Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Heráclito, el claro

Heráclito, el claro

¿Por qué eran tan misteriosos los oráculos antiguos? Tan herméticos. Porque no te brindaban lo que esperabas, una respuesta clara y diáfana acerca de tu futuro. Eran oscuros, como la oscuridad que anida en tu interior. Tanto como tu desconocimiento de ti mismo. Pues, si sabes de ti, también sabes de tu futuro. “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses”, rezaba en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos. Un oráculo había de ser descifrado, había de ser interpretado, la respuesta no se daba acabada, no estaba hecha. Tú tenías que dar sentido al oráculo. Tú habías de dar sentido a tu vida, a través de la conciencia con que te ponía en contacto el oráculo. Un elevado nivel de conciencia. Si te sitúas ahí, más arriba, observando tu vida desde la altura de la de la perspectiva cósmica, el oráculo resulta transparente. Ocurre lo mismo con los fragmentos conservados de Heráclito de Éfeso, El Oscuro, el claro. Los restos transmitidos por otros autores de su discurso Sobre la naturaleza (Physis) son difíciles o claros, en función de lo abierto que uno esté a su propia experiencia. Si cerrado a sí mismo, texto críptico y divino; si abierto a uno mismo, todos -o casi todos- textos humanos y evidentes.

El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo.

La enfermedad hace suave y buena la salud, el hambre la saciedad, la fatiga el descanso.

En los mismos ríos ingresamos y no ingresamos, estamos y no estamos.


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