprendente. Extremadamente instructivo. Escucha con atención a estos niños y niñas. Compara sus definiciones con las que aparecen en el diccionario —como ellos hicieron, después de acabado el trabajo. Te sorprenderás. Si ellos han podido, ¡qué no podrás lograr tú, que eres adulto y más sabio! Ahora bien, tendrás que aprender a dialogar de veras, tendrás que aprender a cooperar con otras personas.
¿Sabías que la vida es un ciclo constante y que la muerte no es más que un paso a otra cosa? ¿Tendrías, entonces, que temer a la muerte, si ya has muerto muchas veces en la vida? Cada vez que has cambiado en algo…
La vida es un ciclo que tiene un rumbo y muchas fases que realizan las funciones vitales; es la realidad de los seres vivos, que pueden pensar, sentir o actuar.
¿Qué es morir? Cuando algo, o alguien, cambian de algún modo, es decir, es el final de una etapa, pero puede comenzar otra. 
 ¿Sabías que para amar hay que ser valientes, que los amigos se aman y que es necesario amarse a uno mismo? ¿Y que para amar no importa tanto el no ser correspondido?
El amor es un sentimiento abstracto de relación que transmite cariño y afecto (alegría y felicidad) hacia algo o alguien, entre seres vivos en pareja, relación familiar o de amistad, que va creciendo poco a poco.
El amor es un sentimiento en el fondo del corazón, de cariño, valentía, felicidad y amistad entre o hacia otros seres, o bien hacia uno mismo, en que tienes que aceptar el no ser correspondido.
 ¿Sabías que los amigos de verdad se aman tal como son?
La amistad es un sentimiento de relación, diversión, amor y alegría, que te llena de felicidad e ilusión, queriendo a alguien tal como es.
 ¿Te has preguntado alguna vez qué es todo lo que hay?
El Todo es aquello que nos rodea, que ha existido, que existe y que puede existir; las cosas del universo abierto e infinito, que podría verse, oírse o sentirse.
¿Y sabes qué es lo que en el fondo te da tanta vergüenza? ¿Sabías que sientes que tú estás en juego?
La vergüenza es un sentimiento que se produce cuando quedas en evidencia ante los demás o ante ti mismo, o bien, cuando quieres que la gente no note algo que te ha pasado, sintiendo miedo, alteración e inferioridad.
¿Sabías que se puede soñar tanto despierto como dormido? ¿Sabes de qué están hechos los sueños? ¿Eres dueño de tus propios sueños?
Soñar es pensar (despierto o dormido) imaginando el mundo de otra forma a partir del presente o del pasado, y a través de los deseos y las emociones, que a veces se realiza, juntándose en una historia fantástica o real, de la que eres más o menos dueño.

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